Esta crítica contiene spoiler de Los anillos de poder 1×04 (La gran ola). Si no queréis conocerlos, corred insensatos.
Hay producciones a las que se les exige más que a otras. No es lo mismo la última de Marvel que Samaritan. La serie sobre la que versa esta crítica quieren tocar el sol y, como tal, recibe una presión muy alta. Ante ella, de momento se resquebraja, como muestra su cuarto episodio. Buenas intenciones hay, seguramente queriendo evitar que la quietud de la creación del mundo que ha ejecutado hasta el momento la paralice. Pero la forma que ha elegido para dar un arreón a sus tramas está plagada de lugares comunes. Demasiados. Tras Los anillos de poder 1×04, llamado La gran ola y dirigido por Wayne Yip, ya se puede asegurar que se espera algo más de esos cientos de millones invertidos.
Númenor, una Atlantis en potencia

Empezando por lo bueno, Númenor es la encargada de remontar un episodio emocionante pero excesivamente previsible. Lo hace arrancando fuerte y de la mano de Miriel (Cynthia Addai-Robinson), la reina regente. Una catastrófica visión la atormenta mientras duerme. Se trata de un cataclismo que arrasa con su isla. Este paralelismo con la Atlántida no extraña, dada la inspiración clásica del poderoso reino de los Edain, denominación de los hombres en el universo Tolkien.
Con ello en mente, se entienden mejor las acciones de Miriel. A la que cuesta comprender es a una Galadriel (Morfydd Clark) que tiende a forzar la situación tanto que en ocasiones parece incluso corta de entendimiento. Así consigue acabar encarcelada, tras ser ignorada su petición de ayuda por la reina y exigir ella un encuentro con su padre, el verdadero monarca numenoreano. Al tiempo, cuesta comprar que la elfa no sea capaz ella sola de atar cabos y requiera de la explicación de Halbrand (Charlie Vickers) para descubrir que es precisamente la ocultación del dirigente lo que debe abordar.
Sin entrar en detalles, antes de ser deportada de Númenor, Galadriel logra escapar de su celda en una escena involuntariamente hilarante que encajaría perfectamente en el Flying Circus de los Monty Python. Logra alcanzar la torre donde ocultan al rey Tar Palantir (Ken Blackburn), que resulta estar muy enfermo. La noble noldor vuelve a ser pillada por sorpresa por Miriel, que sabía exactamente qué iba a hacer. Como se ha dicho, la elfa se acerca peligrosamente a ser una pelele, incluso parece que el personaje se rebela en ciertas frases contra el edainsplaninign continuo que sufre. Mientras tanto, la regente maneja la situación sin esfuerzo y gana enteros al narrar la caída en desgracia de su padre. La revelación de cómo logra sus visiones proféticas y el papel de Galadriel en las mismas juega sus previsibles cartas con solvencia, enseñando un objeto de gran poder ya conocido por los fans de Tolkien.

Con la aparente marcha de la elfa de Númenor se desata un épico final de episodio basado en un giro de guion impulsado por los mismos Valar. Relacionado posiblemente con la proliferación de colonias numenoreanas de las que se tenía noticia en la obra literaria de Tolkien, da pie a una escena de alistamiento muy a lo Espartaco. Como curiosidad, el casting de Los anillos de poder ha mirado mucho a Spartacus, con al menos cuatro actores habiendo participado en la serie de Starz. Cynthia Addai-Robinson fue Naevia antes de Miriel, Simon Merrells interpretó a Marco Licinio Craso antes de Revion, Jason Hood a Cossutius antes de ser el bully Tamar y Antonio Te Maioha encarnó a Barca siendo aquí el maestro navegante de Isildur.
Destellos entre rocas

