Una de las primeras escenas que recibe al espectador en Juego de Tronos tiene como protagonistas a Ned Stark y Jaime Lannister. Los Stark celebran la llegada de la comitiva del rey Robert Baratheon con un gran banquete. Los niños juegan, los jóvenes se divierten, los adultos contienen la tensión. Ned Stark ignora a Jaime Lannister y Jaime Lannister provoca a Ned Stark. A pesar de los esfuerzos del uno, y por la bravuconería del otro, terminan por mantener una conversación de apenas dos minutos de duración que, sin embargo, ya señala aspectos de una relación que es, a su vez, el reflejo del carácter de ambos personajes.

Jaime Lannister, en ese primer capítulo de Juego de Tronos, es un hombre arrogante y provocador, que mira a Ned Stark con la cabeza alta y ojos orgullosos. El patriarca de los lobos, por su parte, trata de esquivarlo, hasta que también se encara, a su manera, apartando la mirada y midiendo bien sus palabras. La tensión se palpa, se aprecia el hastío del Stark y un cierto respeto por parte del Lannister. Claro que es un respeto que jamás mostraría desnudo: es un respeto vestido de arrogancia y provocación, los trajes que elige siempre Jaime Lannister y que nos traen hasta aquí. Hasta analizar una de las relaciones más complejas e interesantes de Juego de Tronos, de esa Canción de Hielo y Fuego que sigue sonando.
Un acercamiento a la imagen general

Habría que empezar por señalar que la base de la que parten Ned Stark y Jaime Lannister para entenderse no es una de simpatía. Pertenecen a dos familias opuestas, casi condenadas al enfrentamiento. Los Stark, los lobos del norte, se caracterizan por la moderación, la sobriedad y una huida casi patológica del centro de poder. Mientras tanto, los leones del sur, los Lannister, muestran orgullo, pura opulencia y una búsqueda casi patológica del centro de poder.
Son dos familias incompatibles que no pueden terminar de encontrar su punto de entendimiento ni siquiera en los miembros más cercanos al otro. Tyrion Lannister puede tener algo de los principios de los Stark, pero nunca deja de ser un Lannister. Por eso nunca deja de ser presuntuoso, ni de colocarse por encima del resto. Sansa Stark puede soñar con la realeza y la opulencia, pero cuando la vida se muestra ante ella como lo que es, sus actos y sus palabras son una herencia de su padre.
Así que cuando, en el contexto de la rebelión de Robert, Ned Stark irrumpe en la Fortaleza Roja dispuesto a acabar con la tiranía del Rey Loco y se encuentra a Jaime Lannister sentado en el Trono del Hierro, con la espada desnuda y una sonrisa en los labios, la sentencia está dictada. Porque ese muchacho de la Guardia Real está demostrando ser, ante todo, un Lannister. Y él es, ante todo, un Stark.
Orgullo y prejuicio, versión Juego de Tronos
Hoy en día, sabemos que Jaime Lannister no es el Matarreyes por ser un Lannister. Todo lo que Jaime tuvo que soportar al lado de Aerys, el Rey Loco, las barbaridades que vio y escuchó, las violaciones, los asesinatos indiscriminados, no le despertaron la indiferencia con la que el resto le señala. Pero no es fácil llegar hasta ahí: solo en ese sorprendente momento de intimidad con Brienne es cuando Jaime se despoja del traje Lannister. Entonces se confiesa, y se explica, y se percibe el dolor. Lo que hizo Jaime, termina por entender el espectador o el lector, fue sucumbir al desprecio, tal vez incluso el miedo, que venía acumulando por el Rey Loco. Arriesgó su vida y sacrificó su honor rompiendo sus votos para salvar al pueblo, quizá para liberar algo de la culpa que sintió por permitir que esas barbaridades pasaran ante sus ojos.
