Hay ciertos textos que se conoce casi obligatoriamente por culpa del colegio. Obras que, en su momento, sirven poco más que para aprobar un examen pero que con el tiempo cobran más sentido. Eso de envejecer, cobrar perspectiva y demás. Lo positivo del asunto es que se descubren algunas convergencias curiosas cuanto menos, como la que existe entre las coplas de Jorge Manrique y la precuela de Juego de tronos. Porque el legado en La casa del dragón es un tema candente. Podría usarse como piedra de toque casi cualquier ficción, fantástica o no, basada en el medievo tardío, pero como la que está de moda es la serie de HBO ha tocado la lotería a ella. Asimismo, cabe avisar que va a haber spoilers de dicha producción a continuación.
La forma de ver muerte y legado en La casa del dragón

El final de la Edad media fue muy interesante porque se enfrentaron dos formas muy opuestas de ver, no ya la vida, sino lo cotidiano. Aquello que suena tan ligero de que el ser humano pasara a ser el centro de todo en lugar de Dios, pese a que siguiera siendo más que importante, lleva asociado un cambio de idiosincrasia enorme. En esencia, la muerte dejó de ser un regalo y comenzó a ser un fastidio. Porque aunque nunca es que morirse fuese una fiesta durante el medievo, la recompensa se creía tan grande que no merecía la pena disfrutar de lo pasajero. Sin embargo, el Humanismo hasta en sus más prontos conatos rompió la dinámica. Esto se percibe en La casa del dragón y en todos sus compañeros literarios o audiovisuales.
No es raro que las ficciones que beben de este periodo, aunque sea en parte, tengan tramas como la del Gorrión Supremo en Juego de tronos. Lo de cambiar no lo hace todo el mundo, más si los beneficios solo se los llevan los más favorecidos. En este entorno pero real, finales del XV, vivió Jorge Manrique. Sus coplas dedicadas a su padre componen un ejemplo primigenio de elegía y muestran que irse un par de metros bajo tierra, como mínimo, no es bueno. Si no, ¿por qué lamentarse de lo corto que es el transitar por este mundo?
Ante la vida eterna, que se da a todo el mundo, y la terrena, que está destinada a ir a la otra para quien crea y a exprimirla para los que no, situó Manrique una tercera: la memoria o la fama. No es «verdadera» ni «eternal» y pese a ello es superior a la «perecedera», asegura el poeta. De ello están convencidos personajes como Viserys I Targaryen o Corlys Velaryon. Aunque no faltan candidatos a las otras vidas del autor de las coplas.
«No se os haga tan amarga
Copla XXXV de Jorge Manrique
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama gloriosa
acá dejáis,
(aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera);
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal
perecedera.»
La vida de la fama como motor de Viserys I

El rey al mando de Poniente es el mayor adalid de la idea de legado en La casa del dragón. Sus acciones no han parado de ir en esa dirección desde un primer momento y, al final, le han generado disgustos a más no poder. Un enriquecimiento frente a Sangre y fuego, el libro de referencia de la serie. En el episodio inicial de la primera temporada se da el ejemplo más horrible. Con tal de que nazca su heredero varón prefiere dejar morir, con un terrible sufrimiento además, a su mujer. Todo para que su memoria como monarca no se vea enturbiada por conflictos sucesorios. Si no quería caldo, le tocaron dos cazos, porque el bebé pereció casi de inmediato.
Tras la magnanimidad y cautela de Viserys I se esconde un miedo atroz a lo que los demás pensarán de él al morir. En cómo le juzgarían aquellos que escriben la historia, en si alguien escribiría sobre su persona en los términos que usó Jorge Manrique con su padre. Durante la cacería en honor a su hijo, en el tercer episodio, ametralla con estas dudas a una Alicent que aguanta como buenamente puede y le consuela.
Este rechazo a la vida terrena, incluso a la eterna que tan poco parece importarle, viene en buena medida por la losa que es la profecía de Aegon, llamada por puro fanservice Canción de hielo y fuego. Plasmada en la famosa daga que acabaría en manos de Arya en la peor resolución argumental posible para la Larga Noche, le marca un destino tan claro como secreto. Su misión es velar porque los Targaryen eviten el mal supremo. Al tiempo, solo él y su heredera saben del asunto. La fama ha de venir de otros lugares.
El arrepentimiento real

Sacrificar a su esposa, prescindir de un hermano al que quiere, nombrar sucesora a una heredera en el segundo capítulo contraviniendo a medio reino, no responder a agresiones para evitar guerras innecesarias que podrías dañar su imagen… Viserys I renuncia a buenas dosis de respeto y lealtad en vida a cambio de asegurarse la fama en la muerte.
Pero a la larga el rey paga el precio. El arrepentimiento se desprende de Viserys en cada conversación con su hija. Es lo único que le queda de Aemma Arryn y esto motiva que la favorezca más que a nadie. Pero también que la diga una y otra vez que la memoria de su madre vive, que es respetada. La obsesión con el legado del padre de Rhaenyra se extiende a sus seres queridos, es proyectada al resto porque parece, tal y como está escrito el personaje, que es su motivación principal.
Ni ese respeto ni las sucesivas reconciliaciones con su hermano funcionan. La práctica renuncia a la vida terrena que fue dejar morir a Aemma le genera una culpa reflejada en esa rata que representa lo que es obvio del séptimo episodio. Todavía más las últimas palabras que emite antes de morir, al final del octavo. El parche de Alicent tampoco, pues a la postre la acaba llamando como a la madre de Rhaenyra y prefiere seguir haciendo de esta su sucesora en lugar de sus hijos con la dama Hightower. Un choque entre lo terreno y lo memorial que llevará a una guerra por la herencia del Trono de Hierro repleta de víctimas. Su legado familiar, desde luego, será nefasto, pero su reinado personal acabará siendo uno de los más prósperos de la historia ponientí. Por lo visto en La casa del dragón, no parece que le haya merecido la pena.
La vida terrena frente a la memoria en Corlys y Rhaenys

