Han pasado 13 años desde que James Cameron estrenara uno de los mayores taquillazos cinematográficos de toda la historia, el mayor, de hecho, tras su reestreno. Avatar, en su primera entrega, recaudó nada menos que 2.787 millones de dólares y supuso un hito en un sector arrasado por la crisis económica. Con su segunda entrega, Avatar, el sentido del agua, el director de Titanic pretende precisamente replicar ese éxito en un sector acuciado ahora por las consecuencias de la pandemia del Covid-19 y las plataformas de streaming.
Su objetivo es volver a llenar las salas, potenciando la experiencia cinéfila. Por eso, Cameron se ha pasado todo este tiempo profundizando y mejorando el formato 3D, verdadera novedad técnica de esta entrega. Sin embargo, en este artículo no venimos a analizar este tipo de tecnologías, sino a comentar los entresijos de un guion que hace aguas (nunca mejor dicho) por todas partes.
Estamos en Pandora más de una década después de que Jake Sully (Sam Worthington) y los na’vi expulsaran de su planeta a la “gente del cielo”. Durante este tiempo a Jake y Neytiri (Zoe Saldaña) no les ha ido nada mal. Han tenido dos hijos, una hija y adoptado a una cuarta. Todo les va bien. Todo es felicidad. Hasta ahí vale. Pero la demencia acude ya en los primeros minutos de la película como un personaje más del elenco.
Los personajes que nunca hubiéramos imaginado
La voz off the record de Jake Sully nos cuenta, en esos primeros minutos, que esa hija adoptada, Kiri, es en realidad el vástago de Grace. Sí, la difunta doctora encarnada por Sigourney Weaver. Parece que la parió su propio avatar desde su cápsula, mientras que la verdadera doctora ya había, supuestamente, fallecido. “Aún es un auténtico misterio”, indica la voz del protagonista. Y que lo diga.
La cosa se pone todavía más rara cuando nos enteramos de que el Coronel Miles Quaritch (Stephen Lang) también tenía un hijo que vivía en Pandora y que no pudo volver con los demás humanos a la Tierra. Hablamos de Spider (Jack Champion), una especie de Tarzán que pasa mucho tiempo con la familia Sully.
El último hecho digno de Cuarto Milenio o de Black Mirror que sorprende al inicio del filme es el regreso del fallecido Quaritch. Esta vez el coronel llega a Pandora en su forma na’vi, como un avatar, gracias a una clonación. Así que tenemos al antiguo antagonista reencarnado, a su hijo y a la hija del avatar de la fallecida Grace. A pesar de este loco planteamiento, la película todavía tiene esperanzas, pero…
Un argumento que no se entiende
Aparte de toda esta retahíla de presentaciones, en el comienzo de Avatar, el sentido del agua, podemos presenciar la llegada de mucha “gente del cielo”. En esta ocasión, según señala la General Ardmore (Edie Falco), parece que los humanos ya no vienen solo con la intención de obtener unobtainium, ese valioso mineral que supuso la destrucción del Árbol Madre de los Omaticaya en la primera entrega. Ahora vienen, según dice la militar, porque la Tierra se está muriendo y ellos son los encargados de hacer de Pandora un lugar habitable para el ser humano.
Podría ser esta una buena oportunidad desde la que explorar nuevas relaciones entre los na’vi y los humanos. Pero no. El argumento de esta segunda entrega del universo de Avatar no se centra, contra todo pronóstico, en la sinergia entre los dos mundos, sino en una venganza personal con reminiscencias del pasado: Coronel Miles Quaritch vs Jake Sully. El primero tiene el encargo de acabar con el segundo. Cuando Sully se da cuenta de esto decide escapar junto con toda su familia a la costa oriental de Pandora, la tierra de Metkayina.
Es entonces cuando cabe preguntarse: una vez fuera del tablero, ¿qué importancia puede tener Sully para el resto de los humanos alojados en Pandora, un na’vi que ya no es jefe ni líder de ninguna tribu? Estratégicamente, parece que no demasiada y, sin embargo, los militares no escatiman recursos en encontrar y atrapar al otrora marine. ¿Una venganza personal tiene entonces más importancia que salvar la Tierra? Parece que para Avatar, el sentido del agua, no queda ninguna duda: sí.
La presentación (otra vez) de Pandora

Si algo bueno tiene Avatar es, sin lugar a dudas, su apuesta audiovisual: montañas flotantes, plantas y animales exóticos, humanoides de rasgos felinos… Puede gustar menos o más, pero el mundo de Pandora no deja a nadie indiferente. En esta ocasión, a pesar de que ya no disponga del componente sorpresa, este mundo alienígena desarrollado en una luna de un planeta similar a Júpiter (Polífemo) sigue fascinando. Porque ahora, en vez de conocer la superficie, conocemos el mar de Metkayina.
Fascina, sí, pero tampoco pasa por alto que el mundo que Cameron recrea bajo la superficie del agua no es más que una copia del mundo terrestre de Pandora. Si en Árbol Madre eran los direhorses, en Metkayina son los ilu, mientras que la montura voladora, que en la primera entrega eran los banshee de montaña, se corresponde ahora con una criatura llamada skimwing. Lo mismo pasa con el árbol de las almas, que esta vez se encuentra bajo el agua.
Estas similitudes hacen que, de alguna forma, nos esté dando la sensación de volver a estar viviendo exactamente lo mismo que en la primera ocasión, aunque con algunas variaciones. Mismo perro, distinto collar. Pero, eso sí, a pesar de esta “repetición”, la película y las imágenes siguen sorprendiendo y, contra todo pronóstico, el filme se hace tan entretenido que sus tres horas de duración no se hacen largas.
La excepción más acuciante a ésta réplica marina del escenario terrestre de Avatar viene de la mano de los tulkun, unos seres muy parecidos a las ballenas y muy inteligentes que entablan relaciones muy estrechas con los na’vi y con los que se comunican a través de un lenguaje único.
Un final desastroso

El desarrollo de Avatar, el sentido del agua, lleva al espectador al descubrimiento-reencuentro de ese “nuevo” mundo. Lo acompaña de alguna que otra aventura de la mano de los pequeños de la familia Sully, en la que, por otra parte, apenas se exploran las relaciones entre unos y otros miembros. Pero el despropósito vuelve a hacer acto de presencia en la última parte del filme: el enfrentamiento entre la tribu de Metkayina contra Quaritch y CIA.
Hay gritos, flechazos, disparos y una lucha magistral por parte de Neytiri que recuerda al mismo Légolas. Pero el desconcierto viene cuando, de repente, la familia Sully se queda sola luchando contra sus enemigos. La única metkayina que queda es Reya (Bailey Bass). ¿Dónde están sus padres? ¿Y el resto de los na’vi? ¿Qué puede explicar esto? ¿Quizás es que han muerto todos? La desorientación es total.
A tal circunstancia, le sigue otro interrogante: ¿Por qué en los últimos minutos de la película la familia está muerta de miedo por sumergirse en el agua cuando se han pasado medio filme bajo el mar? Y otro más: ¿Cómo es que Quaritch se entera de que han matado a Neteyam (Jamie Fletters) si no estaba delante y nadie ha podido decírselo?Eso sí, al final podemos ver con alivio que la tribu de los metkayina no ha perecido en la batalla. De hecho, aparte de Neteyam no debe de haber muerto nadie más porque es al único al que le hacen un funeral. Funeral, eso sí, que no debemos de augurarle a este universo cinematográfico, pues James Cameron ya anunció que habría al menos una película más de Avatar. Así lo deja traslucir el final de la cinta, con una Jake Sully decidido a plantar cara a la “gente del cielo”…