Otra trama que sobrevive al resto de las mostradas en Los anillos de poder 1×04 es la que une a Durin IV (Owain Arthur) y Elrond (Robert Aramayo). Ambos, de una forma algo forzada y desde los lugares comunes, son requeridos a revisar sus relaciones paternofiliales. El primero para justificar su ansia minera y el segundo porque su progenitor, Eärendil, básicamente salvó el mundo y ahora navega el cielo con un Silmaril en su barco Vingilot siendo el Lucero del Alba de Arda. Casi nada. Como siempre demasiado humanizado, el medio-elfo y su barbudo amigo están entremezclados en una suerte de batalla diplomática, de espionaje mutuo, que a buen seguro acabará poniendo su amistad en entredicho.
Sin embargo, resulta de interés descubrir elementos del lore, que ya se verá si se canonizan o no. El descubrimiento y denominación del mithril, donde el padre de Arwen demuestra que haber nacido hoy trabajaría en un equipo de marketing, componen una escena que logra fluir repleta de fanservice. El juramento que Elrond acepta al enterarse de la existencia del metal es algo muy propio del universo Tolkien y que se agradece. También reluce, bellísimo, el canto de Disa (Sophia Nomvete) a la roca para favorecer la suerte de su marido Durin IV y varios mineros implicados en un derrumbe. Este será el menor de los problemas que el mineral traiga a Khazad-dûm, como todo aquel que haya leído o visto la trilogía de El señor de los anillos seguramente recuerde.
El medio-elfo y el enano por fin están logrando alcanzar, de la mano de sus intérpretes, una camaradería más natural. Siguiendo de momento los pasos de Gimli y Légolas, les tocará cambiar de escenario hacia Lindon, las tierras élficas del noroeste. Ahora la mano la llevará el de orejas en punta y no el barbudo.
Los lugares comunes, una plaga

Situaciones ya vistas, previsibles, campan a sus anchas y rellenan el peor guion de lo que va de temporada, que ya es decir. Asó, restan calidad argumental a un episodio de Los anillos de poder que podía haber sido más. Volviendo a Númenor, los hermanos Isildur (Maxim Baldry) y Eärien (Ema Horvath) se están erigiendo en una amalgama de lugares comunes. Los encuentros de la última con el hijo de Pharazôn, Kemen (Leon Wadham), parecen salidos de una mala serie adolescente. La personalidad de la aplicada muchacha, à la Lisa Simpson, compone otro punto de muy baja originalidad. Por su parte, los intentos del hijo de Elendil (Lloyd Owen) de ser echado de la marina numenoreana también concluyen de la forma más habitual, con consecuencias para terceros. Su redención al final del capítulo se ha contemplado mil veces antes y resulta vacía.
Sin salir de Númenor, el consejero Pharazôn (Trystan Gravelle) se marca una escena basada en el populismo de masas más trillado, previo discurso todavía más manido por parte de Tamar. En lugar de poner el foco en la razón principal que los Hombres del Rey poseen para envidiar a los elfos y despreciar a los Valar, que no es otra que la inmortalidad que se les niega, se usa un argumentario digno de Trump que rechina.

Los humanos del sur también tienen su generosa ración de lugares comunes. Theo (Tyro Muhafidin), hijo de Bronwyn (Nazanin Boniadi) es el que más los sufre. La relación rebelde con su madre, su escapada a hurtadillas en contra de los deseos de esta, la huida tras ser acorralado por orcos y cómo se resuelve esta… Brilla, eso sí, el momento en que se encuentra con un orco, de nuevo con elementos de terror que ya se vieron en episodios anteriores. A la tercera irá la vencida y comenzará a ser un «Bart di tu frase».
El pobre Theo es descubierto doblemente por los servidores de Sauron, tanto los que están entre sus convecinos como los orcos de Adar (Joseph Mawle). Él es otro punto positivo en esta trama sureña, sin desvelar su misterio todavía. Está claro que quiere la espada que no se parece en nada al anillo único, ya que para eso manda a sus criaturillas a por Theo. Además, usa de Arondir (Ismael Cruz Córdova) para mandar un ultimátum a los hombres que no ceden al dominio del futuro señor oscuro. Una decisión cuestionable, pero ya tendrá sus planes. El resto de lo que le toca al elfo silvano no se escapa de lo previsible. Su enemigo, por otra parte, sirve para mostrar un peculiar ritual orco. Con esta maligna raza y sus costumbres tienen los guionistas un gran filón a explotar.

Si esta fuera una producción mediana se le podría pasar por alto la acumulación de lugares comunes. Al tiempo, como ya hemos dicho, es posible que esta sea la mejor forma de hacer avanzar su argumento general. Sin embargo, resulta muy pobre y no compensa un, de nuevo, soberbio despliegue técnico. Si Los anillos de poder aspira a ser el anillo único de las series y dominarlas a todas, va a necesitar algo más desde el guion. Entretenida y espectacular visualmente es, solo le falta el factor X que le permita dar el salto y que, de momento, sigue en el banquillo.