El Intro Music Festival se celebraba en Valladolid bajo la afirmación de ser “el mejor festival de invierno”, afirmación que al día siguiente de vivir sus casi quince horas de música cuesta negar. El cartel prometía y la sorpresa final aportaba esa clase de emoción que aportan las incógnitas, incluso aunque esta terminase por ser satisfactoria no tanto al sorprender sino al cumplir las expectativas.
El Intro Music Festival, en general, cumplió las expectativas que generaba su cartel, conformado por nombres habituales en los festivales pero, sobre todo, por nombres grandes, de esos cuyas canciones coreas, bailas, vives con gusto. Así se sintió desde dentro.
El festival de los himnos
Es tremendo lo de Xoel López. La manera en la que consigue que desde el minuto uno, que en el Intro Music llevó el nombre de Jaguar, el público ya esté dentro de su propuesta. Hay que empezar un festival con Xoel López porque lo que tiene este artista es que crea comunidad en seguida, casi de inmediato. Una doble: una que surge entre las personas que estamos abajo, tarareando codo con codo aun sin conocernos, y entre los que estamos abajo y los que están arriba, en el escenario, donde nace todo. Una comunidad de esas que no se rompen ni siquiera cuando se apagan las luces para pasar a lo siguiente. Te quedas ahí, todavía diciendo arriba y arriba.
Lleva girando con Si mi rayo te alcanzara casi dos años, pero ninguna de sus canciones han perdido fuerza. Todavía se grita Alma de oro, junto a la impresionante Ede, todavía conmueve Joana, todavía se baila Tigre de Bengala como si fuera la primera vez. A lo mismo suena Tierra, que después de una década sigue teniendo una emoción inefable. Será que es un himno, como Lodo, como Ningún hombre, ningún lugar, que se corea siempre con ganas, como se corea el nombre del cantante en cada concierto. Si algo faltó en este fue tiempo: qué corto se le hace a uno. Lo de Xoel es que es tremendo.
Si Xoel es un rayo, una forma de luz, Iván Ferreiro es un trueno, un estruendo, una sacudida. Comienza su presentación al piano, con una canción imposiblemente larga para un festival. Los más despiertos intentan descifrarla. No se puede disfrutar de Iván Ferreiro si uno no está despierto. Escucho a mi alrededor que son las letras lo que importan, y estoy de acuerdo, pero también importan esas composiciones complejas y unos sonidos que hoy, por momentos, se acercan casi a lo psicodélico.
Importa que siga poniendo al público en pie con las canciones de siempre, El equilibrio es imposible o Años 80, y con algunos más recientes, El pensamiento circular. Qué difícil es cantar esta canción y cómo la canta el público, que es lo que importa, al final, creo, en un festival. Que se cante. Se cantó Cómo conocí a vuestra madre y El dormilón con una sonrisa en la cara. Se cantó Turnedo. No encogiéndose, no como uno la cantaría en su casa, no. Se cantó a pleno pulmón, como se cantan los himnos.
Y lo bien que suena Shinova, cada año suena mejor. Cada año, también, los cantamos más. La energía que nace de esas guitarras, de esos bajos, de esa batería, la fuerza en la voz de su vocalista, Gabriel de la Rosa, es contagiosa e invita a continuar con todo lo anterior, incluso aunque haya una pausa de varias horas entre el trueno y esta nueva vibración.
Shinova también va asentando sus propios cánticos multitudinarios. Gustan mucho las que ya han cumplido lustros, como Qué casualidad, y otras nuevas, como La sonrisa intacta. Hay una especie de calidez en su música y un final a la altura de toda su presentación: la preciosa Te debo una canción va muriendo hasta que se adivinan los acordes de Volver, la canción que dio título a su segundo álbum. Se cantan apenas unos versos, porque ya es el final, pero promete eso mismo: que volveremos. Con gusto, porque Shinova se despide y el público se queda mirando unos segundos al escenario. Respirando después de la música.
La sensación que le invade a uno cuando escucha a Lori Meyers en directo, intentando además entender lo que está sucediendo a su alrededor cuando suben al escenario, es muy placentera. Pienso que Lori Meyers es un grupo que gusta a todo el mundo. Que sucede algo parecido a lo que sucede con Xoel López, pero este durante el día y ellos ya en la noche. La energía que hay sobre el escenario desde que ponen un pie es inmensa y llega hasta el final, hasta la última canción.
Podrían pasarse buena parte de sus conciertos escuchando al público, que canta por ellos, pero no lo hacen, así que el público canta con ellos. Tocan y tocan tan bien como siempre. Solo callan significativamente, durante unos segundos emocionantes, en Emborracharme. El recinto se apaga, no se canta arriba, solo abajo, y también se canta tan bien como siempre, porque es una canción comunitaria, como Mi realidad o Siempre brilla el sol. Otras como Hacerte Volar van camino de serlo. Lori Meyers es el grupo que uno siempre elegirá escuchar en directo.
El peor grupo del mundo fue el encargado de cerrar el Intro Music Festival. Pasaban las doce de la noche, lo que significaba que se habían vivido ya doce horas de música. Pero lo que tiene Sidonie es que es capaz de levantar un muerto, así que Marc Ros y compañía se subieron al escenario y activaron de nuevo la máquina. Podría haber seguido funcionando con ellos al mando mucho más tiempo, porque ya desde las primeras canciones había una entrega renovada. Como se entregó Ros al público, bajándose a cantar con todos, subido a hombros, Un día de mierda, que es, en efecto, un himno. Generacional.
Tiene muchos Sidonie, por eso se deja para el final, cuando ya echas el resto. Suenan muy bien Verano del amor o El incendio, otras como Carreteras infinitas son atronadoras. En esta se pide que suene Lori Meyers, así que Noni, su vocalista, sale al escenario. Un gusto esta comunión, que termina en comunión conjunta. Todos desgañitados cantando Estáis aquí tantas veces como piden desde el escenario. Es una buena forma de terminar un festival: gritando os quiero aquí, os quiero aquí.
Música y buen rollo: así se hace un festival
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— Intro Music Festival (@IntroMF) November 27, 2022
Hubo buen rollo en la Feria de Valladolid, desde el principio y hasta el final. No sucede siempre en los festivales ese no querer perderte el siguiente concierto, ese querer vivirlo y gritarlo como el anterior. Ese sentirse lleno desde la una que llegó el rayo hasta casi las dos de la madrugada, cuando todavía estábamos todos allí. No nos habíamos ido porque incluso cuando la música se detuvo en el escenario principal, hubo talento y buen rollo. La sensibilidad de Nadia Álvarez, el sonido diferenciador de Estrogenuinas, la fuerza de Embusteros. Y al final, una verbena, porque en toda buena fiesta tiene que haber una verbena y lo de este Intro Music Festival fue, sin duda, una fiesta.