Poe no es ya solo sinónimo de un escritor intensito y oscuro. Para más de un joven son las siglas de un videojuego de rol, Path of exile. Avatares de la historia que hacen que esto sea lo primero que salga en Google al poner el apellido del de Boston. Netflix, de la mano del irregular Mike Flanagan, ha llevado a la miniserie la obra del autor bajo el paraguas de La caída de la casa Usher. Mezclando el drama de magnates con el terror gótico, lo que sale es una reflexión de ocho episodios sobre los mitos de Edgar Allan y sobre las mentira que suponen los Sueños americanos.

Horror gótico y opioides
La Ligodona de The fall of the house of Usher es el equivalente al OxyContin. Lo mismo ocurre con Fortunato Pharmaceuticals y Purdue Pharma, las empresas que desatan la masacre opioide en la ficción y el mundo real respectivamente. Una forma peculiar de unir la obra de Poe y la actualidad que va ganando sentido según se va profundizando en ella.
La crisis del fármaco que hizo a Estados Unidos una adicta posee varios de los elementos que obsesionaban a Poe. Ahí está la avaricia de la familia que desató la pandemia. En ella han surgido relatos de culpa. Cuadra con el gusto por la ciencia especulativa y la pseudociencia que tanto trató el autor. Al fin y al cabo, los usuarios de la droga acababan como mesmerizados al principio, luego desatados por la manía que provocaba la adicción. Al final, por supuesto, está la muerte.
Los Usher son así una representación, a veces caricaturesca, de la alta sociedad burguesa estadounidense. De esos seres que se hacen épicos en Succession y que reciben su merecido en The White Lotus. Flanagan va por la segunda vía. Aunque el rollo telenovela de sobremesa de la primera está presente, esta dinastía está destinada a sufrir por lo que hizo. Ahí entra el factor sobrenatural, que será el que castigará a los criminales de empresa que encabezan la saga familiar.
La ilusión del Sueño americano de los Usher
Apenas un adolescente en lo tocante a edad histórica, Estados Unidos ha necesitado ir creando sus mitos a toda prisa. Poe contribuyó a ello de manera extraordinaria, con relatos como El cuervo, El corazón delator o la propia La caída de la casa Usher. Recogió tradición previa, la pasó por el tamiz de la nublada costa este y devolvió un legendarium propio.
Pero también hacen falta mitos sociales. Elementos fundacionales que apoyaran y expandieran la narrativa nacional. Así se fue cimentando uno de los mejores conceptos de marketing nacionalista que existen: el Sueño americano. Es esa idea de que la abundancia aguarda en las tierras estadounidenses, tanto material como moral. Que cada persona podrá desarrollarse para ser la mejor posible en el sistema capitalista.
Este sueño se basa en la igualdad de oportunidades, en el ascensor social, en el espíritu de frontera. Sin embargo, como el mercado ideal, es eso, una idea. Un croquis mental que no sobrevive al mundo real. Se sustenta en casos de éxito como el que refleja Flamin’ Hot. En esa esperanza del uno entre un millón, del que echa la lotería esperando la lluvia de millones. Una promesa de que el sudor de la frente conllevará una recompensa. Los Usher se machacan, lo dan todo, pero solo es por su trato con un ser preternatural que logran hacer funcionar ese montacargas hacia la cúpula social que, de otra forma, siempre está averiado.
El cuervo como genio de la lámpara
La crítica de Flanagan al sistema y los magnates desalmados no es de trazo fino. Es obvia en exceso durante muchos de los momentos que componen La caída de la casa Usher. Sin embargo, queda perfectamente encuadrada con el personaje más mitificado de Poe, su Cuervo. Verna (Carla Gugino), anagrama de Raven/Cuervo, es en esta ficción el mismo diablo que hacía ofertas a los bluesman en los cruces ferroviarios.
Esta, sin embargo, es una negociante que se fija en la existencia de los grandes nombres yanquis. De esos magnates que se erigen como dioses para unos y diablos para otros. Referentes del progreso y de la desigualdad, de la genialidad empresarial y de la falta de escrúpulos. Los Usher son solo los últimos de una larga lista plagada de supuestos ilustres.
Sin embargo, esta semblanza diabólica del Cuervo no hace tratos gratis. A cambio, exige dolor a quienes están dispuestos a repartirlo. Para los hermanos Usher la cuestión afecta a uno de ellos, al chico. Sus descendientes morirán a cambio de poder ser magnates sin trabas.
Un final feliz con sueños cumplidos
Flanagan se pone muy moralista en el cierre de la miniserie. Verna cumple su palabra tras la antología de reinterpretaciones de relatos de Poe que es La caída de la casa Usher. Los hermanos protagonistas conocen un fin terrible, repleto de dolor y sadismo. Madeline (Mary McDonnell/Willa Fitzgerald/Lulu Wilson/Kate Whiddington), atrapada por su impulso de obtener poder e inmortalidad. Roderick (Bruce Greenwood/Zach Gilford/Graham Verchere/Lincoln Russo), consumido por su avaricia, culpa y demencia.
Pero hay más. Pym (Mark Hamill) es tentado pero renuncia porque, sobre todo, no tiene con qué pagar a Verna. Tampoco parecía, en todo caso, necesitado de una redención. Asume el mal que ha hecho como una parte más de su vida. Es un villano, mas lo reconoce y no se justifica.
Lenore (Kyliegh Curran), la «única buena de los Usher» sucumbe a la maldición familiar pese a ser inocente. Sin embargo, sus acciones sí que permiten que se de el bien, por poco que sea, en el mundo. Antes de fenecer, el Cuervo se lo comunica y permite que tenga un deceso casi plácido. Juno (Ruth Codd), la personificación de las víctimas de los opioides, también termina en todo lo alto. Es la heredera de la fortuna y tiene la divina justicia de cerrar Fortunato para crear una fundación que ayude a otras personas engañadas a superar su adicción.
Mitos y sueños entremezclados
Dupin (Carl Lumbly/Malcolm Goodwin), aquí un fiscal, es quizá una de las muestras de cómo Flanagan entremezcla mitos nacionales y mitos de Poe. Es un idealista, un ser que combate al Sueño americano habitual para que la versión más positiva prospere. Pero también es la contraparte del Tamerlane de Edgar Allan, de Roderick en La caída de la casa Usher. Su lucha no evitó que perdiera el amor de juventud, a sus hijos y sus nietos. No logró conquistar imperios, no consiguió escalar a la cima social, pero tampoco ser un amargado vacío.
En general, esta mezcolanza es el gran valor de la serie de Netflix. Una forma original de traer varias historias de Poe a un público que posiblemente no lo haya leído pero sí visto Succession. Mostrando mitos, negando sueños falaces, La caída de la casa Usher consigue tener un tono propio a pesar de que se base en un terror, el gótico, que siempre dio los sustos justitos.