Star Wars siempre ha sabido proponer héroes cuestionables. Sin ir más lejos, la Alianza rebelde está bastante inspirada en el Viet Cong. Son los héroes de la historia pero también terroristas. Sus tácticas, especialmente tras películas como Rogue One y series como Andor, bailan hacia ese lado. En el caso de The Mandalorian, su protagonista es un padrazo y un pistolero digno de Sergio Leone. Pero Din Djarin también es un fundamentalista introvertido que anda metido en una secta. Con todo, le adoramos. Como diría Mourinho: ¿por qué?

Una cultura muy de fanatismos
El fundamentalismo y lo mandaloriano son viejos conocidos. Se trata de una cultura guerrera desde que surgieran en el antiguo universo expandido ahora llamado Legends. Ateniéndose al nuevo canon, en sus orígenes realizaron, literalmente, cruzadas. Mand’alor el Grande fue especialmente notable en estas guerras cuyo objetivo eran los jedi. En Mandalore se desconocía la Fuerza y su respuesta fue combatirla. Matar lo desconocido, algo digno de zelotes.

Los códigos de honor de Mandalore siguieron vivos incluso cuando se pasó a un gobierno pacifista. Pese a ello, Star Wars es una ficción que bebe de la superstición y los mandalorianos no son distintos. Buscar la antigua gloria a través de la violencia fue habitual en esta civilización antes incluso de su caída. Así, surgieron grupos como la Guardia de la muerte. Liderados por Pre Vizsla, contaban en sus filas con Bo-Katan, hermana de la gran líder de los contrarios al belicismo, la duquesa Satine.
La Guardia de la muerte moraba en Concordia, planeta del sistema mandaloriano. Durante las Guerras Clon apoyaron a los separatistas y lanzaron ataques terroristas. Antes de esto, habían permanecido en secreto. Sin embargo, acabaron traicionados por uno de sus aliados, el grupo criminal de Maul. De esta forma, la sectaria facción se dividió. De ella surgieron subgrupos como la resistencia de Mandalore, liderada por Bo-Katan, que buscaba derrocar al antiguo sith. No está confirmado, pero es casi seguro que los Hijos de la guardia fueron otro de estos spin-off.
Hijos de la guardia, una secta de libro
Los Hijos de la guardia que aparecen en The Mandalorian son la comunidad conocida como la Tribu y están liderados por la armera. Siguen un estricto código de conducta llamado «el Credo». Como buena secta, crea reglas arbitrarias para diferenciarse de los demás mandalorianos, como no quitarse el casco. Una estrategia que otras contraculturas a lo largo de la historia real han hecho mucho. Por ejemplo, no faltan religiones que prohíben comer ciertos alimentos. Además, usan consignas fáciles de seguir, como la muletilla «this is the Way/este es el Camino».

Para encontrar nuevos adeptos, esta secta busca víctimas en estado de necesidad. En su caso, las presas son huérfanos a los que convierte en niños de la guerra. No hay duda de que los salvan de un destino funesto, pero a cambio de lavarles el cerebro con el Credo. La comunidad que generan las normas es muy cerrada. Tanto que, por ejemplo, Din Djarin no sabía que hubiese otra forma de ser mandaloriano.

Al igual que los primeros cristianos, los Hijos de la Guardia llevan una existencia de secretismo en muchos casos subterránea. Otro paralelismo con esta religión es la ceremonia similar al bautismo, vista en The Mandalorian 3×01, con la que se pone el casco al miembro de la secta que pasa de niño a adulto. Por otro lado, confían en profecías de carácter ancestral, como la de que si el mythosaurio retorna los mandalorianos volverán a ser grandes otra vez. Por último, si alguien se salta las reglas, es condenado al exilio y el ostracismo.
Mando, un niño de la guerra adoctrinado
Din Djarin, de niño, vivía en el mundo Aq Vetina. Este fue atacado por fuerzas separatistas en un punto temporal en el que la Guardia de la muerte ya no estaba confabulada con las mismas. Esto es así porque fueron estos soldados los que rescataron al jovencito. Tras ello, se lo llevaron a Concordia. Allí creció, como comenta en The Mandalorian 3×02, y fue integrado en las antiguas doctrinas mandalorianas.
Se sabe que se formó en un cuerpo de combate y que no conoció otra forma de vida que la de los Hijos de la guardia. Esto queda claro con la sorpresa que siente al ver a Bo-Katan y sus Búhos nocturnos quitarse el casco. Tanto sus anteriores instructores como la Armera no le contaron la verdadera historia de Mandalore ni que había otras formas de ser mandaloriano.

