Stephenie Meyer ha contado siempre que Crepúsculo nació de un sueño que tuvo una noche de junio hace ya veinte años. Era 2003. Soñó con un prado en el que una chica corriente y un chico nada corriente mantenían una conversación de lo más profunda, mientras él, vampiro como era, dominaba con todas sus fuerzas su sed de sangre. No quería matar a esa chica corriente porque la amaba. Meyer dio vueltas durante días a este sueño y finalmente se puso a escribir sobre ello. De esta primera idea nació, de forma general, Crepúsculo, y de manera más concreta Confesiones, el capítulo número 13 del libro. Lo que vino después es historia: tres libros más, cuatro si contamos Sol de medianoche, millones de ejemplares vendidos y una adaptación cinematográfica que fue un éxito internacional.
Pero Crepúsculo estuvo desde el principio acosado por las críticas. Muchas están relacionadas con el menosprecio generalizado que existe hacia las historias juveniles, románticas y “para mujeres”, historias consideradas de segunda clase para muchos. Se desechan sin darles una oportunidad real, se rechazan antes de su consumo, con esa seguridad condescendiente de que no va a gustar algo “para chicas adolescentes”.
Son mucho más interesantes las críticas que fueron surgiendo poco a poco de la mano de movimientos feministas que han revisitado historias de siempre buscando señalar lo evidente. La misoginia, el machismo o el segundo lugar al que se ha relegado a las mujeres en la ficción, que durante años no pasaron de ser simples trofeos, problemas, excusas o cuidadoras de los verdaderos protagonistas, que eran los hombres.
Crepúsculo no está protagonizado por un hombre: Bella Swan es la indiscutible protagonista de esta historia. Suya es la voz, suya es la perspectiva. Esto no quiere decir que esté libre de lo anterior, como no ha podido librarse de las críticas desde que se repasó con atención esta historia que tanto ha influido en personas de todo el mundo. Quizá en 2005, cuando se publicó la primera edición, fuera difícil comprender las señales de alarma. Hoy parecen llevar luces de neón en esas páginas.
Así que releer Crepúsculo, veinte años después de ese sueño, es un ejercicio de reflexión, muecas y disgusto. Pero también, de nada sirve esconderlo o negarlo, un viaje disfrutable al pasado de una chica adolescente que, como millones de chicas adolescentes en todo el mundo, encontró un refugio en la literatura que fue ampliando hacia otros horizontes, pero que nació con obras juveniles, románticas y para mujeres como esta de Meyer.
A favor de Crepúsculo: lo que todavía se entiende del fenómeno

Lo primero que hay que reconocer de Crepúsculo es que no es una mala historia. Salvando los clichés, su planteamiento, desarrollo y desenlace, solo de este primer libro, están bien construidos y bien llevados. La historia sigue una línea temporal constante, coherente y ascendente. Hay espacio para la acción y también para la reflexión, y en líneas generales interesa todo, porque estás descubriendo una historia de amor prohibido que vive de la emoción y el misterio. A quien le guste este planteamiento, pues le gustará Crepúsculo.
Crepúsculo, salvo algunos momentos un tanto bochornosos, está bien escrito, porque Meyer no escribe mal. De hecho, podría decirse que escribe bien. Los diálogos son, en su mayor parte, ingeniosos, con alma. No pretende nunca construir la relación de Bella y Edward, como sucede en otras obras, simplemente asegurando al lector lo mucho que se atraen o se aman: es capaz de mostrarlo. Los momentos divertidos, tiernos, tensos o delicados que comparten llegan al lector a través de sus acciones o palabras.
Parece algo que se tiene que dar por hecho, pero en demasiadas ocasiones se encuentra uno con historias en las que se asegura que sus personajes se aman sin que ese amor esté verdaderamente plasmado. En ocasiones sucede así porque muchas obras basan sus historias en los obstáculos que tienen que superar los personajes sin que antes, durante o después se deje ver por qué tienen ganas de superar esos obstáculos para poder estar con la persona amada. Para generar una verdadera sensación de peligro, ansiedad o tristeza, también hay que escribir desde la alegría o la calma. En Crepúsculo, sin que sea una obra maestra en este sentido, hay de todo un poco. Están los obstáculos, pero también la complicidad. Por eso engancha como lo hace, porque te crees su amor y puedes llegar a sufrir por ello.
