Hay un refrán vasco que dice: «ametsik gabeko bizia, izarrik gabeko gaua». Podría traducirse como «una vida sin sueños es una noche sin estrellas». Desde hace miles de años, leyendas, mitos y canciones fantásticas, repetidas generación tras generación, han guiado al ser humano en las noches más oscuras. La película Irati retoma esos senderos a través de los bosques vascos para redescubrir algunas criaturas de nombres antiguos que parpadean en las sombras, casi olvidadas.
Escrita y dirigida por Paul Urkijo, Irati saltó de las viñetas a la pantalla grande, y ahora también está disponible en Prime Video. A pesar de que reproduzca tópicos del género de la fantasía medieval, esta obra ha sabido crear simbiosis entre códigos comunes y otros más particulares. De hecho, la cinta destaca por haber acercado la cultura y la mitología vascas a una audiencia mayor. Era una apuesta arriesgada, ya que no es común que una producción tan local, además rodada en euskera, tenga tal alcance. Precisamente por ese motivo, es probable que a mucha gente se le hayan escapado detalles y guiños relacionados con una tierra que rebosa matices.

Irati y los mitos de Euskal Herria
Adentrarse en la mitología vasca implica sumergirse en unas aguas opacas. A diferencia de otros sistemas de mitos más establecidos como el grecorromano o el nórdico, por norma general, la mitología de Euskal Herria no tiene un relato oficial. Las leyendas se han transmitido oralmente, con diferentes versiones de historias que varían de pueblo en pueblo. Además, apenas hay representaciones pictóricas, por lo que las criaturas míticas adquieren un rostro distinto en cada hogar junto a la chimenea. En ese sentido, Irati juega con la ventaja de poder crear su propio imaginario mitológico.
El eguzkilore y su leyenda
El símbolo más evidente, el que la mayor parte de la audiencia sabrá identificar, es el eguzkilore. Esta flor de aspecto solar figura en muchos planos de la cinta, presenta su función como talismán protector. Sin embargo, la mayoría de la gente ignora el origen de esta propiedad.
Lo cierto es que el eguzkilore tiene un papel esencial en la cosmogonía de Euskal Herria. Según cuenta la leyenda, en los albores de la tierra los seres humanos convivían en la oscuridad con toda clase de espíritus, brujas y genios. Desesperados, acudieron a Amalur, la madre tierra, en busca de ayuda. La primera vez, ella creó la luna, aunque las criaturas mágicas pronto se acostumbraron a su débil luz. La segunda, los obsequió con el sol, pero las noches seguían siendo peligrosas. La tercera vez que acudieron a ella, les entregó el eguzkilore para que lo colgaran en las puertas de las casas y pudieran protegerse de los genios malignos. Muchas familias mantienen esta costumbre a día de hoy.
En la película, el eguzkilore cuenta con unas connotaciones parecidas, aunque sus poderes son más simbólicos que literales. En lugar de repeler lo sobrenatural, sirve como una insignia que demuestra un pacto con la naturaleza, incluyendo su parte mítica. Teniendo en cuenta que es obra de la madre tierra, no contradice la leyenda original. Irati también destaca su implicación como símbolo pagano a ojos del cristianismo.

Lamiak, Mari y otras criaturas míticas
En lo que respecta a las figuras mitológicas de la cinta, cabe destacar a la lamia. Énfasis en la cursiva, porque la lamia vasca poco tiene que ver con la criatura grecorromana del mismo nombre. Estas mujeres con pies de pato suelen morar los ríos más escondidos de Euskal Herria. En general, no son hostiles, y pueden llegar a enamorarse de los humanos que se acercan a sus orillas. Únicamente suponen una amenaza en las leyendas en las que alguien les roba sus preciados peines de oro, con los que cepillan sus cabellos en la soledad del bosque. En la película se puede ver cómo Mari peina a Irati con uno de esos objetos dorados.
Pero, queda la cuestión de quién es Mari. Una pregunta aparentemente simple… que no lo es en absoluto. Podría decirse que Mari es el corazón de la mitología vasca. Es la criatura más importante, la madre de todas las demás y… casi imposible de definir. Hay tantas versiones de esta deidad como nombres tiene: Mariburute, Marimur, Anbotoko Dama, Maia… La lista es infinita, tanto como para poner celosa a Daenerys Targaryen.
Los mitos suelen coincidir en que Mari es una deidad femenina asociada a la naturaleza y la tierra. Uno de los valores con los que se la relaciona es el de la justicia. Premia el respeto y la generosidad, y castiga los ataques y los engaños. También mantiene el equilibrio natural, aunque eso implique actuar con cierta crueldad. Al fin y al cabo, la naturaleza puede llegar a ser despiadada, pero nunca sin motivo. En Irati, este doble filo aparece por primera vez en el pacto del padre de Eneko con la propia Mari: «Odola odol truk / Sangre por sangre». En resumen, si quieres que Mari interceda a tu favor, vas a tener que equilibrar tu lado de la balanza.

