En el bar El paso se juntan locales y visitantes. Está al ladito de la estación de San Bernardo Industrial, junto a la colonia Marconi. La cola para entrar al recinto de un festival que quiere ser lo más guay de la capital ya es amplísima y no son ni las seis. Comentamos con el dueño del garito las consecuencias económicas del evento con un tercio que cobra a precio honesto. Luego dos litronas como avituallamiento para dar un paseo por el desierto entre Villaverde y Getafe que acoge el primer día del Mad Cool 2023. Bueno, y el resto también.
Offspring sabe cosas
Di las quejas vecinales han sido sonadas, la de los festivaleros no van a ser menos. Al sol de julio las colas se hacen eternas. El paisano del bar el Paso decía socarrón: «en la obra no les (os) va a dar un golpe de calor, pero ahí igual sí…». Que sepamos, no ha habido víctimas de momento, pero sí la necesaria hiperventilación en redes sociales. Por cierto, el cronista está en la cola no por valorar el ambiente y sufrir con la plebe, sino porque no pidió acreditación.
Media hora después, menos de lo esperado, llegamos al recinto con la sensación de estar en Magaluf o la zona guiri de Benidorm. Mad Cool se mira en Glastonbury o en el Coachella, busca esa modernita internacionalidad. El descampado recuerda más a las afueras del viña en todo caso.
Mientras pasa una nueva espera, esta vez para degustar un litro de cerveza al exagerado precio de doce pavos, Paolo Nutini suena de fondo. Lo hace bien, pero el primer objetivo es The Offspring. Los veteranos punkarras tienen calle. Jugaban con el público y lanzaban sus clásicos. También hacían estimaciones de audiencia. Tres millones y pico veían.
Da gusto hacer pogos aunque sea a la solanera. Es lo que tiene un festival de cartel sinsentido. Basta conque sea cómodo para los pijos acomodados que todos llevamos dentro. El caso es que había miraditas con los de al lado y al final la cabra tira al monte, para disgusto de una pobre chica inglesa a la que no dejamos ver al son de respetuosos codazos y empujones.
Ruido y bocatas en papel albal
Del segundo escenario nos dirigimos al tercero porque el pastiche de Machine Gun Kelly no nos llama. 1975 toca en «stage 3», pero está reventado de gente. La posición del mismo es una especie de ratonera en la que acercarse resulta imposible. La renuncia lleva a la terna de salas tipo antro de la Vibra Mahou Avenue. Sí, todo está patrocinado.
Black Maracas nos da una dosis de ruido encomiable. A diferencia de en otros lares, domina el castizo castellano. La voz del grupo puede que no sea la mejor, pero guitarrean bien y dan pie a meter cabezazos. Una gozada para quienes preferimos el rock en un conseguido ambiente de antro que además quita sol. Al salir, el sol poniéndose da la sensación de amanecer.
A Lizzo la escuchamos de fondo tras colarnos en una especie de reservado de fumadores. Nos acaban echando, pero no antes de comernos el bocadillo. Cada persona que saca una bolsa del Mercadona con pan blanducho es un motivo de orgullo. Sois de nuestro equipo. Respecto a la muchacha, que salió en la temporada 3 de El Mandaloriano, exhibe poderío en base a un pop que entremezcla elementos asociados a la cultura musical afroamericana. La muchacha pega mil en este festival.
El intento de ver a un Sigur Ros es igual de fallido que el de ver a 1975. Dios maldiga a ese escenario. A la crítica parece que les flipan los islandeses. Optamos por un poco de jarana con Nova Twins. Suenan bien y le gustan mucho a una familia que lo da todo. Hay muchos niños y cochecitos en el Mad Cool. El cartel de este año, desde luego, llama a que la edad tire para arriba.
Robbie el hablador
El que suscribe tenía muchas esperanzas en un Robbie Williams que resulta que le gustaba mucho más de lo que era consciente. Es lo que tienen los grandes nombres, que llevan sonando de fondo desde que uno era un crío. La voz de la estrella del pop no está en su mejor momento por el Covid de larga duración que sufre. De dorado, se ahoga incluso al segundo tema. Pero si The Offspring tenía calle, este tiene un barrio entero.
Charlatán, nos cuenta su vida y señala en repetidas ocasiones lo puto amos que es. Cómo no quererle. Mientras tanto, clásicos de ayer y de hoy cantados a medias con nosotros. La interacción, el show, es total e involucra a dos personas al estilo de Ignatius Farray pero sin incomodar. Con Gerard habla y habla y habla. Le regala una camiseta y le dedica una canción a sus hijos. Nuria de Lleida, ojo a qué bien hace la «ll» líquida Robbie, se lleva un She’s the one de gratis. Williams sabe y canta una de Oasis. Aunque venga Liam Gallagher, seguramente sea la canción del grupo británico cantada ante más audiencia del festival.
Con buen sabor de boca, toca cerrar la noche ante Franz Ferdinand. Los escoceses despliegan su animado rock con eficiencia. La peña lo intenta dar todo pero hay cansancio. También miedo a las colas de salida. En todo caso, los últimos estertores del día son muy divertidos, bailables. Buen directo.
Lil Nas X, según dicen a la salida, lo ha petado. Nos fiaremos. La sensación de estar en un rebaño de The walking dead es generalizado. Eso sí, la sensación es que nadie se cree un zombie, eso lo serán el resto. Con el fresquito de la madrugada, se cierra así el día 1 de este Mad Cool. Uno en que quien tuvo calle la retuvo. A ver la segunda jornada, que apunta a bajar pulsaciones.