El personaje de Julián Carax empieza a construirse en la primera página de La sombra del viento. Su presencia total en la acción de la historia no se da hasta muchas, muchas, muchas páginas después, pero ya en los primeros párrafos vive Carax. Nace en el instante exacto en que su nombre y su obra aparecen en el Cementerio de los Libros Olvidados, que el lector conoce a través de los ojos del niño Daniel. Desde ese primer encuentro se asimila el nombre de Julián Carax a lo que se describe en torno a este. Misterio, oscuridad, decadencia, nostalgia, un cierto tipo de magia que acompaña a los relatos como este.
Ya en esos primeros compases uno se pregunta cuál es la historia de ese tal Julián Carax capaz de cautivar con su obra al joven protagonista de La sombra del viento, que ha terminado siendo una de las novelas más importantes del siglo XX español. La escribió Carlos Ruiz Zafón y le dio por título el que también tiene en la ficción la obra de Carax. Parece esta una especie de puntada final dada con ese hilo con el que el inolvidable autor catalán es capaz de unir todas las historias que habitan estas páginas.
Todo lo referente a él está envuelto en misterio
Zafón construyó un personaje importante que, sin embargo, no tiene una presencia real en el desarrollo de la historia. En los primeros compases de La sombra del viento, Julián Carax es una duda, una sombra, un fantasma y un recuerdo, que varía dependiendo del portador de este. Es un misterio escrito, en realidad, desde hace siglos, porque pocas cosas han intrigado tanto a un lector como aquello que hay que desentrañar entre libros perdidos y escritores malditos. Es el paradigma del enigma literario, así que se construye ya desde el propio deseo y la imaginación de quien lee.
A partir de esta base, el autor teje en ocasiones de forma directa, a través de declaraciones como la que titula estas líneas o una tajante intención descrita al inicio de la novela de “enterrar a Carax en el olvido”. Pero sobre todo va hilando con sutileza, sin que el lector comprenda hasta más adelante que ha caído en la trampa.
La trampa es sentir la historia y la figura de Carax tan importante como la del propio Daniel, cuya voz es la que guía, cuyos pasos son los que se siguen, cuya mirada es la que permite ver. Es Daniel a quien se escucha, se conoce y se siente, pero Julián Carax flota continuamente en ese cielo gris de Barcelona, porque la mayoría de las preguntas que necesitan de una respuesta llevan su nombre. Así que no es el protagonista, pero sí la estela que este persigue y la que, al final, persigue también el lector.
El escenario, esa Barcelona lluviosa que todavía llora tras la Guerra Civil, y el tono de la novela, en ocasiones tanteando los versos poéticos, facilitan la consecución del halo romántico sin el que ni La sombra del viento ni Julián Carax hubieran funcionado igual. También la consecución de objetos asociados a esta narrativa: Carax vive en fotografías en blanco y negro, en libros quemados, en cartas antiguas. Todo es misterio, nostalgia, esa magia.

Estas huellas del pasado las persiguen figuras diversas, cada cual con su intención. Hay quien desea borrarlas, hay quien desea recuperarlas, hay quien simplemente no quiere olvidarlas. Cuando Daniel topa por primera vez con ese hombre que encaja con el diablo descrito por Carax en La sombra del viento, una figura de “voz arenosa, herida”, el lector queda embriagado por el orgullo y la decisión de Daniel, que se propone proteger el legado de Carax incluso cuando todavía no lo entiende.
No se entiende, no se conoce, pero ese autor caído en desgracia cuya obra ha marcado profundamente la vida del joven protagonista está siendo perseguido. Así que el lector se ve empujado hacia el deseo de protegerlo, como protegería cualquier elemento, siendo el lector romántico que es, del Cementerio de los Libros Olvidados. Ese mismo deseo lo siente Daniel, igualmente seducido por los libros perdidos y los escritores malditos. Aquí se forma el nudo de la trampa.
Todos los personajes hablan de Julian Carax como si nadie realmente hubiese llegado a conocerle, lo que apuntala el misterio. Pero cuando todas las historias incompletas se suman, el lector sí tiene la sensación de hacerlo. Incluso aunque apenas tenga una voz real en las páginas de La sombra del viento. Consigue vivir con la misma fuerza que el resto, sin embargo, solo que lo hace a través de sus voces. Y esta es la clave final por la que funciona tan bien.
