En este decimotercer aniversario de la formación de One Direction a las más adultas del fandom se nos puede quedar un poco cara de dónde se ha ido el tiempo, qué ha pasado con estos chicos, cómo es que de repente estamos aquí. Recuerdo esa época en la que One Direction lo copaba todo como una época frenética y eterna. Me acompañaba la sensación de que las cosas podían durar para siempre y eso incluía a esos cinco chavales que cantaban sobre la juventud que experimentaba junto a mis amigas, la libertad, el enamorarse veinte veces por semana y también el sufrir un poquito, siempre desde la poesía y el arte.
One Direction fue una fantasía y un sueño para millones de adolescentes en todo el mundo y no creo que todavía les hayamos dejado ir, a pesar de que tomaron la decisión (permanente, seamos conscientes y honestos) de separarse e iniciar caminos en solitario. Mi favorito siempre fue Louis (esa voz diferente y esa picardía que tenía), hoy en día solo escucho a Harry, con un interés tremendamente diferente al que tenía cuando le escuchaba entonces, y eso que me interesaba la música. Siempre me ha interesado la música, siempre me ha dado igual que tuvieras una cara bonita si no me entusiasmaba de algún modo lo que estabas cantando. La música de One Direction me gustaba.
Jamás defendí que hicieran las mejores canciones (aunque tienen unas cuantas decentes, como Story of my life o la ochentera What a Feeling) ni me recuerdo intentando sentar cátedra con sus producciones, sencillamente me entusiasmaban. Me divertían, me ponían de buen humor, me hacían sentir cosas. Recuerdo un concierto celebrado en Bruselas en junio de 2015 como uno de los mejores de mi vida. No estaba allí para disfrutar de la música como arte sino de la música como disfrute, valga la redundancia. Me daban igual cosas con las que hoy me quedo embobada, pero es que con ellos solo quería pasármelo bien. Bailar con mis amigas, gritar, llorar un poquito, sentir algo. Conectar con otra gente, porque la vida al fin y al cabo va de esto.
En los conciertos de One Direction, en la mayoría de los entornos en los que se movían, había un espíritu de comunidad que no siempre era sano (seamos de nuevo conscientes y honestos) pero que siempre era intenso. Cuando encontrabas gente con la que sí, entonces esa gente se convertía en parte de tu vida y sentías, por ese vínculo que genera cantar desde el alma una misma canción, que te comprendían aun sin conocerte de todo. Todavía conservo vínculos que desarrollé entonces y que siempre sentiré como un espacio seguro incluso aunque pase el tiempo y la relación se desgaste.
Así que One Direction me gustaba por todo esto: porque eran divertidísimos, porque detrás del escenario eran cinco chavales carismáticos de los que era imposible no enamorarse como solo se enamora un adolescente, por las emociones intensas que sentía en sus espacios y porque su comunidad fue una de las primeras comunidades en las que sentí pertenencia.
Utilizar el tiempo pasado para hablar de One Direction, y con esto concluyo, es en realidad inexacto, porque todavía me desgañitaría con Best Song Ever en cualquier concierto, todavía me sé de memoria los versos de Over Again y todavía, de vez en cuando, recurro a una lista de reproducción que jamás borraré porque, como dice Taylor Swift, I knew everything when I was young, y yo de joven creía que estos chicos molaban por encima de todo, así que no pienso olvidarlo. Feliz aniversario directioners.