En él tiene que haber culpa y recuerdos dolorosos, porque no se explica de otra manera que comparta con ese gran rival, Ned Stark, algo del trauma vivido. Unos capítulos más adelante de ese primer encuentro, el Lannister se permite, o quizá no pueda evitarlo, acercar posturas con el Stark. Confiesa que cuando asesinó al Rey Loco sintió algo de justicia al recordar los gritos del padre y el hermano de Ned siendo asesinados bajo sus órdenes. Ned no reconoce todo lo que hay tras esta confesión, porque la sentencia se dictó hace tiempo. No reconoce que Jaime cede aquí un espacio enorme al desvestirse de orgullo y arrogancia, en parte buscando el respeto y el reconocimiento que le fue negado años antes. ¿Juzgó Ned Stark demasiado rápido?
Jaime Lannister, a ojos de Ned Stark
Cuando Ned Stark entró en la Fortaleza Roja, lo que se encontró fue a un Lannister sentado en el Trono de Hierro. Un ser orgulloso y arrogante, con la espada desenvainada tras haber asesinado al rey que había jurado proteger, en un momento en que su padre, el gran Lannister, había decidido tomar partido y lanzarse a conquistar Desembarco del Rey. Así que durante unos instantes Ned pensó que Jaime había traicionado al rey Targaryen por órdenes de su padre, no por los horrores o los traumas, no por salvar al pueblo. Nunca llegó a saber más que eso porque Jaime nunca lo compartió con nadie, con la única excepción de Brienne. Cuando esta le pregunta por qué nunca le explicó a Ned Stark todo esto, Jaime Lannister señala el prejuicio de Ned: “me habría juzgado de todos modos”.
Juzgar fue fácil para Ned, y no solo porque se trate de un hombre que sigue un código de honor muy estricto, aunque esto, claro, hace mucho. Ned emite juicios con facilidad porque en su código moral no hay grises: solo blancos o negros. En su primera gran escena en la saga no le tiembla el pulso a la hora de condenar a muerte a un miembro de la Guardia de la Noche que asegura, en un evidente estado de terror, que no está huyendo de su deber sino de los Caminantes Blancos. Pero para Ned no hay grises: has roto tu juramento, entonces estás condenado a muerte. Llega a ser intransigente en este sentido, pero es que además Jaime se lo pone fácil.
Porque el hombre que encuentra en la Fortaleza Roja no es un hombre afligido por haber roto su juramento, por haber asesinado a una persona, por consentir el asesinato de una familia, por todos los horrores que ha visto y los traumas que ha sufrido. Es un joven bravucón, arrogante y orgulloso, que durante unos segundos, y en ese contexto, se permite jugar con la posibilidad de entregar el reino a su familia. Es un muchacho que frivoliza con el asunto, que lo recibe con la espada todavía desenvainada. Lo que se encuentra es un Lannister orgulloso de faltar a su juramento, de cometer traición.
Es más: lo que encuentra Ned, como le señala en una conversación posterior, es un muchacho que había sido “un buen servidor, cuando servir fue seguro”. A sus ojos, sólo acaba con las locuras del Rey Loco cuando Tywin Lannister entra en Desembarco del Rey. Solo cuando es seguro hacerlo, solo con otro Lannister ahí. Jaime Lannister convierte la defensa del pueblo en un acto que parece hecho en su propio beneficio. Y dado que Jaime no considera que tenga que justificar sus actos o dar explicaciones a nadie (“¿con qué derecho el lobo juzga al león?”, le dice a Brienne), porque está por encima del resto, no lo hace. Así que todo lo que vio Ned fue un niño que rompe sus juramentos, escudado por su padre, y que además se ríe de ello.
Lannister vs Stark: el amor era imposible
Ciertos momentos y ciertas sensaciones conducen a pensar que, con todo esto, el desprecio de Jaime Lannister por Ned Stark no es genuino. Este desprecio nace, más bien, del que ve en los ojos del Stark, el hombre honorable por excelencia que es incapaz de reconocer las verdaderas acciones del Lannister, que sabe que, a pesar del traje que llevaba encima, realizó un gran acto de honor tras los horrores vividos. Pero para que este reconocimiento fuera posible el Lannister tendría que haber sido menos Lannister. Y tal vez el Stark un poco menos Stark. Orgullo y prejuicio, versión Juego de Tronos.