Steven Soderbergh y Ed Solomon llevan un tiempo trabajando juntos. Mosaic, serie de HBO, o la película Ni un paso en falso salieron de la dirección del primero y el guion del segundo. Una unión basada en el suspense, extendida con un nuevo trabajo para televisión. Se trata de Full circle, también para Max, cuyas claves repasamos a continuación.
Necesidad de atención
Hay series que se pueden ver con el móvil, hablando con un colega o haciendo arrumacos. Full circle no es una de ellas. Ser exigente con la atención del espectador no es una virtud, sino una opción, y Soderbergh ha ido a por ella sin reparo. El primer capítulo deja claro que hay que estar con la mente bien enfocada. Si alguien le da al «rebobinar» en la app de HBO, que no sienta vergüenza. No será la única persona que lo haga.
El guion de Solomon juega al despiste más que a querer parecer muy inteligente, como intenta siempre Nolan. Planta muchas tramas paralelas, no explica y tira para adelante con la fe de que la audiencia hará lo mismo. En ese sentido, no es algo extraño para quien guste de los thrillers. Más bien, es el pan de cada día.

Una miniserie que es una película larga
Las miniseries han tenido dos tipologías básicas a lo largo de la historia televisiva. Estaban las antologías, con relatos que podían estar o no relacionados entre ellos, y lo que pueden denominarse películas muy largas. Full circle se presenta como las segundas. No parece además que vaya a hacerse serie, como le ocurrió a White Lotus, que ya ha tenido dos destinos al que espera un tercero.
De esta forma, Soderbergh y Solomon siguen una línea argumental central. En ella se mezclan muchas tramas, está claro, pero podría haber sido un film de cartelera perfectamente. La alternativa de abarcar seis episodios de algo menos de una hora de media cada uno le permite a la pareja, eso sí, explorar lentamente a los diferentes personajes que plantea.

Las diferentes caras de Nueva York
En su estreno, la serie pone a Nueva York como su epicentro geográfico y social. Por un lado está el de los ricos, el de la familia Browne. Tienen un pisazo de esos que la mayoría de los mortales solo vemos en ficciones. Sam (Claire Danes) y Derek (Timothy Olyphant) son la pareja que lo habita junto a su hijo Jared (Ethan Stoddard). El padre ella, Jeff (Dennis Quaid), es un famoso cheff.
Por otro, la mafia guyanesa. La dirige Savitri Mahabir (CCH Pounder), que acaba de perder a un miembro de su familia y clan de delincuentes. Como lugarteniente destacado tiene a Garmen (Phaldut Sharma). Full circle sigue también a miembros de baja estofa, como Louis (Gerald Jones) y Xavier (Sheyi Cole). Ambos están bajo el mando del inepto Aker (Aked), sobrino de la jefa. Contraparte clara de los Browne, al menos al principio no se intuye justicia social alguna en el planteamiento que reciben.
Finalmente está, necesaria en un thriller, la policía. En este caso, el cuerpo de correos. Mel Harmony (Zazie Beetz) es una agente pasadísima de vueltas. No cae bien a sus jefes, casi no cae bien a su novia y difícilmente va a caer bien al público. Lejos de esos investigadores implicados y pulcros, improvisa que da gusto. Podría recordar, de lejos, al McNulty de The Wire.

Kurosawa, tono serio y supersticiones de Guyana
Llega el momento de comentar el argumento principal de Full circle. En esencia, es una serie sobre un secuestro. Concretamente, el del hijo de los Browne. Savitri cree que su marido había hecho caer una maldición de la que se ha dado cuenta con la muerte y robo que abren el primer episodio. La superstición le lleva a buscar ayuda sobrenatural y resulta que Jared es señalado para un extraño ritual.
Por desgracia, en vez de al chaval secuestran a otro, que le robó el móvil y se estaba haciendo pasar por él. Aquí se conecta con la película de Kurosawa titulada Tengoku to Jigoku. En ella también hay un hijo raptado que aparece en casa. El protagonista, como los Browne, debe decidir si salva o no al crío equivocado.
En todo momento el tono es tan serio como podría pensarse. Solo Harmony descuadra. Su actitud, que tira a lo cómico, no encaja con la actitud dramática de todos los otros personajes. Es una ficción que se toma muy a pecho a sí misma.

Círculos y enrevesamiento extremo en una serie que pone barreras
El título no es casual. El ritual que vertebra, al menos, el primer segmento de la serie se basa en crear un círculo cerrado. La cantidad de dinero que se pide es el número Pi. En este caso, el guion podría haberse ahorrado dejar esto claro a la audiencia. Lo que no es circular, esa forma perfecta, es la relación entre las tramas. Estas se perciben más bien como un ovillo, como un nudo a deshacer.
Solomon y Soderbergh dan información a mansalva. Ya sea en aras del suspense o para cimentar personajes, los detalles vuelan por doquier, en ocasiones fuera de control. Como se ha dicho, se planta el público ante una situación deliberadamente confusa que se acaba medio explicando. No todo el mundo estará a gusto con ello. Habrá quien decida, tras media hora de no saber qué está pasando, darle al «atrás» y probar otra serie.
Una vez se entra en el segundo episodio, el panorama se despeja. La bruma de una escritura caótica se deshace un tanto y se empiezan a intuir caminos a seguir por los diferentes personajes. Tampoco hay que dejar de mencionar la peculiar mirada de Soderbergh, tan centrada en la identidad o las cuitas familiares. En definitiva, la ficción de HBO es una buena alternativa para los muy cafeteros de lo policiaco.