Belén Aguilera o cómo ser voz de una generación en la que estamos todos mal

Cambio de piel, tengo una cara B, como Mística de los X-Men.
Las canciones de Belén Aguilera y la voz de la generación millennial

Con la publicación de su último disco, METANOIA, Belén Aguilera (1995) se ha consagrado no solo como una artista que sabe bien cómo cantarle a una generación determinada sino como parte integrante de facto de la misma. Si Belén Aguilera sabe bien cómo cantar a esa generación que nació en la primera mitad de los noventa y que no sabe bien cómo, treinta años más tarde, moverse en el mundo, es porque forma parte de ella. Conoce sus dolores porque los vive, sufre sus dudas porque las tiene y experimenta con la sensación de vacío. Algunos salen de fiesta para atajar lo anterior y ella (seguramente también) compone canciones que se han convertido, poco a poco, en la voz de la generación.

Canciones para una generación que está actuando

La generación millennial hemos (por aclarar la voz de este texto) tenido facilidades y ventajas respecto a las generaciones previas, pero también nos hemos encontrado con un mundo a medio camino entre lo anterior y lo posterior. Si hablar de salud mental era un tabú o, aún más, un ente desconocido entre nuestros progenitores, nuestros primos pequeños han nacido con la lección aprendida. Pero nosotros, los millennials, hemos vivido nuestra temprana o tardía juventud buscando respuestas, porque sabíamos que esas respuestas eran necesarias, a preguntas que no sabíamos hacernos, porque no teníamos guía y no nacimos aprendidos. “Y me he olvidado de que para llorar también tengo motivos, tengo unos cuantos, pero ahora me importan cero. Hazme que cargue con los tuyos, lo prefiero”, canta Belén Aguilera en NADIE ME HA PREGUNTADO.

Esta búsqueda en el mejor de los casos terminó encontrando el sendero final hacia los profesionales de la salud mental. En el peor, y seguramente mayoritario, de los casos, hay cientos de miles de conflictos sin solucionar, porque las lecciones, casi todas ellas, llegaron tarde o mal. Las gestiones emocionales son complejas para todos, pero los millennials fuimos la primera generación en enfrentarlas en la inquietante juventud desde la apertura, desde mirar a los ojos al desde siempre ignorado elefante de la habitación y sentir la necesidad de hacer algo con él.

Eso de que igual que acudes al médico cuando se te rompe un brazo tienes que ir al psicólogo cuando mental o emocionalmente no te encuentras bien es una afirmación abrazada con relativa modernidad. En nuestra juventud, los millennials tuvimos que abrir camino, romper tabúes y luchar contra el estigma mientras poníamos solución a lo que nosabíamosbien que nos pasaba. Por ese estigma se ocultaron trastornos alimentarios o enfermedades como la depresión hasta reventar o hasta encontrar una mano amiga que ayudase a visibilizar, porque la mayoría no teníamos muy claro qué hacer con eso que teníamos dentro, de lo que empezábamos a hablar entre nosotros, de lo que el mundo no estaba hablando todavía como se habla hoy. Pero aun así, hoy se nos pide la responsabilidad emocional de quien ha crecido bajo estas premisas, sin entender que no crecimos bien con estas premisas, porque nadie nos enseñó qué hacer con ellas ni la mayoría contó con una mano amiga y normalizada que naturalizara los procesos. Así que, sí, estamos todos mal.

No sabemos qué es, pero algo es

Una mano amiga hubiera sido, en su día, tener a Belén Aguilera cantando cosas como INTELIGENCIA EMOCIONAL. “Y solo se agiganta, como cuando aquel nudo en mi garganta, o cuando me miro al espejo y lo que veo no me encanta. No sé qué me quiero decir, solo sé que hoy no me puedo dormir”, porque no hay una solución ahí a los problemas, pero la visibilización de estos es suficiente en ocasiones para arrancar.

Los millennials solo hemos ido siendo conscientes poco a poco de la necesidad de hablar de salud mental, y desde luego no crecimos sabiendo gestionar todo lo que esto supone. Incluso hoy que abogamos con ahínco por esa gestión, en la mayoría de los casos las conversaciones han llegado tarde. Así que somos taritas andantes que no han tenido oportunidad o no han sabido cómo atajar a tiempo los miedos, inseguridades y conflictos de identidad o relacionales surgidos en la infancia o la adolescencia. “Estamos todos mal, acéptalo”, canta Belén Aguilera en INTELIGENCIA EMOCIONAL.

Buscamos conocernos con casi 30 años, mantener diálogos con nosotros mismos que deben remontarse décadas atrás en el tiempo, “porque no lo sé ni yo si me pasa algo o no”, y eso de nuevo en el mejor de los casos. En el peor huimos, nos asustamos y nos escondemos, tapamos y hacemos como que no pasa nada. Así surgen los problemas de relaciones, no solo románticas, con los que cargamos. Nadie quiere implicarse demasiado, porque todo el mundo está demasiado asustado, demasiado dolido, ago nada sencillo de reconocer ante los extraños con los que tenemos que relacionarnos, así que toca actuar.