El carácter mítico que ya tenían los mandalorianos en la galaxia, sumado a las supersticiones de la Gran Purga y la gran introversión de Din hicieron posible que pese a ser un cazarrecompensas bastante viajado no se diera cuenta de nada. Mando no concibe otra forma de vida más que la de su secta y eso le lleva a la suicida actitud de buscar las aguas vivas de las minas de Mandalore. Hasta la Armera cree que fueron destruidas y que el planeta es un infierno radioactivo, inhabitable. No se adentra en esta terra incognita por considerar todo el asunto patrañas del Imperio, sino porque no concibe una interpretación no literal del Credo.
La introversión y el trauma de Mando
Perder a su familia frente a un superdroide de combate B2 causó tal impresión a Din que no ha vuelto a confiar en ningún otro robot hasta que llegó la versión reprogramada de IG11 en la primera temporada de The Mandalorian. La timidez parece algo innato en Mando, pero la secta que le crio y el shock de la guerra la exacerbaron casi hasta lo patológico.

El Mandaloriano avanza a gusto sin plantearse sus creencias, siendo un tipo callado y sin atarse a nada ni nadie. Vivir es fácil con los ojos cerrados, que dirían The beatles. Pero es complicado y acaba abriéndolos gracias a Grogu. Otro huérfano, un igual, que supone el punto de rotura en su existencia. El niño le obliga a abrir sus círculos. A ello ayudan personajes como Ashoka Tano, que es todo lo contrario a Mando.

Din Djarin tiene un círculo social muy, muy corto. Greef Karga pasa de ser su aliado a un enemigo mortal. Sin embargo, regresa a él y ni se plantea que le fuera a traicionar. Hay miles de soldados competentes en la galaxia, pero para él solo sale el nombre de Cara Dune. Mos Eisley está repleta de comerciantes, pero él se pliega a Peli Motto para que le time las veces que a la mujer le dé la gana con tal de no ir a otro. Droides disponibles hay casi infinitos, pero Mando solo piensa en traer de vuelta a IG11 pese a que al tratar de reactivarlo intenta matarle cual T-800.
Un pobre diablo leal que intenta superar su estrechez de miras
Siendo como es un fanático religioso, un introvertido sin capacidad de abstracción, puede resultar difícil creer que sea tan querido por un público tan variado. Quizá la clave no está en lo que es, un inútil en casi todo excepto el lamentable arte de matar, sino en lo que intenta ser cuando tiene la oportunidad. Porque a pesar de tener unas miras tan cortas, es capaz de intentar agrandarlas.

Grogu es el único motivo por el que Mando quiebra su código. Llega incluso a quitarse el casco, para rescatarle y para que le vea la cara. Un gesto que significa una traición a todo en lo que cree Din Djarin. Esto le supone quitarse una careta literalmente tras haberlo hecho previamente de forma figurada. Claro está que luego vuelve como un perro apaleado a la Armera y hace lo imposible para conjuntar su pasado y su presente. Lo que importa es lo que llegó a ser capaz de hacer.
Del mismo modo, pese a proyectar una imagen de ser alguien a quien le da igual todo, Din Djarin es bastante empático. Su coraza mental, al contrario que la de beskar, es quebradiza. Es otro motivo que le ha ganado el cariño del público y de sus amigos en la ficción. En cuanto confía en alguien, muestra una lealtad feroz, atroz, tenaz.
No le importa poner en riesgo su vida, como cuando ayuda a un pueblo, a Bo-Katan o a Bobba Fett. Tampoco renunciar en el final de la segunda temporada a lo que más ama, Grogu, para que este pueda elegir su destino. Una actitud opuesta a otro protector interpretado por Pedro Pascal como es Joel en The last of us.

Como Mando, el común de los mortales tiene creencias tan férreas como aleatorias que se desmoronan a la primera de cambio. Algunos se aferran a ellas, incapaces de ir más allá de su fundamentalismo. Otros, como Mando, saben relativizarlas cuando lo que importa está en juego. Por eso Din Djarin cae tan bien: los primeros son contingentes, los segundos necesarios.