Aceptar ser la Reina que nunca fue es una declaración inversa a la de Viserys por parte de su familiar Rhaenys. Eligió vivir una vida terrena cómoda, esa que tanto despreciaba Jorge Manrique, a cambio de renunciar a esa fama que podría haber adquirido como monarca. No es que la jinete de dragón pasara a los anales como una paria o un ser débil, pero la gran gloria de comandar los reinos de Poniente tenía un potencial muy superior al de eterna perdedora.
Esta visión se deja ver en el quinto capítulo cuando Viserys le pide a ella y su marido, Corlys Velaryon, la mano de su hijo para su heredera. El líder de esta casa tan enfocada en el mar comparte las ideas de trascendencia de Viserys y Manrique. Quiere la fama. Más claro se da el conflicto en el séptimo episodio, cuando la pareja se aleja precisamente por estas perspectivas tan opuestas que poseen.
Corlys obvia que los hijos de Rhaenyra sean bastardos porque le da igual. «La historia no recuerda la sangre, recuerda los nombres», sentencia cuando Rhaenys sugiere que nombre a Baela, primogénita de su hija Laena y Daemon Targaryen, como heredera de Marcaderiva. Eso supondría reconocer que los hijos de su otro vástago, Laenor, no son realmente suyos, sino de Harwin Strong. En resumen, evitar que la casa Velaryon llegue a la corona. Algo impensable para el señor de ascendencia valyria.
Evidentemente, Rhaenys no da la menor importancia a esto. Para ella lo que importa es hacer justicia a corto plazo. A su hija, recién muerta antes de dar a luz en un suicidio asistido por Vhagar, uno de los dragones que conquistaron Poniente. No le importa qué digan los anales, que un nombre u otro aparezca en un legajo siglos después de su muerte. Le mueve el presente, la vida terrena.
Rhaenyra y Daemon, adalides de lo terreno

Lo que domina alrededor de Viserys, Corlys o Rhaenys son puntos más intermedios que los suyos. Otto Hightower quiere una gloria más pasajera e iracunda que la del Velaryon. Alicent está dominada por la paranoia fruto del amor a sus hijos y los fantasmas de traición y ambición sembrados por su padre. Larys quiere demostrar que es más listo y taimado que nadie. Ejemplos de personajes que se centran en esas cuitas de reyes y nobles que reprobó Jorge Manrique, pero que permiten llevar una vida entretenida a quien abrace el Humanismo abiertamente.
Más terrenos son todavía Rhaenyra y Daemon. Ambos hacen suyo lo de atacar si tempus fugit, carpe diem. Daemon vive por y para lo que le de una recompensa emocional en el momento en el que esté. Rhaenyra abomina de la fama que busca su padre, quiere libertad sobre cualquier otro elemento. Por eso se enfrenta a Alicent, cuyos miedos le impiden seguir esa senda. También por ello tiene un matrimonio de conveniencia con Laenor, siendo él homosexual. Literalmente señalan que cumplirán con el «deber» sin impedir la «diversión» del otro. Y vaya si se divierten.
El hecho de que dejen escapar a Laenor para poder casarse muestra que Rhaenyra y Daemon son casi sacerdotes de la vida terrena. Además, que no son tontos, aprovechan el hecho para labrarse una fama de tiranos que no les disgusta, pues aporta dominio sobre sus vasallos. El precio de esta militancia es ponerse en contra a quienes sí creen en la vida eterna, en los Siete y sus enseñanzas en contra de los bastardos y la endogamia. Un conflicto que estallará tras la Danza de los dragones con la rebelión de la Fe Militante contra Maegor. Sin embargo, de momento eso se escapa a la trama principal de la serie.
Ya visto, todavía más adelante en el futuro, quedó la toma de poder del Gorrión Supremo. Fue uno de los tantos líderes religiosos que ha puesto Poniente patas arriba a lo largo de sus historia. Su historia en Juego de tronos condensa el enfrentamiento entre aquellos para quienes lo prometido tras la muerte es mejor que la vida terrena y aquellos cuya existencia contingente es tan próspera que pueden molestarse en pensar en su memoria. Un conflicto entre estamentos pobres y privilegiados muchas veces visto en la historia real y la ficción.
Sea como fuere, las tres vidas de Jorge Manrique están muy presentes en el universo de George R.R. Martin, conozca o no un autor al otro. Porque es la búsqueda de legado lo que pone en marcha la rueda de La casa del dragón, pero es la perspectiva de lo terreno lo que permite que se siga moviendo y la promesa de lo eterno lo que mantiene al pueblo reprimido hasta que deje de estarlo.