“Prefiero que pienses que soy hostil antes que débil”, canta en CAMALEÓN, que habla de ese mudarse de piel y cambiarse de cara y nunca terminar de ser quien eres. “Nunca sabré si en realidad estoy bien o es ficción, como en televisión”, continúa. “Estamos actuando, fingiendo que nada es para tanto, riéndonos de traumas que estamos superando”, sigue en INTELIGENCIA EMOCIONAL, quizá la canción más millennial de todas cuantas tiene.

En ANTAGONISTA le canta a la rendición. Suena a abrazo a una misma y en parte lo es, porque también vamos aprendiendo cómo abrazarnos a nosotros mismos. “No siempre tienes lo que mereces”, empieza, para después entregarse a la disociación que tantos memes (la generación del meme) regala, pero que es otro problema con el que se carga. ANTAGONISTA es también tapar, también cubrir, también no pensar para no sufrir. No puedo solucionar esto que tengo dentro, mejor dejarlo estar. “No quiero pararme a preguntarme nada, estímulos externos son los que me dan el placer de amarme, sentirme deseada, voy a ser mi cuerpo hasta que sangre mi mente, voy a sucumbir, no simple puedo ser fuerte”.

Puedes ser lo que quieras ser (si lo sabes, si te atreves, si te dejan, si…)

Los versos anteriores también pertenecen a ANTAGONISTA (muchos de sus títulos están en mayúscula, al fin y al cabo los millennials somos de gritar). En esta canción renuncia a ser el personaje protagonista para situarse en el otro extremo: “ahora me apetece hacerlo todo mal”, porque hay en esta generación un hastío generalizado de esos que te llevan a decir «paso de todo».

Esta generación ha crecido con la facilidad de estudiar una carrera que ha dejado a miles de jóvenes no solo sin trabajo sino sin haber tenido la oportunidad de reflexionar si tal vez hubieran preferido quedarse en su pueblo y abrir una panadería. La norma era la norma para quien tenía la oportunidad. Quien no encontraba ahí su camino, por la cuestión que fuera, era menos que el resto, un desagradecido, un irresponsable o todo a la vez. Era una derrota dejar carreras, decir no, replantearse ese camino. “Me quita el sueño decepcionarles”, canta en GALGO, así como “aguanto la paliza pa’ mostrar que valgo”. Nos vimos empujados a colocar la valía en lugares equivocados, rara vez en nuestro propio ser, y a competir por las medallas aunque fuera con el pie roto (las polémicas que se quieran, Iván Ferreiro llevaba razón).

Con retrospectiva se entiende el deseo de los progenitores de querer lo mejor para sus hijos, también con retrospectiva se ve el error de masa que se cometió, también con las generaciones anteriores, por hacerles asimilar que lo mejor era lo más alto, y que se está remediando en las generaciones posteriores. Pero bajo este planteamiento, los millennials hemos cargado también con el peso de ser la generación más preparada de la historia, porque hemos tenido la oportunidad de serlo. Por eso se nos exige inglés, porque además de la carrera dimos quince años el verbo to be en el instituto. Sólo ahora sabemos que eso no fue suficiente pero, de nuevo, las lecciones llegaron tarde o mal.

Que ese “puedes ser lo que quieras ser” que se vendió con tanta alegría (y amor, y esfuerzo, sin reproches generalizados para quienes lo entendieron como el mejor camino) también generó conflictos de ego y frustración que, otra vez, hay que atajar quizá cuando ya están asimilados como propios. Porque crecimos con la afirmación de comernos el mundo y los condicionales solo se han ido añadiendo con el tiempo, cuando son un obstáculo que nos ataca o nos frustra, y no la vida misma. “En los cuentos siempre hay un final feliz, pero luego en la vida real hay un matiz”, empieza cantando en ANTAGONISTA.

Así que los millennials no sabemos bien a dónde vamos, porque estamos todos mal, todos perdidos, todos agotados y frustrados. Al menos tenemos voces ahí fuera, como la de Belén Aguilera, que ofrece la oportunidad del grito comunitario. En este texto apenas se han mencionado cinco canciones, pero es una discografía entera la que se podría rescatar. Es Niña de ojos tristes (“yo tampoco soy feliz, pero perseguí lo que soñabas”, sobre todo lo anterior) o es cristal (“tengo un ojo siempre abierto, por si ataca”, sobre la ansiosa). Es Camuflo, de la que se toma un último grito: “si quieres ayudarme, escúchame antes de mirarme. Y si quieres verme, tendrás que hacerlo sin juzgarme”.

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