Esta crítica de La casa del dragón 1×08 (El señor de las mareas) es como la noche, es oscura y alberga horro… spoilers.
El drama sigue asediando a la familia Targaryen en La casa del dragón 1×08, titulado El señor de las mareas y dirigido por Geeta Vasant Patel. Un nuevo salto temporal, de seis años, mueve el reloj hacia delante y lleva los odios de los padres a los hijos. Asimismo, sirve como canto del cisne para Viserys I Targaryen (Paddy Considine), un rey demacrado que decide ejercer como tal una última vez, en pos de una paz que a todas luces se muestra imposible. Con todo, es la herencia de Marcaderiva la que mueve los tornos de la serie heredera de Juego de tronos.
Una cuestión peliaguda en Marcaderiva

Tanto Viserys como Corlys (Steve Toussaint) han demostrado que están centrados en el legado, en la vida posterior a la muerte que da la fama. Pese a ello, en este octavo episodio de La casa del dragón ambos parecen condenados a dejar a otros sustituirles como grandes actores de la política ponientí. Un traspaso obligado, dado el paso del tiempo. El líder Velaryon lleva seis años sin ver a su mujer, Rhaenys (Eve Best), tras la discusión a cuentas de la herencia de Marcaderiva vistas en el episodio siete.
La Reina que nunca fue sigue afectada por la muerte de sus hijos, más al creer que fueron Daemon (Matt Smith) y Rhaenyra (Emma D’Arcy) quienes mataron a Laenor (John Macmillan). Desde los primeros capítulos, sin embargo, ha demostrado que no pierde el control pese a los azotes del destino. Así, ante la noticia de que Lord Corlys ha sido herido gravemente y podría morir, ha de hacer frente a un conflicto sucesorio. Si la Guerra Civil fue un prólogo de la 2ª Guerra Mundial, esta liza es lo mismo de cara a la futura Danza de dragones.
Por un lado está Lucerys (Elliot Grihault), heredero natural de Marcaderiva pero sobre el que pesan justificadas acusaciones de ilegitimidad. Por otro, el hermano de Corlys, Vaemond (Wil Johnson), que se niega a que un bastardo que apenas ha pasado por la sede de la casa maneje esta. Rhaenys y Baela (Bethany Antonia) ni están en las apuestas reales. El personaje de Eve Best es reafirmado en una posición lógica y leal, ganando en fuerza además por la gran actuación de la actriz. Precisamente su negativa a su cuñado hace que el asunto acabe en Desembarco del Rey.
Una visita forzada

La cuestión que va a plantear Vaemond a la corona afecta a la heredera actual. Que Alicent (Olivia Cooke), como voz de Viserys, admitiera al Velaryon por delante de Lucerys supondría un reconocimiento oficial a la ilegitimidad de este último. El efecto cadena acabaría tanto con ella como con sus hijos, en el mejor de los casos, fuera de la línea sucesoria. Los diálogos explican la cuestión y dejan claro que los personajes principales son muy conscientes de ello. Por ello, Rhaenyra y Daemon, junto a todos sus hijos, deciden ir a la corte desde Rocadragón.
En ella se encuentran un recibimiento que recuerda al que Corlys les dió a Viserys y Rhaenyra en Marcaderiva durante el quinto episodio. Alicent y Otto (Rhys Ifans) manejan el reino a su antojo mientras Viserys es poco más que un cadáver andante. La caracterización, que recuerda inevitablemente al rey leproso de Jerusalén Balduino IV, es excelente. Adormilado por la leche de amapola, en los últimos años ha sido monarca solo de nombre. La intención de su hija y hermano es hacer que reaccione, que despierte e intervenga en todo el asunto a favor de Lucerys.
Rhaenyra sigue mostrándose muy cabal, centrada y madura. Con esta actitud vuelve a ver a su padre, para presentarle junto a Daemon a sus dos nuevos nietos, Aegon y Viserys. Estos no cabe duda que son Targaryen. Irónicamente, para no querer ser madre ya tiene cinco niños y está embarazada de un sexto retoño. Pero el rey, más allá de alegrarse, solo demuestra su decrepitud. Una tensa reunión con Alicent da pie a un intento de la heredera de convencer a Rhaenys de que se ponga de su lado. Para ello, le ofrece un pacto matrimonial entre sus hijos mayores y las nietas de la señora de Marcaderiva. El amargor de esta por su creencia de que Laenor murió a manos de su esposa, de nuevo muy bien transmitido por la actriz, no da pie a que se pueda sellar un pacto que queda en interrogante. Asimismo, en este diálogo puede verse a la nueva Rhaena (Phoebe Campbell).
La ineptitud del heredero de los Verdes

Mientras los Negros mueven sus fichas y siguen siendo un bando muy favorecido por los guionistas en cuestiones de imagen, los Verdes tienen sus claroscuros. Aegon (Tom Glynn-Carney) sigue siendo repulsivo. Eso sí, Ty Tennant transmitía mejor esa sensación. Alicent recibe cierta redención gracias a él, cuando gestiona la violación de una sirviente a manos de su primogénito. Se asegura de que no quede embarazada y es hasta cariñosa con ella. No con su vástago, al que acusa de inmoral e irresponsable, calificándolo de decepción.
Esta escena resulta de gran interés porque demuestra que la líder de los Verdes realmente es tan recta como parece. Su ira hacia Rhaenyra por las cuestiones de virtud se extienden a un hijo al que no duda en juzgar. Su hija Helaena (Phia Saban) tiene el deber de aguantar al imbécil de su hermano y recibe todo el cariño de su madre. Además, sigue soltando frases misteriosas que, para quien quiera investigar, son spoilers.
La regente demuestra ser reina de facto durante la escena del Consejo Privado, donde es la que maneja todo junto a su padre. Lo que no puede controlar es el odio de Aemond (Ewan Mitchell). El chaval que domó a Vhagar, uno de los tres dragones que participó en la conquista de Poniente, es ahora un joven que aparenta 40 años. Además, es un maestro luchador, como demuestra junto a Criston Cole (Fabien Frankel). Su odio a Lucerys es notable y presagia una inevitable tragedia en futuros episodios de La casa del dragón.
El rey Viserys ataca de nuevo

