Hace poco más de una semana, se estrenó en Netflix la sexta temporada de Black Mirror, una de las producciones más exitosas de la plataforma. Como era de esperar, la expectación que se generó en relación a este regreso fue notable y llevó a la aparición de todo tipo de teorías acerca del contenido de sus cinco episodios. La serie creada por Charlie Brooker destacó desde sus orígenes por la acertada lectura que realiza de nuestra sociedad y de los posibles (y, generalmente, terribles) caminos que puede tomar. De ahí que seguidores acérrimos y espectadores promedio trataran de adelantarse a su estreno.
Esta entrega de Black Mirror ha sorprendido por diferentes motivos. En primer lugar, porque sus dos últimos capítulos, especialmente el quinto, se alejan bastante de la esencia de la serie, lo que puede indicar el surgimiento de un spin off. Y, en segundo lugar, porque en esta ocasión la tecnología y sus avances no han tenido un papel tan preponderante como en otras ocasiones. Sí, están presentes, pero de una forma distinta y con un papel más pequeño. Ahora el protagonista es el morbo. A partir de ahora se pueden venir spoilers.
Más espejo que nunca
Aunque siempre ha existido una distancia evidente entre el espectador y las historias que aparecen en la serie de Netflix, también resultaba fácil verse en ellas. O, de alguna manera, ver cómo la sociedad podía convertirse en lo que aparecía en la pantalla con el paso de los años. En algunos casos más y en otros, menos. Sin embargo, ahora, especialmente en los dos primeros capítulos de esta sexta temporada (y en casi la totalidad del cuarto), la distancia ha desaparecido. Y se ha señalado al espectador de manera clara y directa (y, por qué no, a la propia plataforma y su contenido).
Desde el reality de las vidas de espectadores que cedieron su privacidad sin darse cuenta, hasta la falta absoluta de escrúpulos de los paparazzis y quienes consumen su contenido, pasando por uno de los géneros más en auge del momento: el true crime. Quizá el segundo episodio sea el más realista de todos y, a su vez, el que mejor muestra hasta dónde puede llevar el morbo a esta sociedad. Aquí Black Mirror parece criticar directamente a su propia plataforma, al cinismo que rodea los documentales relacionados con crímenes atroces y a los miles de espectadores que los consumen casi hipnotizados, queriendo ver lo máximo posible.
Esto no es nuevo, viene de lejos, pero es de unos años a esta parte cuando la sociedad parece haberse quedado atrapada en las redes del morbo que rodea los casos sin resolver, en las muertes escabrosas que resultaron mediáticas en su momento y en historias cuanto más terribles, mejor. Esto lleva a una falta de sensibilidad y de empatía que ya entendemos como normal y a una ausencia de límites de la que, aparentemente, nadie quiere hablar. Y a la que la serie se ha enfrentado en esta sexta entrega.
Al menos en los dos primeros capítulos de la misma, así como en la parte sustancial del cuarto (vamos, hasta que se va de madre), la ficción se entremezcla con la realidad. Y el futuro es presente. Más que nunca, casi como en ese piloto que atrapó y encandiló al planeta allá por 2011. Parece que Black Mirror conecta así con sus orígenes, mientras que su último episodio puede abrir una nueva puerta.

Más allá del morbo
Aunque el morbo es, efectivamente, el gran protagonista en esta temporada, hay otros muchos temas que tienen su espacio en ella. La privacidad (o, mejor dicho, la ausencia de ella) aparece en varias ocasiones. Como hemos mencionado, en ese primer episodio en el que la vida de una simple espectadora, que acepta las políticas de una plataforma sin leer, se convierte en la serie más vista. Un caso que, aunque extremo, conecta de forma directa con la actualidad y con todas esas brechas de seguridad que se detectan constantemente en aplicaciones, páginas webs, plataformas, etc. Además de, por supuesto, la principal brecha: la prisa del ser humano y su ignorancia.
En Loch Henry, el segundo episodio, también aparece, cuando de repente la vida del protagonista se hace pública y la sociedad parece olvidarse de que se trata de un ser humano. Al igual que ocurre con las celebrities y los paparazzis, dispuestos a vender los mayores secretos de personas notorias, en su mayor parte por su trabajo, que pueden acabar incluso quitándose la vida presas de la vergüenza, el miedo o la presión, como se ve en Mazey Day.
La falta de empatía y los límites en el uso de la tecnología, temas recurrentes en la serie, vuelven a aparecer, especialmente en un brillante episodio 3, en el que también aparece la falta de escrúpulos del ser humano. De esta, también se da una pincelada en el episodio final, que poco o nada tiene que ver con lo que conocemos y sabemos de Black Mirror. En él, el racismo y el auge de los movimientos nacionalistas de derechas ejercen de telón de fondo para una especie de historia de terror, en la que lo que más asusta es la realidad (ahí está la conexión con el resto de temporadas de la ficción de Netflix).