Un personaje, muchas caras en La sombra del viento
A Julián Carax se le conoce mediante el recuerdo que ha dejado en quien lo conoció. Su personalidad se forma, a ojos del lector, a partir de los testimonios de quienes estuvieron cerca de él. En su infancia, su juventud, su vida adulta, incluso antes y después de que estuviera presente, a través de su familia o del legado dejado tras de sí. Es un mismo personaje, pero conocerlo a través de aquellos que le acompañaron facilita que el lector conozca una cara concreta y diferente de él. Y dificulta que conozca el resto hasta que no llegan unos ojos nuevos, un nuevo recuerdo, una nueva voz que destapa otro momento concreto y con ese momento otra serie de virtudes y defectos. Así, poco a poco, se va completando el puzle.
“Siempre me ha parecido que el momento para leer a Carax es cuando todavía se tiene el corazón joven y la mente limpia”, dice Gustavo Barceló, librero apasionado que queda asombrado cuando descubre la relación de Daniel con el autor. Barceló, como gran parte de Barcelona, no conoció a Carax en persona, ni siquiera llegó a vivir su trayectoria a tiempo real. Apenas sí ha tenido un par de libros en sus manos. Su historia se hizo grande con el tiempo, casi como una leyenda. El librero conoce su obra y es a través de esta como se obtiene esa primera mirada.
Carax es también apasionado. Escribe sobre asuntos delicados, no parece seguir más normas que las que él se impone y sus novelas no tuvieron gran éxito. Esa es su primera cara: la de un escritor con talento pero fracasado, que se perdió en escenarios decadentes del París del exilio.
Después se descubre que la primera imagen real llega mucho antes de lo que uno sospecha. Ese diablo antes mencionado es el propio Carax. Convertido en uno de sus personajes, se dedica a perseguir su sombra y su recuerdo, que son sus libros, para quemarlos. Porque, como más tarde señala Nuria Monfort, “Julián vivía en sus historias”.
Es Nuria quien ofrece la que tal vez sea la imagen más completa de Carax. La que aun centrada en su vida adulta termina de explicar su infancia, su juventud y el presente atado a Barcelona. Una infancia vivida al lado de una madre condenada a la infelicidad, con un padre amargo que no puede llegar a quererlos y un un amor prohibido que lo sentencia todo. Un amor de esos que no se olvidan aunque solo se haya vivido una primera mirada. Todo esto tiene una trayectoria en el tiempo, así como su personalidad creativa, extravagante, arrogante por momentos, inteligente. Nostálgica, por todo lo que pudo tener y nunca tuvo. Triste, por todo lo perdido. Desesperanzado, por la ausencia de oportunidades en la Barcelona que llora y el París que acoge solo a medias. Siempre encerrado en sí mismo.
Nuria es también quien compara a Julián con Daniel, lo que aporta otra perspectiva desde la que observar a ambos. De nuevo una relación entre dos historias diferentes, como si en realidad todo fuera una sola cosa diversificándose. Como si todo, y no solo la obra de Carax, fuera La sombra del viento. Como si Daniel se hubiera convertido en él al leerlo, por la influencia de los libros malditos y los escritores perdidos. O como si ese libro hubiera estado ahí para que Daniel, tan parecido al escritor en tantos aspectos, lo encontrase. Esto llega a sentir el lector, que hacia el final tiene claro que La sombra del viento tiene dos protagonistas, aunque a uno solo se le conozca a través de los demás.
Las palabras inolvidables de La sombra del viento
La sombra del viento es un compendio de palabras inolvidables, de citas con fuerza suficiente para pervivir por sí solas. Si uno presta atención, advertirá que muchas permiten también cumplir la labor que nos trae hoy aquí: conocer a Julián Carax. “Alguien dijo una vez que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre”, escribió Julián un día. Más tarde pudo citarle Daniel en sus primeros encuentros con Bea. “De todas las cosas que escribió Julián, la que siempre he sentido más cercana es que mientras se nos recuerda, seguimos vivos”, decía Nuria Monfort en su despedida. En todas estas palabras habitaba el alma de Julián. También en estas: “los libros son espejos: sólo se ve en ellos lo que uno ya lleva dentro”.