Significativamente, es Otto quien se sitúa en el Trono de Hierro durante la resolución de la herencia de Marcaderiva. Una situación forzada, pues Corlys no ha muerto todavía. Pero, ¿a quién no le gusta un drama en la Fortaleza Roja? En una secuencia que retrotrae a grandes momentos como el juicio a Tyrion Lannister, todo parece ir a favor de Vaemond, al que se ha mostrado trabajándose bien a los Hightower, hasta que se da un giro muy telenovelesco.
Con toda la épica que le permite su estado de salud, Viserys I ejerce de nuevo y aparece en la sala para imponer orden. Ha dejado las drogas paliativas y ha recuperado la cabeza. Rhaenyra es la principal responsable de esto, ya que es la que le hace ver su demencia e incapacidad. El monarca da la decisión a Rhaenys, la única que sabe qué quería Corlys. Algo sorprendida, se pone del lado de los Negros y decide ser fiel a lo que quería su marido, aceptando el pacto matrimonial ofrecido por la heredera.

Vaemond no es que se lo tome muy bien. El corte directo que ha caracterizado a su personaje toma en estos momentos un cariz de desgracia total. No se contiene y acusa a los hijos de Rhaenyra de bastardos, a la heredera de «puta». Antes de que Viserys pueda cortarle la lengua, Daemon le parte la cabeza en dos. Eso sí, la lengua sigue pegada al cuerpo. Una resolución sangrienta que permite ver actuar a las hermanas silenciosas, que arreglan al decapitado Velaryon mientras Rhaenys observa. La muerte no le es desconocida, asegura al nuevo Gran Maestre Orwyle (Kurt Egyiawan).
La reunión final de una casa destinada a la división

Si hubiera paz en la casa Targaryen no habría La casa del dragón. Sin embargo, hay remansos de paz como los que ofrece la mayoría del último segmento de su octavo episodio. Viserys logra, a través de un discurso en el que se quita la máscara que ocultaba sus horribles desfiguraciones, que Rhaenyra y Alicent hagan sendos brindis de disculpas. Sinceras, logran deponer el odio durante unos minutos. Eso sí, la líder de los Negros es, como siempre, la que da el primer paso.
Son los niños los que destruyen el buen ambiente. Primero, cuando Aegon se insinúa a Baela delante de Jacaerys (Harry Collett) y Helaena. Esto da pie a nuevos brindis que hacen que la situación roce el absurdo, creemos que de forma intencionada. Si es así, un acierto completo. El primogénito de Rhaenyra habla primero para remarcar lo buenos que sin sus tíos, con efusivos golpeos en el hombro de Aegon. Este recibe los dardos de su esposa antes de que Viserys ponga música.
La felicidad es total durante unos minutos. Jacaerys baila con Helaena, que parece muy contenta. Hasta regente y heredera se miran con cierta complicidad. Pero cuando el monarca se va y traen un cerdo que desata las risitas de un Lucerys que hace gala de pavo, Aemond da un último brindis incendiario usando la palabra «strong» tan continua como cutremente que acaba provocando una pelea, en la que Daemon con un solo gesto muestra lo reflejado que se ve en su actitud provocadora. El mismo rictus sirve como advertencia de que no se pase. Con todo, Alicent y Rhaenyra quedan en verse de nuevo. Pese a que la última volverá a Rocadragón para evitar altercados entre los críos, regresará a Desembarco del Rey en dragón inmediatamente para estar con su padre.
El fin de una era para los Targaryen

Todo va excesivamente bien y eso no puede ser. No lo es, claro. Por un lado, Mysaria (Sonoya Mizuno) reaparece. La antigua amante de Daemon se destapa como una maestra de espías con agentes tan jugosos como la principal sirvienta de Alicent. Por otro, Viserys monta un pollo importante sin saberlo.
De nuevo bajo los efectos de las drogas, confunde a Alicent con Rhaenyra. Su hija le preguntó la noche anterior si el sueño de Aegon era real. El rey, en un error funesto, le cuenta a una descolocada Alicent que la profecía es real. La regente, claro está, pregunta que de qué Aegon habla, creyendo en un principio que se trata de una aval a su hijo. Porque cuando menciona que ella es quien debe «unir al reino», «frente al frío y la oscuridad», la expresión de la reina cambia por completo. Creemos que ha sabido atar cabos y darse cuenta de que hablaba a Rhaenyra. Sea como fuere, es una afirmación que le da pie a coronar a su hijo, así como una última confirmación de que este nunca fue considerado como aspirante al Trono de Hierro por su marido. «Lo entiendo, mi rey», asegura taciturna antes de marcharse.
El octavo episodio de La casa del dragón vuelve a ser uno de intrigas, así como de gran importancia para el desarrollo de las tramas y personajes involucrados en la futura guerra civil. Se muestra que la paz tuvo una oportunidad, pero una irónica mala suerte, que evita ser un deus ex machina por la larga composición de la enfermedad de Viserys, da al traste con el esfuerzo del monarca. Este tiene la que es, al 99%, su escena de muerte. Una bella, calma y con Aemma como protagonista. Igualita que la de Marion Cotillard en El caballero oscuro: la leyenda renace. Con ella Paddy Considine se despide de un personaje al que ha encarnado de una forma ideal y cierra un capítulo en la historia de los Targaryen.