Si la primera temporada de la serie que reinterpreta el mito de Rómulo y Remo en latín antiguo supo crear un mundo de gran interés, la segunda temporada de Romulus logra cimentarlo todavía más. Las tramas se abren a la cultura sabina y etrusca en la producción que puede verse en HBO Max. Asimismo, mantiene a sus personajes en el gris y no duda en ejecutar giros dramáticos con sentido. Con una igualmente notable ambientación, concentrar los episodios en ocho en lugar de los diez de la entrega inicial ha ayudado a que el ritmo no decaiga.
Romulus II, la guerra por Roma y su expansión por el Lacio
Aunque se suele pensar en Roma como una poderosa república o en su estado imperial, en un comienzo fue poco más que un poblado del Lacio entre otros muchos. Allí habitaban los latinos, capitalizados por la mítica Alba Longa que aparece en la temporada inicial de la producción de Matteo Rovere, Cattleya, Groenlandia, Sky Studios e ITV studios. Pero también estaban por allí etruscos, volscos, ecuos… y los sabinos. Esta cultura, reimaginada a placer por Romulus II, es la principal novedad.
Adoradores del dios Sancus, están liderados por un Titus Tatios que recuerda sobremanera al Jerjes de 300. Parece que el intérprete del monarca, Emanuele Di Stefano, ha bebido bastante de las maneras de Rodrigo Santoro, que encarnó al persa. El aspecto impoluto en un mundo sucio, el exacerbado amaneramiento, el lujo y el despotismo de quien se cree hijo de una divinidad están ahí. También la seguridad de saberse a buen seguro vencedor en lo militar.
La soberbia de Titus Tatios se complementa bien con las incorporaciones que los sabinos traen a Romulus. Amulio vuelve como Servio tras ser perdonado por Ilia, su hija, en la temporada anterior. Es un servidor militar del rey, así como el Sabos de Max Malatesta, un general arquetípico. Pero sobre todo, destacan las sacerdotisas sabinas, lideradas por la Ersilia de Valentina Bellè.
Unir episodios míticos para mantener la tensión
Rovere y equipo decidieron dale una nueva y severa vuelta a los mitos fundacionales de Roma y unir dos episodios cruciales. Por un lado, la guerra con los sabinos. Esta se desata en la leyenda tras secuestrar los romanos a las mujeres del pueblo contrario. Por otro, la muerte de Remo a manos de Rómulo. Dado que la serie no desvela las correspondencias de los hermanos con Ilemos o Wiros, se mantiene la incertidumbre pese a conocer los relatos clásicos.
Esta es precisamente la gran virtud de la segunda temporada de Romulus. Lo sabe y juega al despiste. La certeza de que Roma sobrevivirá es obvia, pero el cómo no. Se sea fan de la mitología romana o no, el desarrollo hasta los dos episodios finales se mantiene en alto gracias a ello. Una vez llegado a estos, sí es posible vislumbrar la trama tejida.
Aunque hay algún momento que resulta desconcertante debido a una ejecución algo pobre (especialmente el giro al final de una frustrada emboscada sabina a Ilemos), de nuevo se hace un uso muy efectivo de personajes arquetípicos. Los supervivientes de la primera temporada evolucionan en líneas dispares. Quienes sobran en el nuevo status quo son consumidos, quienes se adaptan hacen valer sus opciones.
En todo caso, la coherencia con respecto al carácter esencial de los personajes es notable. Evolución no significa cambio sin sentido. De esta forma, en los desenlaces argumentales los puntos fuertes de cada uno se mantienen y dan pie a un cierre satisfactorio. A este respecto, hay que hacer mención especial a Silvia, Ilia y sobre todo a Wiros.
Piedad y hermandad, motores de la segunda temporada de Romulus
Más allá de las contorsiones y los equivalentes entre lo visto en Romulus y la mitología clásica, la piedad sigue siendo la temática esencial. Si en la entrega inicial los dioses eran reales, en esta lo son todavía más. Titos basa su personaje en esto, en creer de veras que es el hijo de un dios. Pero es la relación entre Wiros y Ilemos la que más hace uso del concepto de creencia.
Las visiones, los oráculos y las interpretaciones que hacen los líderes de Roma, los reinos latinos y la capital sabina marcan el devenir de las tramas. Los desafíos a la paz interna de los romanos vienen en buena medida de la interpretación de la voluntad de Rumia, la diosa loba. Esto no quiere decir que se muestre la divinidad como algo real en el intramundo de Romulus. Al contrario. De hecho, las decisiones pragmáticas no faltan, aunque se racionalicen por los personajes para encajarlas en sus creencias. Que le crean a uno un dios es igual de poderoso que serlo de veras, aunque sea a costa de mentirse descaradamente.
El concepto de fraternidad y las consecuencias de un gran poder en esta es otro de los temas clave que mueven las tramas de Romulus II. No solo en lo tocante a Ilemos y Wiros, sino también a un Titos que envidia profundamente a los hermanos por elección. Quiere todo lo que tiene el hijo de Silvia: quiere una madre, quiere un hermano, quiere compañía. Al fin y al cabo, siendo el hijo de un dios se está muy solo.
Un camino sólido
Esta segunda entrega de Romulus cierra desvelando al fin quién es Rómulo y cómo termina el conflicto entre sabinos y romanos. Un final auténtico pero que da pie a que se siga desarrollando este universo. Aunque el latín arcaico ya no sorprenda, sigue siendo una forma de inmersión total. También se puede ver un avance en los trazados urbanos, en la escala, que se agradece tanto como los intentos por el realismo en las recreaciones visuales.
Reducir en dos los capítulos viene bien al ritmo, aunque a costa de más de un instante de precipitación. En todo caso, la premura le viene bien a un argumento en que lo bélico es el epicentro. Las intrigas también están a la altura, conectadas siempre a las temáticas mencionadas. Así, a Romulus le sigue quedando mucho por pulir, pero siendo la serie de acción pseudohistórica que es, logra su cometido de entretener en base a épica y politiqueo con creces.