La fantasía está teniendo, como el mismo George R.R. Martin ha señalado en alguna ocasión, una época de gran auge en lo tocante a series. Ya sean obras originales o adaptaciones como La casa del dragón, no falta material para los fans. La pega es que muchas veces el resultado sea titubeante. Eso le ocurre a la primera temporada de Willow. Una producción de Disney+, basada en la película de culto dirigida por Ron Howard a finales de los 80, que juega todas sus bazas a hacer correr sus tramas como pollo sin cabeza.
Nostalgia, pero, ¿de qué?
La inseguridad de la industria audiovisual es clara cuando se observa la cantidad de proyectos basados en franquicias o productos existentes. Combinado con la burbuja nostálgica, hay una plaga servida. La serie de Willow cae en este saco aunque solo hasta cierto punto. Parte de un film que logró un éxito moderado en taquilla y recibió críticas normalitas. No bebe de un universo tan cimentado como El señor de los anillos, Juego de tronos o, por bajar un escaloncito, Sombra y hueso.
Aunque se expandió con novelas o juegos, Willow no dejó nunca de ser algo mediano. Simpático, adorable en su cutrez, pero nada más. El recuerdo es lo que basó el hype en la serie. La película mezclaba elementos de alta fantasía. George Lucas cogió partes de El Hobbit, de Conan y de otros hits del género para meterlas en una batidora. Eso sí, la banda sonora de Horner le sumó más de un punto.
La actual serie parece hasta cierto punto consciente de esto. Prescinde de toda altivez y asume lo que era, y es, Willow. Así se planta ante el espectador con mucha referencia de los ochenta, pero más externa que de la película a la que da continuación. Hay elementos, como cierto monstruo ratil, que retrotraen al metraje de Ron Howard. Pero si Conan ya estaba, ahora más todavía. Por ejemplo, también hay mecánicas de posesión que recuerdan a Evil Dead. El resultado no es el servicio de fanservice esperado por más de un millennial, sino una producción de jóvenes adultos madurando para gente de la Gen Z.
Tramas sin ton ni son
Si la no veneración de un clásico de culto, tema en el que se ahondará más adelante, podría levantar alguna ampolla absurda, el penoso guion puede generar quejas más estimables. La relación con el desenfadado mix de fantasía (y algo de terror) nostálgico es que las tramas parecen ser otra mezcla a lo loco.
A lo largo de los primeros seis episodios se dan la mano historias que introducen la mar de elementos sin preocuparse de explicarlos, desarrollarlos o cerrarlos. Los tópicos se suceden pero no se explotan. La velocidad en la acción es lo primordial en la temporada 1 de Willow. No ha hecho prisioneros al respecto y la coherencia ha sido la principal víctima junto a sus personajes.
Como muestra de lo poco que le preocupa a la serie de Disney+ pararse a pensar hay dos ejemplos tempranos. Por un lado, atención pequeño destripe, la reacción de grupo a la muerte ante la muerte del caballero Jørgen Kase. Se anticipa de forma atroz a nivel de escritura y no le importa a nadie lo más mínimo. Todo ello carece de sentido. Asimismo, la aparición de dos leñadoras vestidas como si fueran dos colegas de la Australia profunda tampoco se sabe a qué viene.
No es hasta el episodio siete que la acción se ve obligada, literalmente, a parar. Ahí Willow logra ascender. El guion se ve forzado a que el grupo principal interaccione. Así, se puede profundizar en loas motivaciones y miedos de los personajes. Tras ello, llega una conclusión aceptable, fruto del capítulo anterior más que del sextuplete inicial.
Decisiones arriesgadas en el tono y la banda sonora
Salvada de ser absolutamente terrible por sus compases finales, la primera temporada de Willow tiene muchos elementos salvables. Por ejemplo, su elenco cumple a la perfección encarnando refritos de la original o de arquetipos del género. Además, los actualiza incorporando una diversidad que parece que se va aceptando. La serie no se ha librado de las rancias acusaciones de wokismo habituales, pero más atenuadas que en el caso de Los anillos de poder.
Los diálogos están claramente dirigidos a un público juvenil. No hay nada de altivez, de épica estirada, sino todo lo contrario. Los chavales hablan como se espera de un adolescente o universitario actual y los alivios cómicos como Boorman obvian la seriedad. Los más veteranos si entran en mayores diatribas, como Willow y su aceptación de que es un «granjero con suerte». Pero ni los actos más heroicos, como el arco de redención exprés del personaje de Christian Slater, quiere ser profundos.
La música también va por ahí. Britannia arriesgó metiendo en sus créditos iniciales a Hurdy gurdy man y en sus episodios más de un tema rock. Willow hace los mismo, alejándose a ratos del recuerdo de la banda sonora de Horner y reduciendo una vez más el tono. Una decisión que puede o no gustar, pero que da un gran empaque musical a más de una escena. El vestuario, como el de las mencionadas leñadoras, es a veces desconcertante. Pero, como se ha comentado, cuadra con un público objetivo de la Gen Z.
Hay redención posible para a serie Willow
En más de una ocasión cabe preguntarse si esta primera temporada de Willow podría haber tenido otro nombre y haber estado ubicada en un universo original. Desacomplejada hasta la extenuación, su falta de loas es bienvenida. Sin embargo, esto debe controlarse, no sea que de tanto refrescar la colada esta se acabe volando. Quienes lloren por la falta de respeto a la película original, tienen esta para ponérsela en bucle.
Al menos, la producción de Disney+ intenta no ser un clon de serie fantástica más. Lo hace aun siendo un nido de tópicos. Su problema es el pasarse de rosca. Tan veloz quiere ser que se quema en el proceso. Lo positivo es que ha tenido la suerte o la decisión de acertar al final. Ese desenlace, amen de una escena postcréditos que anuncia el número previsto de temporadas, es lo que da esperanza a Willow. Porque entretenida o divertida, en su sindiós personal, lo es un rato.