El sueño de Forks
Por otro lado, el ambiente generado por Meyer es también de lo más atractivo y contribuye a hacer grande la propia atracción que el lector siente por Bella, Edward, cualquier miembro de los Cullen o incluso Jacob. Crepúsculo se ambienta en un pueblo lluvioso que se cubre de niebla de manera habitual, rodeado por bosques frondosos, donde apenas se ve la luz del sol, habitado por vampiros que no quieren ser los malos de la historia. Los pensamientos de Bella, entre la languidez y la ironía, o sus lecturas serenas en el jardín invernal de su casa armonizan de forma ideal con este escenario, así que uno se siente en Forks sin esfuerzo y casi hasta desearía verse allí realmente.
Sobre todo cuando eres un adolescente, la independencia que además suele acompañar a los jóvenes de Estados Unidos también se desea: Bella tiene su propio coche, va a la compra, cocina y se ocupa de sí misma casi como si fuera una persona adulta (el deseo de todo adolescente inconsciente), pero sin abandonar lo mejor de la adolescencia. El ambiente de instituto donde cada día tienen lugar decenas de historias, los bailes, las excursiones. Crepúsculo es una gran fantasía, por eso en parte funcionó tan bien.
Cerca de ese pequeño pueblo, además, La Push, cuyo entorno está habitado por los Quileute. Meyer convirtió a este pueblo nativo americano en hombres lobo, pero lo hizo basándose en la realidad: la leyenda dice que aquí habitaron (o habitan) los últimos hombres lobo de Estados Unidos. Pasear por esta playa con la capucha puesta, mientras se escuchan historias antiguas y misteriosas, con uno de los descendientes de los Quileute (Jacob Black) contándote esas historias, es otro sueño. Es, de hecho, uno de los elementos más interesantes de Crepúsculo.
Por último, pero tomando como referencia el principio de este texto, ese sueño que dio paso a Confesiones. Ese capítulo es una hermosura que puede servir para que los curiosos, si realmente tienen curiosidad genuina, entiendan el fenómeno de Crepúsculo. Esos momentos en los que Bella y Edward se van acercando, confesando y tanteando justifican la historia.
En contra de Crepúsculo: lo que inevitablemente te cuestionas

Son numerosos los elementos peligrosos en los que se asienta la historia de amor de Crepúsculo. Claro que es una historia de ficción que no busca enseñar o aleccionar a los adolescentes o adultos que la lean, el problema no parte de sus intenciones sino de la normalización de ciertos comportamientos o pensamientos perjudiciales, como individuo a secas y como individuo que se relaciona con otros. El debate en torno a lo que se debe o no reprochar a los autores que crean obras de ficción no ha dejado nunca de estar encendido, porque uno, como consumidor (sobre todo, como consumidor adulto) de esos productos, puede disfrutar de ciertas escenas ficticias consciente de que no las desea en su realidad, así que ¿hay que limitar o incluso prohibir su creación?
En cualquier caso, a día de hoy es inevitable torcer un poco el morro ante ciertos planteamientos, decisiones o dinámicas que quizá en el pasado sí se pudieron disfrutar sin cuestionarlas. Al fin y al cabo, esta historia y sus personajes se concibieron hace veinte años, cuando el mundo estaba mucho menos deconstruido y era mucho menos consciente no solo de los patrones que se repiten en las relaciones tóxicas sino también de que no hay que por qué quedarse en una por amor. Con todo esto, vamos con lo cuestionable.
