Crear conversaciones tensas es un clásico de la ficción. John Le Carré sabía hacerlo a la perfección en sus novelas de espías, por ejemplo. El británico sabía crear un ambiente ambiguo que podía explotar en cualquier charla. Estos elementos los comparten sendos diálogos de As bestas y Malditos bastardos. Casualidades, o causalidades, de la vida, Denis Ménochet es coprotagonista en ambos. Ya sea como hombre sofisticado o campestre, el francés ha sido clave en dos escenas que hacen afición.
Un granjero francés sirviendo bebidas y cambiando de idioma
Los en torno a 20 minutos que componen el primer capítulo de Malditos bastardos han sido elogiados por críticos y por el público general. Erase una vez en la Francia ocupada por los nazis se sustenta en las palabras. En las que dice el Hans Landa de Christoph Waltz, en las que escucha el Perrier LaPadite de Ménochet. Porque el actor francés es un excelente practicante de la escucha activa. lo demuestra aquí y en la charla con botella de por medio que tiene en el bar de la aldea su personaje de As bestas con el Xan de Luis Zahera y el Loren de Diego Anido.
En ambas ocasiones, casualidad o no, los seres encarnados por Ménochet sirven a su interlocutor. Al nazi le da un vaso de «deliciosa leche», a los hermanos gallegos les liba de una botella del lugar. En ambas ocasiones, sus personajes son granjeros. Distintos, ya se afrontará este tema, pero hombres dedicados al campo de todas maneras. En las dos, es capaz de cambiar de idioma y meter al espectador hasta el fondo de la escena gracias a las decisiones políglotas de los directores.
Estoico en la actitud, Ménochet hace gala de su aspecto brutal. Físicamente es pura testosterona, un hombre muy hombre. Frente a él, sus némesis. Bestias todos ellos, como aseguraría Hans Landa. Los paralelismos son notables y no restan valor a diálogos que pueden situarse en la lista de los más tensos de las películas estrenadas este siglo. Conversaciones que unen los pasajes inicial e intermedio de As bestas y Malditos bastardos. El actor galo logra, hablando lo mínimo, con su mera gestualidad, aguantar el tipo interpretativo a sus lenguaraces oponentes.
Perder igual siendo urbanita o de campo
En sendos espacios rurales, un bar en As bestas y una vivienda rural en Malditos bastardos, Denis Ménochet representa a dos granjeros muy diferentes que salen igualmente escaldados. LaPadite es un valiente galo que desafía a las autoridades nazis ocultando a una familia judía en su casa. Se muestra impertérrito, pero el juego de Landa le va carcomiendo. Con la sobrada actitud que Tarantino tanto otorga a sus personajes, Waltz compone de la mano de su colega galo un personaje fascinante.
En el film de Sorogoyen, en cambio, Ménochet es el sofisticado. Esto no hace que le vaya mejor a su personaje que en Malditos bastardos. Xan y la mirada perdida de Loren son lo que tiene enfrente Antoine. En una escena que se analiza en profundidad aquí, junto a otros elementos de la película, se termina de construir su semblanza. Se trata de un hombre que ha tenido una vida urbana, culta. Ha podido viajar, tener epifanías en Ourense y montar su pequeño proyecto del Edén allí. Es un privilegiado no muy consciente de serlo.
Considera la aldea su casa, habla de lo duro que ha trabajado su sueño y de lo ignorantes que son quienes no quieren proteger el tesoro natural que guarda aquel pedazo de tierra gallega. Pero qué le va a decir a Xan. Su madre una desgraciada, el otro y su hermano el que más. Loren es un tarado, aunque esté mal decirlo. Lo resume la mejor frase del personaje: «olemos a mierda». Si Ménochet destila hombría clásica, Zahera también lo hace. Esa que tiene la gente de campo, los considerados brutos por quienes solo pasan por las aldeas a comer y echar una foto. Ante una vida de miseria, los argumentos racionales de Antoine poco valen.
Aceptar o no la derrota, la diferencia de los diálogos de As bestas y Malditos bastardos
La principal divergencia entre el granjero LaPadite y Antoine es que el primero reconoce la derrota y el segundo no. En As bestas, la superioridad moral e intelectual del personaje de Ménochet le puede. Su cabezonería es demasiado como para aceptar que debe irse si no quiere morir.
Perrier, en cambio, está en una balanza cuyo desequilibrio es más obvio. Landa le guía como se guía a un poderoso toro de la dehesa al matadero. Solo que le da a elegir entre él y el otro. Su elección es obvia. Las lágrimas que derrama destilan sinceridad. Le han pillado y si sigue en sus trece, morirán él y su familia además de los judíos. Pragmatismo al que no se le puede achacar culpa alguna.
Cada una desde su lugar, estos diálogos de As bestas y Malditos bastardos representan ejemplos perfectos de tensión bien cocinada. Ya sea para abrir el film o con el refuerzo de situaciones previas, ya que el film de Sorogoyen contiene varias conversaciones de alto voltaje en la taberna, generan una sensación de tragedia equiparable a la que contienen films como Mantícora. Sin embargo, aquí están acotadas a una charla. Y las dos tienen en Ménochet a la víctima ideal. Un hombretón, un francés, un granjero, un servidor de bebidas. Un perdedor.