La tercera temporada de Atlanta tuvo un rodaje y estreno difíciles debido al coronavirus. Finalmente, vio la luz en 2022. Además de contar las correrías de Earn, Darius, Paper Boi y Van por Europa, adquirió un tono antológico tan raro como la propia serie. Así, varios de sus episodios no tienen conexión con las tramas de los protagonistas. Son relatos extraños que componen lo que podrían denominarse pesadillas blancas.
Porque estos cuatro episodios se centran no en personas negras, sino en blancas. Donald Glover siempre ha comprendido bien ambas visiones, aunque ha tenido claro que él es parte de la comunidad afroamericana. Aprovecha su habilidad, y la de su equipo, para intentar incomodar a esa población mayoritaria con malos sueños surrealistas. No en vano, ser parte del segmento privilegiado conlleva tener que aguantar que te lo echen en cara.

Three slaps, hazle caso a mamá o te llevarán las blancas
El inicio de la tercera temporada sorprendió y no tuvo que aguantar que la crítica se quejara de que Donald Glover, Zazie Beetz, Brian Tyree Henry o LaKeith Stanfield no aparecieran. Vale, el primero si sale, pero solo para que al final se pudiera decir que todo fue un sueño. En todo caso, Three slaps cuenta cómo Loquareeous (Christopher Farrar) acaba en manos de dos jóvenes y hippies lesbianas. Su camino hacia este destino pasa por liarla en el colegio y que su madre le de dos bofetadas. Profe contacta a servicios sociales, estos van a casa del chaval y su progenitora dice: «que se lleven a ese desagradecido».
En realidad, en lo que se ve metido Loquareeous es en el plan de dos mujeres para ser lo más salvadoras blancas que puedan. Tienen poco dinero y seis niños a su cargo. El episodio incide en señalar que creían que sería fácil. Por supuesto, no lo es. Esta visión maternalista que poseen sobre la población afroamericana acaba derivando en desesperación y abusos.
Finalmente, antes que reconocer el error, deciden llevar a cabo un suicidio en masa. Loquareeous lidera una rebelión en el último minuto que salva a los pequeños, pero no a ellas. Su retorno al hogar es una muestra del tradicional «mejor malo conocido que bueno por conocer».
Lo más chocante del relato, además de ponernos frente al concepto de white savior a la tremenda, es que está basado en un caso real. No, no es otro caso de «mata a tu lesbiana». El suicidio colectivo de la familia Hart tuvo lugar en 2018. De él sacan Glover y compañía el argumento. También imágenes como la de Loquareeous abrazando la pierna de un policía. En ambos casos se primó la visión de las madres, blancas, a la de los críos y crías adoptados, negros. La diferencia es que, en la realidad, murieron todos.
¡Ey! Y el Earn blanco, ¿qué?
Vale, vale. Del Earn interpretado por Tobias Segal también hablamos. Protagoniza el arranque del episodio y aparece en The big Payback y el el cierre de temporada. En este primer capítulo se le ve en una barca junto a un amigo negro. Le cuenta que en el lago donde había una población, con muchos afroamericanos pudientes. Algunos se negaron a irse y acabaron ahogados.
El relato de fantasmas acaba con ambos discutiendo qué es ser blanco. Si acaso, se preguntan, una persona con la piel negra se comporta totalmente como una que la tiene blanca, no es más cercano a estos últimos que a los primeros. El concepto de pertenencia a la comunidad negra será una constante en toda la parte antológica de la temporada. El Earn blanco, además, se postula como una suerte de alter ego del personaje de Glover. Por cierto, el final de la conversación es digno de una peli de terror.

Trini 2 the bone, la crianza subrogada
Miles (Justin Hagan) y Bronwyn (Christina Bennett Lind) son una pareja blanquísima que viven en un pedazo de ático de Nueva York. Son ricos y tienen un crío llamado Sebastian (Indy Sullivan Groudis). El día va bien pero, oh desgracia, reciben una llamada anunciando que Sylvia ha muerto. Esta señora, de Trinidad y Tobago, era la que les cuidaba al niño. Tratan su fallecimiento como si fuera el de un perro. De hecho, peor. Al comunicar la muerte al pequeño, evitan mencionar que la mascota de la familia la espichó hace un tiempo. Demasiado traumático.
El capítulo se vertebra así sobre un cliché muy estadounidense: el de la mammy. Esto es, la señora afroamericana mayor y sabia que se dedica a cuidad, a transmitir su saber popular. Una herencia del esclavismo que, a su manera, vive en mujeres como las que han inspirado a Silvya. En esencia, permiten a familias ricas olvidarse de criar a su progenie.
En el caso de la pareja protagonista, se dan cuenta de que subrogar la crianza de Sebastian ha provocado que sea un trinitense en miniatura. Cuando van al funeral de Sylvia, sus temores se confirman. No solo por la actitud del pequeño, sino porque conocen a Curtis (Chet Hanks), otro chaval de familia rica al que cuidó. Habla totalmente como si fuera de Trinidad y Tobago.
Además, se muestra cómo les da miedo todo lo que ocurre en este barrio bajo, repleto de personas racializadas. Cuando el asunto se pone caliente y estalla una pelea, hacen mutis por el foro. Pero un asistente les caza. «Habéis asustado a los blancos», dice al resto.
Bronwyn, que no tiene nada que ver con Los anillos de poder, está a punto de darse cuenta de que es una mala madre. Una ausente, igual o peor que la de Loquareeous, que permitió que se llevaran a su propio hijo sin preocuparse. Miles, por su parte, se ve acosado por una fantasmagórica entrega de un paquete para Sylvia. Tras el funeral, en mitad de la noche, pasa la tercera intentona y lo abre. Dentro hay fotos de la cuidadora con su hijo. No hay vuelta atrás, tío: el chaval, trinitense hasta la médula.

