Probablemente haya algo más doloroso que el amor no correspondido: el amor correspondido que nunca podrá llegar a hacerse realidad. Cómo rompe saber que lo que uno siente, lo siente el otro también. Pero que ha fallado el timing, o el cómo, o que simplemente no puede y no tiene que pasar. Todo esto lo recoge Morat en uno de sus temas más escuchados y, probablemente, más dolorosos; Cuando nadie ve.
En las películas, ningún obstáculo es suficientemente grande como para derrotar al amor. Pero en la vida real sólo hace falta un poco bagaje sentimental para comprender que no todo es tan sencillo. Que ni siquiera ese amor que dicen que todo lo puede, lo puede de verdad. A veces, el sentimiento aparece en el peor momento y en el peor lugar, en aquel en el que no tiene espacio. Y entonces sólo nos queda vivirlo en silencio, con la amargura que acompaña a todos esos “¿y si…?” que inundan nuestra mente y con la esperanza de volver a sentirlo cuando de verdad toque.
Así lo reflejan los chicos de Morat en la letra de Cuando nadie ve. Dos personas se conocen y la chispa surge prácticamente al instante. Parece de película, pero esas cosas pasan. A veces, la conexión es inmediata y es sorprendentemente fuerte. Lo que nadie cuenta es que, aunque se da, aunque la unión existe, en ocasiones llega cuando no debe hacerlo. Cuando ya hay otra persona y ya existe un amor previo. Y entonces, como bien cantan Juan Pablo Isaza, Martín Vargas, Simón Vargas y Juan Pablo Villamil, el verano que iba a ser eterno, se convierte en frío invierno.
Todo aquel que ha vivido una de estas historias que nunca llegan a serlo sabe que esa conexión no se esfuma en el momento en el que sabemos que es imposible. Se mantiene y resquebraja cuando las miradas vuelven a cruzarse. Es ese “te miro, me miras, y el mundo no gira, todo parece mentira…. Tú sigue, yo sigo, es nuestro castigo fingir que somos amigos, y cuando no haya testigos, mi vida entera te daré cuando nadie ve” el que duele.
Porque esos amores secretos e imposibles de los que habla Morat, en los que ni siquiera podemos confesar abiertamente nuestros sentimientos, se viven en la intimidad. Casi en la imaginación. Sus idas y venidas, los recuerdos que nunca llegarán a crearse y las conversaciones que en realidad se desarrollan en silencio, ocurren cuando nadie ve. Sin llegar nunca al plano de la realidad. Aunque sea en ella donde duelen.
Parece que Morat canta aquí a una vivencia muy concreta, pero lo cierto es que vuelve a conectar con miles de personas que, en silencio, también la han vivido. A miles de personas que se han creído solas y que, sin embargo, vivían lo que tantos otros. Quizá no hemos podido confesarlo en voz alta, pero, ¿quién no ha experimentado uno de estos amores?