El género de espías nunca ha sido rápido. Al menos, el de verdad, no el que consiste en agentes secretos pegando tiros en público. Por eso se le compara en el ajedrez, primero hay que poner un tablero. Luego las fichas se mueven aparente despacio hasta que, sin que haya pasado demasiado, las piezas importantes empiezan a caer una tras otra. Invasión secreta 1×04 ha iniciado esa fase de la partida. Amado, de nuevo dirigido por Ali Selim, sigue adoleciendo de los problemas que la serie va a seguir teniendo hasta el final, pero saca fuerza de una intriga que ha construido con, quizá, demasiada lenta paciencia.

G’iah estaba de parranda
El gran fallo de Invasión secreta hasta ahora es que la mayoría de sus giros vienen gritando que van a ocurrir. No pasó así en el que cerraba el primer episodio, pero sí en el resto. Que G’iah (Emilia Clarke) estaba viva lo sabía hasta mi prima la del pueblo. Tampoco tiene efecto alguno confirmar, que no descubrir, que Rhodey (Don Cheadle) es un bicho verde. Sí puede llamar la atención que sea una Skrull, pero de eso ya se hablará más adelante.
Respecto a la hija de Talos (Ben Mendelsohn), está en un punto difícil de definir. Es una superskrull gracias a que se inyectó con el virus Extremis modificado por los cambiacaras. Una previsible con Iron Man 3 y el MCU que la serie acierta tratándolo de forma sucinta. Más interesante es su estado mental. Traidora a Gravik (Kingsley Ben-Adir), no comparte la visión ingenua de su padre.
Talos, por su parte, se sincera con ella. De paso, cuenta a la audiencia su plan en una escena no falta de ternura, íntima y que confirma que ese es el segmento fuerte de Invasión secreta. El general quiere acabar con el plan de Gavrik para que los gobiernos de la Tierra le deban una. Pretende demostrar que son buena gente y así forzar la convivencia del millón de los suyos con los humanos. G’iah no ve ese cariz positivo de los Skrull y huye presa del nihilismo. Un detalle digno de mención es que Clarke se muestra físicamente demacrada, natural. Se agradece que esto ocurra, al igual que le pasa a otros personajes estresados.
Escenas de matrimonio versión Nick Fury
El gran momento del episodio también va de intimidad y conversaciones difíciles. Se trata de esa escena en que Nick (Samuel L. Jackson) y Varra (Charlayne Woodard) ponen las cartas, o mejor dicho las pistolas, sobre la mesa. Aquí la tensión está bien escrita y ejecutada, de paso enseñando que Fury está recuperando facultades. Antes de hablar, el espía coloca un micro a su esposa y se entera de que el falso Rhodey le ha encargado que sea ella quien le mate.
Las reticencias de Varra son claras. Cuando se enfrentan, no les queda más que ser sinceros. Samuel L. Jackson y Woodard tienen vía libre para lucirse. Así se conoce por qué ella escogió la forma de Priscilla, por qué está atada a su marido. También se abre el antiguo director de SHIELD, que no ha estado ahí para ella y que sabía que la relación era un gran riesgo. El guion fluye eficaz hasta que ambos recitan un poema y se disparan a la vez.
Evidentemente los dos tiran a fallar, pero hay unos segundos de duda que aportan intensidad dramática. El asunto se cierra con líneas muy de cine negro del Hollywood dorado. Una terapia matrimonial extrema esta, pero entretenida y funcional.
Rhodey y la acción de turno
El otro eje de Invasión secreta 1×04 tiene que ver con Rhodey y el último plan de Gravik para que haya una guerra mundial. Fury visita al falso vengador y le dice a la cara que sabe que es un Skrull. Este contraataca con un video de su jefe disparando a Maria Hill con la forma de Nick. Todo queda así en tablas aparentes. Sin embargo, el personaje de Samuel L. Jackson le ha colado un localizador vacilándole con un bourbon.
Se descubre que el objetivo de Gavrik es el presidente de los Estados Unidos. Su plan es asaltar un convoy militar en el que viaja el propio Rhodey. La acción es buena aunque requiere de cierta permisividad por parte del espectador para pasar por alto elementos poco verosímiles. Por ejemplo, aparecen helicópteros que atacan al coche presidencial. Luego resulta que la caravana tenía antiaéreos que a su vez son derribados por las naves. Bueno, será por las artimañas del falso Máquina de Guerra. Que, ojo, tampoco usa su traje pese al peligro para el líder del país al que sirve su máscara.
Fury sigue entonándose y entra en acción como si estuviera en la serie 24. Nadie puede decir que sea un cambio radical, lleva preparándose desde el piloto. La confianza entre Talos y Nick, explotada en el segundo y tercero, llega aquí a su clímax. El Skrull lo da todo para salvar al presidente y lo consigue. Su recompensa es que Gavrik lo acuchillé tras transformarse en un soldado británico. Aunque se da cuenta, su amigo no actúa lo suficientemente rápido. Respecto a que cuele o no que el líder terrorista de el cambiazo, ya es cuestión de lo quisquilloso que sea cada uno. La escena llama al caos y la confusión necesaria para que sea viable.
A pesar de lo sucedido con G’iah, que apunta a seguir la senda de la violencia en lo que queda de temporada, nada señala a que lo de Talos sea un señuelo. Es más, es un giro chocante que deja sola tanto a la Skrull como a Nick Fury. Sin ser perfecta, la serie de Marvel mejora según avanza con un posible final de alta intensidad.