Philip J. Fry es bastante idiota. A lo largo de las ocho temporadas, u once si se toma en consideración el orden de emisión, el joven neoyorquino ha demostrado ser un patán. Pero, transportado un milenio al futuro desde el último día del 1999, el repartidor también es el personaje más homólogo a la audiencia en los conceptos de ciencia ficción que maneja la serie. No solo se aprovecha esto para hacer reír. A través de él y su relación con el pasado se articulan varios capítulos de Futurama que hacen llorar. Tres episodios sobre el pelirrojo que convierten a la sitcom en sadcom, que encojen un poquito el pecho y que repasamos a continuación.
Juego de tonos
El capítulo número 23 de la séptima temporada, seguiremos el orden de producción, juega al despiste. Su nombre es un guiño a Juego de tronos, con el que no tiene nada que ver. En realidad, bebe de Star Trek IV, Origen de Christopher Nolan y Encuentros en la tercera fase de Spielberg. De la primera toma el argumento, de la segunda el tema onírico y de la tercera la forma de comunicación de la nave extraterrestre.
Sin entrar en más detalles, el caso es que Fry debe explorar a través de sus sueños el último día que vivió en 1999 para reconocer un sonido que salve a la Tierra. Mientras lo hace, puede volver a vivir con su familia. No son experiencias reales, solo soñadas. Sin embargo, afectan profundamente al personaje. Que su vida en el tercer milenio sea mucho mejor que en el segundo no quiere decir que no eche de menos a su familia.
Aunque no esté a la altura de los dos que faltan, Juego de tonos sabe explotar la relación entre Fry y su madre con habilidad. La necesidad de hablar con un ser querido desaparecido es algo que comparten tanto él como ella. Hacerlo a través de los sueños es algo asimismo habitual, y que se ha reflejado en la cultura de muchas maneras, incluida canción de La oreja de Van Gogh. El giro de Futurama es convertir esto en una realidad para los personajes gracias a la ciencia ficción. Gracias a todo ello, se genera una emotividad genuina y no efectista con Manchild de Eels de fondo musical.
Ladrido jurásico
Un episodio muy conocido por los fans de Futurama precisamente por ser uno de los dos finales más lacrimógenos junto al de la entrega que cierra este repaso. Tira del mito de perro fiel, que va tan lejos hasta el Argos de la Odisea de Homero. Aquí, el animal se llama Seymour y es un chucho callejero que Fry adopta.
El can reaparece en la vida de Fry en el tercer milenio cuando este va junto a Bender al museo. La pizzería de Panucci en sí misma es la exhibición. Allí, el repartidor encuentra el fósil de su querido perro. El profesor Farnsworth ofrece crear un clon del bicho que podría tener incluso su memoria. Todo muy Parque jurásico. Por desgracia, Bender se pone envidioso.
Parte de la época dorada de Futurama, Ladrido jurásico contiene escenas muy divertidas. Por ejemplo, la protesta de Fry. Sin embargo, repite la jugada de flashbacks de La suerte del frylandés con similares efectos. Todo lleva a un montaje de minuto y pico final, al son de I will wait for you de Connie Francis, que afecta al lacrimal de cualquiera que haya tenido mascota o no sea un psicópata. Para quitar hierro al drama, años después El gran golpe de Bender daría a Seymour un desenlace mucho menos cruel.
La suerte del frylandés
Hay que ir hasta la tercera temporada de Futurama para hallar La suerte del frylandés. Si Ladrido jurásico jugaba la baza de la relación perro/amo y Juego de tonos la madre/hijo, aquí le toca el turno a lo fraternal. El más antiguo de esta terna de episodios que hacen llorar posiblemente también sea el mejor del conjunto.
El capítulo, cuya narración a dos tiempos le vino de El padrino II, se centra en la búsqueda por parte de Fry de su trébol de siete hojas. Allá en 1999, le daba toda la suerte que necesitaba. Los flashbacks sirven no solo para ver como lo consiguió, sino la envidia que le profesaba su hermano mayor Yancy. Este le robaba movimientos de baloncesto, trucos de breakdance y, según creía el viajero en el tiempo, hasta su nombre y el sueño de convertirse en el primer hombre en pisar Marte.
Cuando un enfadado Fry va a saquear la tumba del celebérrimo astronauta, descubre que no es su hermano. En realidad, es su sobrino, al cual Yancy llamó Philip J. en honor a su familiar desaparecido. El sueño de llegar a Marte también fue una herencia inspirada no en la envidia, sino en el cariño. Por suerte, el repartidor de Planet Express se da cuenta del asunto y devuelve el trébol al féretro mientras a la audiencia nos deja llorando con Don’t You (Forget About Me). Sí, el tema forma parte de la banda sonora de El club de los cinco, el disco donde estaba escondido el amuleto.