The big payback, fantasmas que quitan la pasta
Cómo reparar la violencia sistemática que supuso el esclavismo en Estados Unidos es un problema muy gordo para el país. En The big payback, Atlanta lo trata con socarronería. Casi hace lo opuesto a Watchmen. Lo hace a través de Marshall (Justin Bartha), un hombre de ascendencia austrohúngara.
Divorciado y con una hija, se ve envuelto en una ola de demandas que obliga a los descendientes de esclavistas a reparar a los de los esclavos. Ajeno a ello, no le da mucha importancia hasta que le toca. Su hija no le pregunta por qué son del Atleti, sino si son racistas. Los balones que tira fuera no valen cuando una mujer le reclama tres millones de dólares.
La serie plantea que la reparación histórica sea por vía económica. Gracias a ello, la actitud de la afroamericana que acosa a Marshall puede llegar a cabrear. Glover acierta aquí, al lanzar también sus pullas a una comunidad también anestesiada. Todo se percibe injusto. Es fácil para el blanco medio empatizar con otro blanco al que le quitan todos sus vienes, su fama y reputación. Por suerte, Earn reaparece para explicárselo a él y a parte de la audiencia.
Dar dinero está bien, pero el ser negro en Estados Unidos y muchos otros lugares del mundo es una maldición. Los ecos del esclavismo, a través del racismo atroz del país, resuenan y castran a los afrodescendientes. Marshall y los blancos también están malditos, pero su hija lo superará. Tiene el color de piel bueno.
El descendiente de austrohúngaros sufre una epifanía mientras Earn se suicida. Victimizarse no es una opción. Nunca tuvo que enfrentarse al mal en que se asientan sus privilegios hasta entonces. Pero, por suerte o por desgracia, se vio obligado a hacerlo. A mirar a un fantasma que llevaba ahí todo el tiempo, pero al que no prestaba atención. Se vive con comodidad pensando que todo está bien y sin ceder un ápice del pastel. Cuando se acepta que hay que devolver parte de este para que las condiciones puedan igualarse es un trance duro. Mas, al igual que en el caso de la igualdad de género, es necesario.

Rich wigga, poor wigga, las becas para los negros de verdad
El más divertido de todos, quizá también el más superficial, Rich wigga, poor wigga ataca de cara el concepto de identidad negra. Aaron (Tyriq Withers) es el protagonista de la historia, un joven mestizo de iure pero que de facto es más blanco que la leche. Su padre, afroamericano, se niega a avalarle y parece que se quedará sin acompañar a su novia Kate a la universidad.
Por sorpresa, un millonario decide becar a todos los estudiantes que demuestren ser negros. Para ello, deben someterse a un juicio de tres estereotípicos señores afroamericanos. En una escena divertidísima, Aaron fracasa con estrépito. Su reacción, blanquérrima y muy estadounidense, es crear un lanzallamas para quemar su instituto. En él se encuentra a Felix, color ébano, que ha sido rechazado también. En su caso, porque sus padres son nigerianos.
El debate aquí es qué es sobre la cultura negra de Estados Unidos. Para el consejo, si esta no se ha catado, no se es negro. Da igual el color de piel. Atlanta barrunta que la negritud es un estado social, un fenómeno cultural y no biológico cuyas líneas de entrada o salida son confusas. Por eso, cuando a Felix le dispara la policía, claramente por su tonalidad, acaba recibiendo la beca. «Que te dispare la poli es lo más negro que hay», le cuenta el millonario.
Aaron acaba sin entrar en la uni y trabajando en un súper. Sin embargo, ahora es puro fuego. Tendrá una tez blanca, pero se mueve y habla como si fuera negro. Quizá sea tarde, pero ha elegido bando. Kate, que no dudaba de asegurar que los afroamericanos lo tienen todo facilísimo porque se les subvenciona, se queda flipando con su exnovio. Ella será racista, pero él tiene ese rollo que solo puede tener gracias a su nueva personalidad. La mirada que lanza al final, lo dice absolutamente todo.