Se dice que Mari vive en lo más profundo de la tierra, entre montañas y cuevas. La película retrata el aspecto sagrado de su morada subterránea. A los humanos no se les permite acceder a ella, y mucho menos darle la espalda a Mari. En la cinta muestra un aspecto misterioso, con el rostro oculto bajo una maraña de hebras. Rodeada de tesoros en la oscuridad de una caverna, esta especie de hilandera presenta una versión singular de la diosa.
Otra figura que aparece junto a Mari y que muchas personas no reconocerán es Sugaar, también llamado Sugar, Sugoi o Maju. La etimología de Sugaar/Sugar revela la naturaleza del personaje mítico, ya que su nombre puede significar tanto “serpiente macho”, como “llama de fuego” en euskera. Sugaar es el marido de Mari y tienen dos hijos, Atarrabi y Mikelats. Se dice que surca los cielos como un haz de fuego antes o durante una tormenta.
Identidad y nombres olvidados en Irati
En este contexto mitológico nace un relato sobre raíces e identidad. Historia y ficción se mezclan para narrar una leyenda que pretende retratar la realidad de un pueblo increíblemente antiguo. Los primeros fotogramas de la cinta ya se internan en las cuevas profundas de Mari, revelando así la dirección que va a tomar la película.
Irati habla sobre la naturaleza vasca, tanto en el sentido identitario como en el del entorno. En lo que respecta a este último, una fotografía cuidada presenta unos paisajes que son lienzo y cuadro al mismo tiempo. Las montañas y bosques impresos en la esencia vasca figuran como un personaje más bajo la mirada de la cámara. Los árboles sangran al ser talados, y las rocas crujen y se pasean entre los árboles, misteriosas figuras que encarnan al Basajaun. Además, para las personas familiarizadas con la geografía de los Pirineos, el nombre de Irati ya vaticinaba una excursión a la selva homónima.
Todo lo que tiene nombre existe
El cartel de la película dejaba una pista acerca de ese mismo tema: «Izena duen guztia bada / Todo lo que tiene nombre existe». Este concepto adquiere varios matices en Irati. Por un lado, está el uso de la lengua como símbolo de identidad. La cinta está rodada en un euskera accesible para el público vasco actual, pero con una textura antigua que recrea el habla de la edad media. Paul Urkijo ha expresado en repetidas ocasiones que la decisión de grabarla en euskera era firme y consciente, una forma de honrar la cultura vasca y acercarla a un público mayor.
Además, Irati ejemplifica de forma directa la importancia de las palabras en la memoria colectiva. Irati es el nombre de una lamia cuya existencia peligra, al borde del olvido. Es la última hija de Mari y se encuentra atrapada entre dos mundos. Finalmente, sacrifica su lugar junto a la diosa para preservar el legado mítico. Entonces su nombre echa raíces en el actual bosque de Irati, viva herencia de un pasado ancestral. No es casual que la película también lleve su nombre.

Legado, lazos y esperanza
En esencia, Irati es una historia de amor, no solo a la historia y las leyendas vascas. El enlace entre Eneko e Irati, el último Ximenotarra y la última hija de Mari, da respuesta a muchas de las preguntas que plantea la película. Ambos personajes son, cada uno a su manera, el hilo del que pende el equilibrio de las cosas.
Irati conecta la naturaleza mítica con lo humano, mientras que en la figura de Eneko convergen el cristianismo y el paganismo. Al principio, ambos actúan con desconfianza y recelo, defendiendo un linaje propio que ven amenazado por fuerzas externas. Con el tiempo, sus murallas van cayendo y aprenden a valorar y respetar lo ajeno. La relación que entablan erige puentes entre todas las realidades que los atraviesan. La cinta concluye con un mensaje de esperanza.
El niño que mató a un pájaro por capricho devuelve su cuerpo y pide perdón con arrepentimiento. Mari y Sugaar han partido, cruzando los cielos, pero una de sus hijas ha decidido permanecer para siempre en el bosque. Eneko dedica su vida a reinar entre los humanos, aunque sabe que cuando llegue su hora, renunciará a la corona y se internará en la selva una última vez. Se dejará arrastrar por la cadencia del río, sumergiéndose en los reflejos de árboles jóvenes y viejos, hasta que unas manos familiares detengan su curso. Volverá a pronunciar su nombre. Y ella nunca dejará de existir.