Crítica de ‘Los reyes del mundo’, el lirismo de los miserables

Una película que ganó muy justificadamente la Conche de oro en San Sebastián.
Fotograma de Los reyes del mundo

Cantaba Lluis Llach que un día llegaría el día de los miserables. Para tal ocasión, decía, se guardaba la mucha rabia y miseria que tenía, las poquitas fuerzas, esperanzas y palabras que conservaba. Laura Mora hace que ese día llegue para cinco chavales de las calles de Medellín. Pero no pone ni una pizca de sentimentalismo, de buen rollo o de ingenuidad. Los descastados no son héroes romantizados, son desgraciados y así se puede ver en Los reyes del mundo. En adelante hay algún spoiler, así que cuidado.

Fotograma de 'Los reyes del mundo'
Cortesía de BTEAM Pictures.

La lírica de la desgracia

Laura Mora dirige y coescribe, junto a Maria Camila Arias, esta película que en España puede verse en Filmin. El cariz social que ya pudo verse en su anterior trabajo, Matando a Jesús, explota aquí a través de una cinta que mezcla la road movie con el cine de paso a la adultez.

El viaje se inicia en Medellín y recorre el valle del río Cauca hasta Nechí. Rá (Carlos Andrés Castañeda) acaba de enterarse de que ha heredado un terreno en tal destino. Es un recorrido largo, más de 300 kilómetros, además de peligroso, pero le da igual. En la ciudad a la que llegó tras huir de las guerras paramilitares no le espera más que pobreza. La nada más absoluta.

Junto a sus amigos va descendiendo por carreteras que son el equivalente al río de Apocalypse Now. El descenso a lo irreal es parecido, con una niebla que parece anticipar la locura y la desgracia. Mora es ágil en este juego, atrapando una naturaleza apabullante que oculta una realidad social tristísima. Se trata de un juego lírico visual que funciona pese a algunas metáforas que podrían sobrar, como la del caballo blanco.

Fotograma de 'Los reyes del mundo'
Cortesía de BTEAM Pictures.

Entre la realidad y la fábula

La restitución de tierras a los millones de desplazados por el conflicto en Colombia es un asunto peliagudo que sirvo como base del argumento de Los reyes del mundo. El servicio devuelve las tierras a sus legítimos dueños, pero los juegos legales acaban tumbando cualquier amago de justicia. Rá no es consciente de ello cuanto parte al entorno de Nechí. Tampoco Winny (Cristian Campaña), Nano (Brahian Acevedo), Culebro (Cristian David Duque) o Sere (Davison Florez).

Tampoco son fantasías los secuestros, la impunidad de las corporaciones o la pobreza de los niños de la calle. Recordando a ratos a Buñuel, Mora entrelaza estos elementos en una fábula muy estrechamente. En ocasiones tanto que ya es difícil discernir qué es de verdad y qué es figurado.

El tránsito de Nano por la selva ya avanzada la película es una forma bella y desgarradora de mostrar lo que tantos colombianos han sufrido. Un paseo involuntario, terrible. Hacia el final, el encuentro del grupo con una pareja de ancianos parece entrar en la parte mágica. La cámara transita la casita donde viven, desvencijada e inhabitable. No queda más que preguntarse si están vivos o no. Si los protagonistas acaso no hace tiempo que perecieron, en alguno de esos encuentros de carretera que han ido teniendo.

Fotograma de 'Los reyes del mundo'
Cortesía de BTEAM Pictures.

Niños que quieren ser niños

Los reyes del mundo se ejecuta desde una gran ternura en la visión de sus personajes. El guion les destroza sin cortapisas, pero la mirada de la cámara les muestra como los niños perdidos que son. Podrían ser los jovencitos de Quédate a mi lado, pero tuvieron la mala suerte de nacer en otro espacio y tiempo. Que estén interpretados por actores no profesionales es una excelente decisión.

Winny es el más niño de todos. Sere posee un rico mundo interior a pesar de su realidad destrozada. Nano busca avanzar a pesar de que a las dificultades compartidas con su clan se suma sufrir el racismo que acosa a los afrodescendientes. Culebro es un advenedizo al que cuesta culpar. Rá es el jefe, el heredero, la luz de sus hermanos de calle.

Cada vez que pueden admiten la ayuda. En unas prostitutas encuentran el calor materno. Podrían haberse quedado con ellas, pero el guion necesitaba que no fuera así. Entre perros descastados que los representan como conjunto, conocen a un solitario hombre que también les asiste. Hay gente buena además de secuestradores, asesinos y turbas que les acosan tras sus actos de maldad.

Porque estos niños no dudan en robar o en romper farolas. Son salvajes y no conocen un control que nadie les ha enseñado. Dejan a su paso un reguero de destrucción adolescente que es más fácil achacar a ellos que a la sociedad que les dejó de lado. Por eso montan una barricada en una carretera o rajan los plásticos de unos invernaderos.

Los miserables no tienen buenos finales

La película que en España puede verse en Filmin y en países como Colombia o México en Netflix, no anticipa nunca un final feliz. Laura Mora y Maria Camila Arias saben que esto sería traicionar la realidad que a veces reflejan de forma casi documental. La rebeldía, la energía, la esperanza juvenil no son buenos compañeros de viaje en el contexto en que viven.

En todo caso el film logra abarcar sus casi dos horas sin aburrir. Juega bien sus cartas y demuestra que mereció esa Concha de oro que ganó en Donostia. Es un film que ver con el teléfono apagado, aunque se esté en casa. De esas obras en las que conviene mirar y prestar atención en lugar de sentarse ante ella para pasar un rato. Es dura, pero los miserables no merecen que sus historias se edulcoren para que quien las conozca se sienta menos mal por permitirlas.

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