Vaya por delante que Sexo en Nueva York no lo hizo todo bien, ni lo retrató todo correctamente, ni siquiera lo retrató todo. El bucle capitalista en el que viven felices sus cuatro protagonistas, mujeres blancas de buena clase social, la falta de diversidad que se desprende de esto o la toxicidad de algunas relaciones (entre ellas, la que vive y sufre su gran protagonista, que además termina en final feliz) son elementos que no hay que pasar por alto. Si hoy se revisitan los espacios y los escenarios de Sexo en Nueva York se encontrará uno con vacíos feministas y con una narración construida desde un cierto privilegio. Hay una velada representación LGTBI+, pero también en un determinado momento se niega la bisexualidad, a pesar de una trama en la que Samantha se descubre como tal, y se tira sobre todo de clichés a la hora de representar a los personajes homosexuales. Todo esto está mal.
Pero Sexo en Nueva York fue, aun con todo, un espacio seguro en televisión para muchas mujeres, en un momento (finales del siglo XX, principios del XXI) en que era muy difícil encontrar uno. Con la mirada crítica y deconstruida de 2023, lo sigo sintiendo así. Desde mi realidad, claro, que es la realidad de una mujer blanca como ellas, que vive sin embargo en la resignada precariedad en la que vivimos todes y que no se ha dejado engañar por las trampas del capitalismo.
Pero lo que vieron mis ojos adolescentes en su día fue lo siguiente: cuatro mujeres que se cuidaban entre ellas, que hablaban sin tapujos de lo divino y de lo humano y que se decían que estar soltera y ser independiente estaba bien. La soltería se validaba, se ensalzaba incluso. Lo que no quiere decir que no sufrieran por hombres, o que no hablasen de hombres, pero su máxima no era ser la mujer de Un Hombre. Yo recuerdo decir a mis amigas, todavía en el instituto, que quería ser como Carrie, que vivía sola, que quedaba con sus amigas, que no dependía de nadie y que, además, era escritora. Veo con claridad ciertas fantasías en la construcción de este personaje, pero al menos pasé de decir que quería ser Aragorn a ser Carrie, porque por fin estaba viendo en pantalla a una mujer que tenía algo que podía desear para mí. Hoy a mis amigas les digo que somos todas mujeres preciosas, listas, independientes y valientes, y creo que algo de este espíritu de empoderamiento y compañerismo lo saqué de Sexo en Nueva York.

La importancia de tener referentes, incluso aunque esos referentes no sean perfectos, es que empiezas a sentir validadas cualidades, emociones, deseos o defectos. Empiezas a sentir normales experiencias relacionadas con tu realidad, las aceptas y puede incluso que llegues a compartirlas. Recuerdo también sentirme más libre a la hora de hablar sobre sexo, que en Sexo en Nueva York ni era siempre idílico ni estaba al servicio de los hombres. Las protagonistas disfrutaban de sus vibradores en 1998, para mí en 2010. Y yo las veía guapísimas a todas ellas, pero sobre todo recuerdo pensar que se sentían guapas, todas ellas, diferentes como eran. Guapas también a partir de los 30, cuando los 30 eran, en mis 17, una barrera entre la juventud y la senectud.
Se hablaba de placer femenino, incluso de responsabilizarse de ese placer, que es un tema que no rescaté para mí hasta hace bien poco. Se hablaba de maternidad, de conciliación, de infertilidad y de abortos seguros, y se hablaba también de no querer ser madre. Se decían cosas como las siguientes: “vestiré como me dé la gana y se la chuparé a quien me dé la gana mientras respire y pueda arrodillarme” o “quiero disfrutar de mi éxito, no disculparme por él”. Y la que siempre he sentido más importante: “te quiero, pero me quiero más a mí”, lo único salvable de las versiones cinematográficas. Los caminos narrativos que siguen los cuatro personajes muchas veces contradicen estas declaraciones poderosísimas, pero es que somos seres contradictorios y cuanto antes lo asumamos mejor empezaremos a vivir. Solo podemos esperar ser conscientes de nosotros mismos y hacerlo lo mejor que podamos.

Estas contradicciones, y los defectos mencionados, se ven hoy perfectamente reflejadas en la serie y en muchas ocasiones aceptadas como tal. Recuerdo a Carrie, Miranda, Samantha y Charlotte como mujeres que cometen errores, que hacen las cosas mal, que son infieles y se fallan entre sí, y entonces piden perdón y evolucionan y quizá más adelante vuelvan a cometer el mismo error, como todas las mujeres del mundo. Las recuerdo con cariño, aunque no todas me cayeran bien siempre, y esto también es importante. No eran perfectas, ni siquiera eran agradables todo el tiempo, eran simplemente algo más cercano a lo que se encuentra uno en la vida.
Con Sexo en Nueva York, muchas mujeres de todas las edades escucharon hablar a otras cuatro mujeres, diferentes entre sí, sobre muchos de los asuntos que nos preocupan, y quizá a partir de ahí pudieron también ellas reflexionar, expresarse con más libertad y con menos miedo, o animarse a buscar sus espacios seguros para hacerlo. Porque lo que podemos agradecer a Sexo en Nueva York, diría que de forma unánime, es la representación de la amistad entre mujeres, basada en el cariño, la aceptación, la comprensión, el apoyo y la ausencia de juicios frívolos. Lo que hoy canta Zahara en su Caída libre, que es una canción que siempre dedico a mis amigas, lo vi representado en pantalla en ellas cuatro por primera vez en mi vida. La caída más libre del mundo, incluso desde el edificio más alto de Nueva York. Larga vida, aunque sea una vida anacrónica.