A lo largo de las dos temporadas de The White Lotus los huéspedes jóvenes no han salido muy bien parados. Bien es cierto que lo mismo les pasa al resto. En todo caso, la sátira de Mike White no duda en atizar a una generación representada en personajes como Paula, Olivia, Portia o Albie. Este último representa un caso sangrante de hipocresía oculto tras una cara amable.
Un chaval con valores claros
Las formas de Albie son bastante exquisitas. Interpretado por Adam DiMarco, viaja a Sicilia junto a su padre y abuelo para conocer sus raíces italianas. Durante los primeros episodios intima con Portia, encarnada por Haley Lu Richardson, la asistente de Tanya de Jennifer Coolidge. Ambos son americanos y están desencantados hasta cierto punto con su vida.

Es cierto que Portia tiene muchas más razones. No tiene un ingente patrimonio familiar respaldándola y está bajo las órdenes de una loca en toda regla como es Tanya. Albie le parece adorable, algo lógico. Al contrario de sus familiares presentes en el viaje, es consciente de la opresión que ha sufrido la mujer. Se muestra empático, comprensivo, da todo el espacio que haga falta. Incluso señala a su padre y abuelo sus salidas de tono. Todo un partidazo.
Lo cierto es que es tan majo que cae en el saco de quienes caen bien pero no gustan. Por ello Portia acaba dejándole de lado por un machote inglés con pinta de hooligan. Ella quiere acción, diversión rápida y Albie se queda corto. Aquí comienza a caer la careta del joven.
La salvación de la damisela en apuros como síndrome
Cuando se ve despechado Albie comienza a ser lo que es realmente. Lucia, la prostituta que se ha estado acostando con su padre mientras la gerente Valentina trata de echarla del hotel, se cruza en su camino por casualidad. La muchacha está en una crisis de identidad que le hace intimar con el americano. De esta forma hablan y le cuenta que la chica que le gusta está con otro.
La italiana toma cartas en el asunto y decide ejecutar un juego de celos. De esta forma ambos pasan un día estupendo. La ingenuidad de Albie se muestra en todo momento y anticipa que el asunto pinta mal para él. Desesperado por la atención femenina, acaba en la cama con Lucia. Tan naif es que ni se da cuenta de que está con una prostituta hasta que esta le pide dinero.
Enamorado hasta ayer de Portia, ahora el corazón de Albie es de Lucia y esta quiere cobrarse una factura a la altura. Mientras ella disipa sus dudas sobre su estilo de vida, traza un plan para estafar al hijo de millonario. Recurre para ello a la estratagema de la dama en apuros. Fingiendo ser acosada por su chulo, logra convencer al pobre chaval de que le suelte 50.000 dólares. Al final, la meretriz le abandona tras una última noche de sexo.
El sexo y el poder por encima de imposturas
Educado por la rama familiar de los Di Grasso en que la prostitución es habitual y el sexo algo necesario para el hombre, la faceta de aliado de Albie se ve consumida rápidamente. La pena que pueda dar lo que hace con él Portia se desvanece cuando se comprueba la actitud que toma con Lucia.
Descubrir que ha estado con una prostituta es un shock, pero una vez superado no tiene inconveniente con seguir el juego. Se puede comprender que pague el primer servicio, pero no que en la conversación que mantiene con ella en la piscina convenga en volver a hacerlo. Lo único que le da miedo es que el asunto se complique debido a que él desarrolle sentimientos por ella.
La rapidez con la que Albie se enamora también pinta como una forma de justificar sus propios deseos. Porque seguridad, siempre respetuosa, no le falta. No ha de asimilarse ingenuidad con inseguridad. Tan seguro está de sí mismo que no duda que haya podido enamorar a una prostituta en una noche. Su posición de privilegio, desde todos los ámbitos, es tal que no duda en creerse una trampa que sobrepasa lo obvio.

Aquí entra en juego también el factor dama en apuros. Aunque Lucia de todas las señales, no se da cuenta de la estafa porque su ego no se lo permite. Cuando Alessio, su supuesto chulo, la obliga a irse en su coche, sale del vehículo de los Di Grasso con todas sus cosas desde el inicio, por ejemplo. La bravata de Albie de defenderla, junto a su padre y abuelo, es pura impostura. Deja que se la lleven, pese a que crea que la van a hacer daño. Los valores importan hasta que dejan de hacerlo.
Otro acto descarado de Albie es el trato que hace con su padre a cambio del dinero de Lucia. A pesar de haberle criticado por cómo ha tratado a su madre o por ser un putero, él acaba siendo lo mismo. Así, ejecuta un chantaje de libro en el que promete hablar bien a su progenitora de Dominic. De nuevo, una acción hipócrita y liderada por una libido vestida de falso amor romántico.
El destino de Albie
Las vacaciones de Albie terminan con la realidad por delante. Su amor desde hace unos días le ha abandonado con miles de dólares estafados. La reacción demuestra la hipocresía con respecto de la imagen que mostraba en un inicio. En esencia, le da igual. Un gesto y poco más. Sus familiares, que al parecer sabían cómo acabaría el asunto, tampoco muestran mayor sorpresa. Una lección cara sobre ingenuidad y para casa después de tirarse a un pibón. Las consecuencias son para los pobres.

El joven no se plantea qué ha dirigido sus acciones. No piensa cómo ha usado a Lucia como un juguete para sentirse un salvador. Tampoco reflexiona sobre el hecho de haber consumido prostitución. Al fin y al cabo, estaba de vacaciones. Con todo Mike White es benévolo con él, ya que crea un reencuentro con Portia en el que ambos se intercambian los teléfonos tras reconocer que les han engañado y les habría ido mejor juntos.
The White Lotus: Sicily replica con Albie, en cierta manera, la esencia del final de El lobo de Wall Street. Solo que en este caso, en ningún momento se olvida de que es rico. Su perfecta careta seguirá intacta cuando llegue a Los Ángeles. Podrá seguir siendo igual que sus familiares por dentro y un perfecto woke por fuera. Seguirá creyendo que es un encanto.