Cuando la familia de Nao migró a Estados Unidos, los recuerdos de su infancia en Japón cabían en una pequeña caja de madera. Cada vez que echaba de menos su país de origen, aspiraba el aroma de esa caja y su antiguo hogar regresaba a ella. Leer La casa Himawari es similar a reencontrarse con esas fragancias del pasado. Con ese dar espacio a la nostalgia y experimentar el vértigo y la emoción de dejar el nido.
La novela gráfica Himawari House se publicó por primera vez en noviembre de 2021. Esta obra escrita e ilustrada por Harmony Becker ha sido premiada por el Kirkus Prize y reconocida por medios como Publishers Weekly. Desde abril de 2023, La casa Himawari puede encontrarse en las librerías de España, traducida por Víctor Manuel García de Isusi. A pesar de su gran carga cultural, esta historia se presta especialmente a viajar a través de los idiomas, ya que sus páginas recogen una experiencia humana que no tiene nacionalidad.
Plantar semillas en un jardín extraño
Nao decide viajar a Japón para dedicar un año a reconectar con sus raíces y volver a aprender una lengua familiar que ha olvidado. Tras haberse educado en un contexto estadounidense, busca reconciliarse con una parte de ella de la que ha renegado por mucho tiempo. Así, parte hacia Tokio con una maleta llena de páginas en blanco y un nudo en la garganta.
La protagonista se aloja en la Casa Himawari, que comparte con estudiantes de diferentes nacionalidades. Allí conoce a Hyejung, de Corea, y Tina, de Singapur. Cada una de ellas tiene sus motivos para buscar refugio en un país desconocido y, a medida que fortalecen sus lazos, la narración profundiza en su pasado y sus expectativas de vida. No obstante, no dejan de ser adolescentes tratando de encontrar su lugar fuera de la pecera, por lo que no siempre lo van a tener fácil.
En ese intento de trazar su propio camino, se encontrarán con diversos obstáculos, callejones sin salida, situaciones frustrantes y momentos de dudar si han tomado las decisiones correctas. Por otro lado, todo esto las llevará a crecer, consolidarse como personas independientes, formar conexiones profundas y experimentar los claroscuros del amor joven. A través de las imágenes costumbristas que retratan el día a día de este grupo de estudiantes, las viñetas de la novela gráfica pintan una realidad delicada y humana con la que es muy fácil conectar.

Himawari House y el lenguaje de la identidad
Uno de los aspectos que más destacan en La casa Himawari es su peculiar forma de combinar idiomas. Los bocadillos fusionan diferentes lenguas y alfabetos, lo que aporta una textura realista a las conversaciones entre personas de distintas nacionalidades. Por ejemplo, quienes tengan conocimientos de japonés o coreano podrán complementar la lectura con diferentes voces. Muchos diálogos incluyen tanto el texto en japonés como su traducción, y también capturan algunos acentos por sonoridad.
Asimismo, el hecho de que Nao no domine la lengua nipona se representa en forma de tachones y manchas en los textos. La barrera lingüística es una parte crucial de la experiencia de una extranjera en un país nuevo, por lo que este tema está presente a lo largo de toda la historia. Muchas de las situaciones que derivan de las comunicaciones fallidas desembocan en escenas cómicas y entrañables.
En la base de esta dificultad comunicativa se esconde un conflicto de identidad. Nao recuerda con tristeza un pasado en el que hablaba con su madre en su lengua nativa. No quería ser un bicho raro en Estados Unidos, por lo que cortó de raíz con la cultura de su familia, incluyendo el idioma. El relato de realismo mágico de Ken Liu llamado The paper menagerie aborda un tema similar.
Al tomar esa decisión, Nao se dividió en dos y perdió una parte de sí misma que teme no recuperar nunca. En su caso, volver a enfrentarse al japonés y observar los detalles de la tierra de sus antepasados implica hacer las paces con la niña que abandonó cuando renunció a esa parte de su ser.
Hogares y ciclos de girasol
Además del idioma, los personajes se enfrentan a una serie de diferencias culturales en el día a día. Por ejemplo, Nao entabla amistad con Masaki, uno de los chicos japoneses de la casa. Su relación pasa a ser algo más con el tiempo, pero avanza a trompicones porque la forma de comunicarse y expresar los sentimientos dista considerablemente en Japón y Estados Unidos. Sin embargo, encontrarse lejos de casa suele ir de la mano de abrirse a nuevas formas de ver el mundo, de aprender a respetar y adaptarse a diferentes costumbres.
Con tiempo y paciencia, este grupo de personas que cargan mochilas tan dispares consigue construir un pequeño hogar en el que el mundo parece menos hostil. Siguen teniendo conflictos internos, asuntos pendientes e historias del pasado a las que tendrán que enfrentarse en algún punto, pero son jóvenes y están aprendiendo a gestionar sus sentimientos y las relaciones interpersonales. El hecho de acompañarlos en ese proceso, en sus caídas y pequeños momentos de inflexión, es lo que inspira una profunda empatía hacia los personajes y sus tramas individuales.
Los girasoles son una planta anual. Sus flores decoran la entrada y el nombre de la Casa Himawari y, al igual que el viaje de Nao, tienen una fecha límite. La estancia en Japón de la protagonista finalizará al cabo de un año, dejando tras de sí un rastro de recuerdos, lazos perennes y experiencias vitales que no caben en una sola caja.
Las viñetas de La casa Himawari están inundadas de noches en Tokio, camas deshechas, cerezos en flor, paseos bajo la lluvia y destellos. Cada personaje se muestra vulnerable a su manera, y no faltan las lágrimas ni las voces quebradas narrando esos capítulos que aún duelen. A pesar de todo, el último capítulo muestra al grupo disfrutando del sol y el mar, flores brillantes que ríen y lloran porque son plenamente conscientes de lo real y efímero que es aquello que comparten. La despedida es agridulce, pero la vida sigue y a estas estudiantes les quedan muchas páginas en blanco que rellenar, muchos nudos por deshacer y jardines extraños que convertir en hogar.