El amor que todo lo puede y otras ideas peligrosas
Leyendo Crepúsculo tuerce una el morro cuando se da cuenta de cómo Bella va quedando completamente reducida a lo que siente por Edward, a su relación con él, a su propia figura. Estar bien o estar mal no depende de sí misma, depende de él. Ella es consciente de eso y lo reflexiona en más de una ocasión, con comentarios que en los primeros momentos no pasan de un “ese día me movía peor de lo habitual porque Edward ocupaba toda mi mente”, pero que hacia el final se vuelven de lo más preocupantes. Bella siente “dolor físico” al imaginarse lejos de un chico al que prácticamente acaba de conocer. Esta intensidad, este vivir para el otro que es uno de los sustentos del amor romántico, nunca deja de crecer.
En parte está potenciada por lo insignificante que se ve a sí misma comparado con “el ángel” que encuentra en él. Es decir, problemas de autoestima y amor propio. Rara vez Bella se pone en valor a sí misma. Su validación, da la sensación, pasa por lo que obtenga de él. Esta dinámica que genera sumisión, hoy se sabe, es una de las más peligrosas en una relación. Todos los seres humanos pueden llegar a sentir en alguna ocasión las peores emociones y los peores sentimientos, así que reconocerlos, conocer sus causas y sus efectos y albergar una intención de gestionarlos es lo que marca la diferencia. El problema es que Bella nunca se cuestiona si está bien sentirse así de dependiente. Lo reconoce y lo normaliza.
A favor de esta decisión de creación de personaje hay que decir que no llega a mostrarse en un estado de sumisión completo. Bella dice “no” cuando siente que tiene que decir “no”, planta cara a Edward y discute con él. Pero esto no significa que no dé su brazo a torcer, punto en el que entra otro gran elemento discutible de Crepúsculo: la actitud de Edward. Si Bella se obsesiona con él, lo que sucede con el vampiro no es diferente. Todo su mundo queda reducido a la existencia y el bienestar de Bella, y adopta para ello, prácticamente desde el principio, el papel paternalista de protector y salvador. Sabe mejor que Bella cómo conseguir que esté bien, así que se comporta de manera autoritaria, tomando toda clase de decisiones por ella. Esta actitud se toma, además, como atractiva, como signo inequívoco de amor.
Aun con todo, quizá lo más peligroso de Crepúsculo es la idea que sostiene buena parte de la historia: el amor que lo puede todo. Bella arriesga literalmente su vida para estar con Edward. Lo considera “siniestro” y “peligroso”, escucha de él comentarios como “a veces tengo problemas con mi genio” cuando apenas lo conoce, y aun así no quiere alejarse de él, porque más fuerte que esas señales de advertencia es la atracción que siente. Llega a considerar, incluso, ponerse en peligro para estar cerca de él, una idea que materializa en Luna Nueva, cuando Edward la abandona y ella no duda en llevar a cabo acciones temerarias (como saltar desde un acantilado) para sentir que sigue ahí. Esta es, seguramente, la idea más peligrosa de Crepúsculo. Y, al fin y al cabo, es la que está presente durante toda la saga.
Leer Crepúsculo en 2023

El reencuentro con las obras que marcaron la adolescencia siempre es placentero, porque trae consigo emociones genuinas, inocentes y tremendamente pasionales que suelen quedarse grabadas a fuego en la memoria. Así que Crepúsculo, en 2023, se puede disfrutar. También es tremendamente placentero ser capaz de observar estas obras desde una perspectiva diferente, pudiendo torcer el morro cuando toca y no cayendo en la trampa de la nostalgia para justificar lo injustificable. Porque esta historia se construye sobre bases emocionales y sobre dinámicas que hoy difícilmente se pueden disfrutar del todo.
No sé si alguien que quiera leer Crepúsculo por primera vez en junio de 2023 puede vivirlo como lo hizo una adolescente hace quince años. Seguramente, en parte, sí, porque todos los elementos que juegan en su favor están ahí. Ni merece la pena ni es justo negarlos. Pero también seguramente tuerza el morro, porque afortunadamente ya no es 2003 y el amor prohibido con el chico malo, que en la mayoría de las ocasiones significa problemático y dañino, empieza a estar un poco obsoleto en favor de otras historias igualmente estimulantes y mucho menos peligrosas.