El primer largometraje de Alauda Ruiz de Azúa se llama Cinco lobitos y ha sido un éxito. Un éxito de crítica entre la prensa especializada y también entre el público general, que ha encontrado en ella una película llena de humanidad, realidad y emoción. A la espera de la próxima edición de los Premios Goya, en la que cuenta con 11 nominaciones, Cinco lobitos viene cosechando premios toda la temporada. La recomendación en estas fechas, por tanto, se escribe sola.
Así es Cinco lobitos

Amaia (Laia Costa) vive en Madrid junto a su pareja, Javi (Mikel Bustamante). Acaban de ser padres, pero el trabajo de este le impide pasar tiempo con su familia y es la joven madre quien termina cargando con todo el peso de la crianza de su hija, teniendo que renunciar por ello al trabajo. Amaia se siente agobiada, frustrada, cansada y triste, y en un momento determinado comprende que no puede más.
Decide regresar, durante una temporada, a casa de sus padres, que viven en un pueblo costero de Euskadi. Estos la reciben con los brazos abiertos y Amaia siente un respiro momentáneo, hasta que comprende que es madre, sí, pero nunca ha dejado de ser hija, y eso también conlleva muchas cosas.
La trampa de Cinco lobitos

Cinco lobitos es una trampa. Uno piensa que va a ver una película sobre ser madre y se termina encontrando con una historia sobre cómo nunca se deja de ser hija, aunque se empiece a ser madre. En este sentido, la película de Alauda Ruiz de Azúa regala escenas preciosas de apoyo y esperanza, también otras dolorosas que tienen que ver con la incomprensión y la distancia.
Nunca oculta ni justifica errores paternos, porque no necesita idealizar las relaciones para que estas lleguen al espectador a partir de la empatía, la comprensión y el cariño. Incluso a partir del dolor.
Seguramente este sea su punto fuerte: que se siente de verdad porque lo cuenta todo. Los defectos están ahí y los espectadores pueden verse reflejados, de alguna manera, en ciertas experiencias que conectan con sus propias heridas. Pero también están las virtudes, y entonces se conecta con el lado más amable de los recuerdos y las relaciones.
La directora, también guionista, plantea a la perfección esta doble cara de las relaciones que unen a madres con hijas, a hijas con madres, a padres con hijas y madres. El reparto, que completan Susi Sánchez y Ramón Barea, traslada este conjunto de ideas con naturalidad, que es lo mejor que se puede decir en este caso. Esta película no funcionaría si sus intérpretes no fueran tan humanos como las ideas de las que parte.
Cinco lobitos es realista, cruda, bonita y cercana. Se siente escrita, dirigida e interpretada desde la verdad, de quien lo ha vivido o de quien tiene una historia que contar en la que cree profundamente. Es una de las mejores películas del año en un año en el que, además, ha habido grandes películas.
Cuándo hay que verla

Quizá el consejo tenga que ir, más bien, por el momento para no verla. No hay que verla cuando uno necesite algo ligero, porque Cinco lobitos tiene esa clase de fuerza que arrastra al espectador hasta el escenario emocional pretendido. El momento de verla es, por tanto, un momento en que uno se sienta preparado para conectar con esas relaciones y emociones mencionadas. También cuando ande buscando algo realista, sencillo en las formas y profundo en el fondo.
Por lo demás, la próxima celebración del cine español (Premios Goya, 11 de febrero) puede ser un buen momento para hacerlo. Nunca está de más, por si alguien todavía no lo ha visto o no ha querido verlo, recordar las buenas propuestas que surgen y se desarrollan en la producción nacional.