Se acaba el día. Trabajo o estudios, lo que sea, ya son parte del pasado reciente. Una cena graciosa, nada del otro mundo pero sí indulgente. Algo digno de lo que se acerca. En breves toca nuevo capítulo. Una efeméride muy pequeña, minúscula, pero que marcará un nuevo ciclo de críticas de andar por casa, teoría y, ante todo espera. Hasta hace poco no había, prácticamente, otra forma de consumir la última serie de moda. El streaming, sobre todo Netflix, trajo un nuevo paradigma para las ficciones televisivas, antes reservado a las reposiciones y a las descargas del eMule. Con los maratones ganamos algo, mas también perdimos.
Disfrutar de la experiencia colectiva
Normalmente se suele esperar al final para dar la razón de mayor peso, por eso de que el lector deba leer unos cuantos párrafos de morralla. Ahorrémonos las monsergas. El modelo Netflix, estrenar todos los capítulos de golpe, da sensación de control a la audiencia. Es ella quien decide cuándo y cómo consume la serie de turno. Aparente libertad, viciada por ese ansia de devorar que el propio servicio de streaming propone.
Por favor, no se entienda esto como una crítica elitista. Todos hemos caído en el consumo «a saco» de una ficción. El ansia nos ha superado y hemos decidido y dando a «siguiente episodio» sin pensar demasiado. Es una cuestión que, como la muerte, nos afecta al total de la población sin demasiado sesgo. La satisfacción instantánea, tan de la mentalidad start up actual, se lleva por delante el fenómeno de la experiencia colectiva o lo acelera tanto que lo diluye.
Los estrenos de series en televisión hacen del directo un momento en el que un gran grupo de personas era consciente de estar haciendo lo mismo que el resto. Es decir, ver los primeros ese capítulo. Quien no, estaba desfasado. Era un cara o cruz, o lo vivías o no. Se trata del mismo efecto que causan las transmisiones deportivas en vivo. Generan comunidades imaginadas, que diría Benedict Anderson, o de interés, como referencia Henry Jenkins en su Cultura de la convergencia. Dicho en plata, nos permitía estar a todo quisqui a lo mismo. Esto se extendía en temporadas que solían alcanzar los 20 episodios. Ahora, esta epifanía grupal dura un par de días, no varios meses.
Teorías y críticas por doquier
HBO, Disney+ o Apple TV+ han decidido seguir con ese modelo antiguo de un episodio por semana. No han faltado lloros cuando se reconsolidó la sensación. En redes no faltaron quienes reclamaban que los lanzaran todos. Tampoco quienes decían que solo lo consumirían cuando estuvieran todos lanzados. En medio, se perderían semanas de comentarios. Eso es otro elemento que lleva asociada la experiencia colectiva: si no lo comentas con nadie, no ha pasado.
De Juego de tronos, Perdidos o Los Soprano a El Mandaloriano, The last of us o Fundación, las series estrenadas «a la antigua» disfrutan de multitud de microperiodos de efervescencia teórica. Los entornos digitales bullen con propuestas descabelladas o racionales. Las oficinas y los grupos de amigos tienen tema de conversación sobre qué pasó a quién y qué le pasará después. Pobre de quien no haya sacado un rato, porque entonces se quedará fuera.
Esto no ocurre así con los estrenos en paquetes o del tirón. Los comentarios pasan de ser entre capítulos a ser entre temporadas. Esa experiencia y derivados se queda en casa, en pareja o en amigos. Además, genera ciertas traiciones imperdonables («me dijiste que me esperarías para verlo…»). Hay ficciones que lo soportan mejor, ya que están diseñadas para ser más miniseries o películas que series en su escritura. Otras, como The witcher, sufren sobremanera ya que todos esos finales en suspenso son agua de borrajas. Qué más dan, si le vas a dar a «ver siguiente episodio» hasta agotarte.
Pequeños placeres perdidos, ansiedad y agotamiento
Puede que haya quien haya leído hasta aquí, gracias, y piense: «vaya pollavieja de redactor». Es posible. Sin embargo, elevando un poquito el tono, más allá de esa pérdida de experiencia colectiva y diálogo que genera el modelo en maratón, este puede llegar a ser agotador. La oferta es inmensa y eso ya pone difícil qué ver (si quieres una ayuda para elegir, te la damos). Pero el saber que iniciar ese visionado puede suponer estar varias horas sin pestañear hace que dar al play sea en ocasiones una decisión complicada.
Asimismo, se genera un agotamiento a corto y a largo. Comerse una serie tipo Dark es muy probable que deje la cabeza como un bombo. De ahí que existan medios como el nuestro, muchas veces dedicados a resumir y sacar a relucir detalles que suelen pasar desapercibidos por el simple hecho de que se ve todo tan de prisa que hace falta o volver a ver o leer qué se ha visto. Si ampliamos el margen temporal, puede llevar a esa sensación de vacío que supone ponerse frente al catálogo de un servicio de streaming. La agenda impone que veas tres series completas de moda por semana y eso puede provocar que el entretenimiento se convierta en tortura.
Lo anterior puede llegar a generar cierta ansiedad. Ver una serie, normalmente, va de todo lo contrario. De relajarse, no se de sentirse mal porque no vas al día o has perdido uno sin darte cuenta. Por otro lado, hay pequeños elementos que sufren debido al modelo maratoniano. Las cabeceras son uno de ellos. En las series de estreno semanal, suelen seguir surgiendo pequeñas maravillas, como en Warrior o From. Ambas intros están a la altura de ese Tony Soprano conduciendo al ritmo de Alabama 3. Lo mismo ocurre con los antes mencionados cliffhanger.
Por ello, merece la pena resaltar el viejo y sano modelo de «un episodio por semana». Dicho esto y todo lo anterior sin juzgar al maratoneador convencido, claro está. En todo caso, si te da pereza eso de ir partido a partido, te recomendamos que pruebes. Que encuentres a alguien con quien seguir la serie y comentes. Que sufráis juntos la espera. Merece la pena. Porque a veces la rutina es una compañera agradable.