Desde su debut en solitario con Jabberwocky y durante las dos primeras instancias de su trilogía de la imaginación, Terry Gilliam no paró dar cierres duros. Sin embargo, el final de Las aventuras del barón Munchausen suponen un cambio. Uno que se extendería a El rey pescador. La nota positiva de la conclusión de Brazil se expande en este caso con una premisa clara: la aceptación de la muerte.
Breve resumen del final de Las aventuras del barón Munchausen
Personaje muchas veces escrito y filmado, el barón Munchausen interpretado John Neville responde a lo que se espera de él. Orgulloso y excelente narrador, no para de dar disparatadas relaciones de sus aventuras pasadas. Todo ocurre en una sala de teatro en la que el anciano cuenta sus difíciles de creer experiencias. Inverosímiles, le sitúan como el responsable del asedio en que se encuentran los habitantes de la ciudad centroeuropea donde todo sucede.
Es fácil olvidar este punto de partida mientras se viaja a la luna, a la fragua de Vulcano, al interior de un monstruo marino o a la corte del Sultán. Rejuvenecido según recuperaba a su equipo junto a la jovencita Sally, le toca una última bravata. Sus compañeros de jarana están rendidos ante su edad y el poderío militar turco. El barón no. De esta forma logra romper el asedio solo para que la muerte le alcance de la mano del racionalísimo Jackson de Jonathan Pryce. Sí, el actor que encarna al protagonista de Brazil.
Con todo, como ocurre en toda la trilogía, este final de Las aventuras del barón Munchausen no es el único que tiene la película. Es solo el final de la narración del aristócrata, que afirma que ha conocido muchas más veces a la muerte. Festivos, salen a las puertas de la ciudad para comprobar que lo narrado por el narigudo personaje era cierto y las fuerzas turcas están derrotadas. Sally se cuestiona si todo ha sido cierto, como seguramente hagan los espectadores. Preguntarse si se trata de una realidad imaginada es lícito.
La senilidad y la aceptación del destino eterno
La trilogía de la imaginación arranca con Los héroes del tiempo, cuyo desenlace se puede explicar como el paso del mundo de la niñez al adulto. Sigue Brazil, crítica feroz a la burocracia y centrado en las crisis de la mediana edad. Los soñadores acaban perdiendo o con victorias muy pírricas. El sistema, frío y ordenado, vence. Pero en este caso el asunto cambia. Kevin y Sam tenían vidas y sueños por cumplir, demasiado por delante como para no asustarse. El barón Munchausen no.
Puede interpretarse que la senilidad, la pérdida de la cabeza, es lo que hace feliz al protagonista. Sin embargo, esta explicación del final de Las aventuras del barón Munchausen apunta a una continuidad más consciente. El anciano está a vuelta de todo. No le preocupa que los otros le acepten, no tiene que procurarse un porvenir y ha vivido lo suficiente. Esto no quita que le queden experiencias por vivir o que tenga cuestiones que arreglar. Pero la edad es un grado y en lo que importa, la insolencia que esto aporta es lo que le lleva a reírse de la racionalidad de Jackson.
Es el rival más peligroso para el sistema y el orden porque es casi suicida. La proximidad de la muerte y la aceptación de que esta es inevitable le dan una ventaja total. Así, el racional oficial no puede interferir en la visión del barón. La mortalidad es más grande que su aspiración al orden. Ya se puede ver algo así en Brazil, donde Sam logra ganar al ministerio quedándose atrapado en una ficción dentro de su mente.
El individuo como centro: impotente pero inviolable
La imaginación solo ocurre dentro de la mente de cada persona, aunque pueda compartirse. El sistema puede lograr calar en las mentes de muchos, pero siempre habrá quien en su fuero interno resista. Esta introspección está muy presente en la trilogía. Ella es la que vertebra el cierre de su film final.
Cuando el personaje se centra en sí mismo es cuando logra la ansiada libertad. Una suerte de egoísmo que afecta a los demás para bien y para mal. El barón logra que los asistentes a la obra se rebelen contra Jackson. Al tiempo, consigue que sus amigos le dejen de lado hartos de su egolatría.
Siempre falta tiempo
Asimismo, hay otro concepto que pulula en el desenlace de Las aventuras del barón Munchausen. Se trata de la falta de tiempo en la vida. El protagonista rejuvenece en cuerpo y alma porque se da cuenta que puede seguir siendo un agente activo. No solo es un narrador. Una problemática muy habitual en la tercera edad.
La vertiente existencialista de esto es que, a diferencia de Munchausen, el resto de los mortales no pueden evitar su destino imaginándose una alternativa. Solo se conoce a la muerte una vez, al menos de verdad, y no hay vuelta atrás. De esta forma, la consciencia de la falta de tiempo puede llevar a acabar como el barón al inicio del film. Siendo un ser basado en la turra, cediendo y viviendo del pasado. Muerto, al fin y al cabo, como protagonista de la propia existencia.
La respuesta que da Gilliam es la dicha: desperezarse y aprovechar que el final está cerca. Usar la experiencia para influir sin parar de correr aventuras. Las aventuras del barón Munchausen claman que es mejor morir con las botas puestas que pudriéndose en lo estático. Algo más fácil de decir que de hacer.