A pesar de sus líos internos, HBO sabe estar a la altura de su historia una y otra vez. Con The White Lotus han logrado crear una saga antológica basada en dos elementos desagradables: los ricos y los turistas. Mike White, el creador del tinglado, une ambos para dar lugar a una comedia satírica de enredos en las que a veces da ganas de que muera más de un personaje. Sin embargo, la segunda temporada trae dos caras que sacan beneficios del despotismo con el que se trata al servicio, los nativos o las mujeres: Lucia y Mia.
Pescar en la inopia de la riqueza
Mia es una cantante interpretada por Beatrice Granno y Lucia una prostituta encarnada por Simona Tabasco. Ambas son polizones del hotel The White Lotus de Sicilia, para desesperación de la Valentina de Sabrina Impacciatore. De esta forma deambulan sin ton ni son por las tramas de los ricachones americanos de turno hasta tener las suyas propias. Una dupla de agentes libres, solo al servicio de sí mismas, que destila carisma.
El arranque del personaje de Mia la presenta como una dulce e ingenua joven que solo acompaña a su colega meretriz a descubrir quién será el empleador de esta durante la semana siguiente. Ella quiere ser cantante y lo que comúnmente se entiende por decente. Lucia, claro está, sirve como contrapunto. Es una prostituta por voluntad propia y lo que quiere es la libertad que ofrece el dinero fácil. The White Lotus no entra a juzgar de forma directa esta actividad, como pasa de emitir juicios del resto de acciones de sus protagonistas.
De esta forma, en un principio parece que no se está ante más que dos secundarias. Sus dinámicas, divertidas, no pintan como nada más que una forma de hacer avanzar las tramas de los personajes adinerados. Una forma más en las que el común de los mortales están al servicio de la clase alta. Por suerte, White fue hábil y decidió no repetir lo visto en la primera temporada. Belinda, Armond y Kai verán sus afrentas vengadas por este par de locuaces italianas.
La victoria de Lucia en The White Lotus
La confianza que destila Lucia es total, aunque según pasan los capítulos esta se ve en entredicho. Mientras las barreras pragmáticas permanecen en alto, es fuerte. Sin embargo, tras acabar sus servicios para el Dominic Di Grasso de Michael Imperioli y la despedida que le brinda el Cameron de Theo James, su careta se resquebraja. Tiene una crisis de fe, que por aciertos del guion coincide con el momento en que Mia ve la luz. Así que se queda sola dudando de su estilo de vida cuando la epifanía que buscaba aparece en forma de Albie.

El pequeño de los Di Grasso, hijo de Dominic e interpretado por Adam DiMarco, merece su propio análisis. En resumen, se trata de un chaval acomodado y tan hipócrita como el resto de los ricos que caminan por los pasillos del White Lotus. Ingenuo, que no inseguro, se deja engañar en la trama más previsible de la segunda temporada de la serie. En ella Lucia le enamora, le convence de que es acosada por su chulo y le acaba sacando 50.000 dólares.
No es que Lucia no tenga remordimientos, su mirada atrás antes de abandonar a un Albie enamoradísimo así lo prueba. Pero ella elige libertad. En una conversación con El Español, Tabasco asegura que a la pregunta de que por qué su personaje se prostituye, White le respondió: «¿por qué no?». Es vital para entenderla. En vez de cambiar su tiempo por dinero en una oficina lo hace usando su cuerpo. Con él logra vencer a quienes la miran por encima del hombro en su propio juego, alzándose como una prodigiosa femme fatale. No es la víctima que las meretrices suelen ser tan arquetípicamente en la ficción.
Mia y el White Lotus: cantar cueste lo que cueste
La tragedia cómica sobrevolaba el personaje de Mia en los primeros compases de The White Lotus: Sicily. Con mal de amores, necesita el método Pretty Woman aplicado por Lucia para irse desatando. Mientras está en el restaurante del hotel, sin embargo, la que junto a Valentina es la única persona normal de la temporada, al inicio al menos, se da de bruces con la realidad. El pianista del complejo, el Giuseppe de Federico Scribani Rossi, le propone sexo a cambio de dinero. La reacción de la joven es tirarle su bebida a la cara.
Sin embargo, Mia está atrapada en una espiral vital que le pide movimiento. Sus valores, eso sí, le impiden prostituirse directamente. Por eso solo está de cuerpo presente cuando Lucia visita por segunda vez a Dominic. Más activa será en la incursión en la cama de Cameron. Poco a poco, descubre que las formas de su amiga funcionan. Que el sexo es un medio para sobrepasar los impedimentos de ser mujer y no ser rica. No es que sea admirable, pero esta revelación le llega cuando su compañera más duda.

Es así que acaba aceptando intercambiar sexo por contactos con Giuseppe. El azar provocado por la torpeza de Mia deriva en la hospitalización del pianista, al darle drogas en lugar de viagra. Porque el orgullo y el cumplir le pueden al macho italiano. Una oportunidad que la lleva a conectar con Valentina, el único personaje que despierta algo parecido a la ternura de la producción de HBO. Mia, liberada sexualmente y con una confianza atroz, no duda en bajar al pilón y hacer que la directora acepte por fin su homosexualidad. El erótico resultado, unido a su indudable talento, le vale quedarse la plaza frente a su recuperado colega.
El triunfo de la libido
Resulta difícil que los personajes más fáciles de apoyar en una serie sean una prostituta que estafa a un chaval ingenuo y una cantante que hace favores sexuales a cambio de oportunidades laborales. Pero The White Lotus lo logra con naturalidad.
En primer lugar, son la mar de simpáticas, a diferencia del resto. Su actitud es de una juventud exuberante, a diferencia de la de Portia, Albie, Ethan o Harper. En segundo lugar, no son ricas. Su estrato social es similar al de la mayoría del público de The White Lotus. Por ello, para este es más fácil empatizar con sus cuitas, entender sus deseos por reprochables que sean sus métodos, que con las de multimillonarios de turisteo.

Finalmente, logran aprovechar a su favor las dinámicas del patriarcado y de clase, que las hacen de menos. Lucia aprovecha la escalofriante naturalidad con la que los visitantes masculinos del hotel están acostumbrados a usar a pagar a una mujer a cambio de sexo. La cosifican de mil maneras y ella saca provecho. Mia logra detectar el punto débil de una semejante, Valentina, que literalmente necesitaba un polvo. Se trata de un intercambio significativo. Las enemigas pasan a ser aliadas y la servicial directora deja de ser como el mayordomo de Django desencadenado.
Poco importa que desplumen al hipócrita de Albie o revienten la cuenta de Dominic con sus compras. Al tiempo, ver como Giuseppe se traga su abuso de poder es sumamente satisfactorio. Igual que lo es que Valentina sea capaz de dejar su amargura de lado de la mano de su nueva cantante y su aceptada sexualidad. Al final los ricachones huéspedes vuelven a sus vidas vacías (excepto la víctima), repletas de una impostura que deben aderezar para convencerse de que son felices. Mia y Lucia, sin embargo, lo son de veras. Se esté o no de acuerdo con sus acciones, es todo un logro. Una vendetta de clase y género.