«Siempre saludaba en el ascensor». «Era un encanto aunque algo tímido». «Nunca hubiese imaginado que fuese así». Los tópicos de declaraciones de vecinos en crónicas de sucesos, además de potenciales memes, guardan la verdad de lo obvio. Mantícora, de Carlos Vermut, hace lo propio. Un film que se basa en la construcción en lugar de en la revelación. Porque poco a poco, con paciencia en ocasiones extenuante, se da a luz a un monstruo de lo más majo.
Reprimir para no pecar
La contrición interna, más allá de su significado cristiano, es un método de defensa universal. Ante la ofensa que puede llevar a uno a ser alejado del grupo, sea este una tribu o una sociedad moderna, arrepentirse y prometer no volver a hacer el mal es muchas veces la primera opción. Todo queda en casa. Porque si esta compunción fuese pública, el pecador podría acabar de aislado a en una zanja.
Se trata del juicio público, igual o más severo que los penales y civiles. Ya lo decía Elisabeth Noelle-Neumann en La espiral del silencio. La masa es algo de lo que todos somos parte y la necesitamos. A cambio, esta puede actuar. Es probable que surja la pregunta de a qué viene esta turra. En esencia, porque el Julián de Nacho Sánchez, protagonista de Mantícora, está en una de esas situaciones.
Se descubre siendo un monstruo. Trata de evitar ser un monstruo. Pero (como señalaban los acompañantes de este redactor al salir del visionado), las salidas ante esto son pocas. La mantícora, criatura mitológica que tiene un cuerpo de león, cola de sierpe repleta de pinchos y cabeza humana, que es Julián es consciente de su condición. Trata de apañar su repugnante pulsión, de evitar un destino que acaba llegando a la griega. Pero la contrición no gana a la realidad. La cinta de Vermut es así una tragedia pura, que da contexto pero no justifica la acción del protagonista, en la que puede vislumbrarse varios finales. No obstante, todos ellos son devastadores.
La normalidad de Mantícora
Planos naturales y un juego de luz que apunta siempre a lo onírico maridan con un ambiente de normalidad, que no costumbrismo. Las situaciones que viven Julián y la Diana de Zoe Stein están plagadas de lo anodino. De eso que el espectador ha vivido. No hay exageración, no hay vueltas de tuerca. Eso provoca que el juego de creación y tensión propuesto por Vermut vaya como la seda.
En más de una ocasión es fácil clamar a la pantalla que la escena avance. También es fácil acordarse de Magical girl en este aspecto, así como en la creación del mal desde la normalidad. Como As bestas, aunque desde otro ángulo, Mantícora logra apretar el corazón del espectador. Ayuda la mencionada Diana, una joven catalana que se ve en Madrid para cuidar de su padre, impedido por un ictus. Forma una pareja muy habitual con Julián. No es extraño que ella sea andrógina, con cara aniñada.
Diana es un personaje contradictorio. Veinteañera pero en busca de una estabilidad, de un lugar, que se ve incapaz de lograr por ella misma, retrotrae y mucho a la Julie de La peor persona del mundo. Tiene potencial para hacer lo que quiera, pero ante tal mar de posibilidades acaba abrazando la comodidad. En este caso, del cuidado. Porque le permite hacer algo y poder seguir con la normalidad que fundamenta Mantícora. No hay drama, sino regocijo, por parte de la muchacha ante lo que para muchos es una carga.
Una corriente bien dirigida hacia una conclusión brillante
A los elementos antes mencionados, se debe añadir un apartado sonoro basado en el silencio. Es de esas películas donde el crujir de las palomitas retumba. Un refuerzo a la incomodidad que no para de generar Mantícora. El cóctel de tensión no da pistas sobre por qué Julián es un monstruo, las grita. Como se ha dicho, quiere ser obvia al respecto. Cero sorpresas. Al fin y al cabo, la tragedia latina se basa en la predestinación e inevitabilidad del destino.
Gracias a ello, el protagonista va mutando hasta lo peor. Una hora y algo después de arrancar la narración toca ver impotente la culminación de un desastre. Esta escena, un final en falso, corre lentamente y sin piedad. Luego llega un epílogo que habla del personaje de Diana, pero que sabe a poco tras el sufrimiento de la secuencia anterior.
Parte de un año magnifico del cine español, Mantícora le aguanta el pulso a As Bestas, Alcarrás o Cinco lobitos. Con la primera comparte la generación de tensión, con la segunda el reflejo de la cotidianeidad y con la tercera el tema del cuidado al ser querido. No se malinterprete esto, pues la película de Carlos Vermut tiene una entidad más que propia. Es difícil crear un monstruo tan brillantemente como lo ha hecho el director español.