Es especial esta recomendación, porque habla bien de la buena y diversa salud de la que el cine español ha gozado en los últimos años. 2018 tuvo una cosecha fantástica y en este gran año, en pleno otoño, fue cuando se estrenó Sin Fin. Escrita y dirigida por César Esteban Alenda y José Esteban Alenda, Sin Fin fue una sorpresa entonces y lo es todavía al regresar a ella. No solo porque no es habitual encontrar su planteamiento en nuestras salas con marca nacional, sobre todo porque ese planteamiento encuentra un desarrollo muy digno, de la mano de dos protagonistas que, cinco años después se sigue diciendo, merecieron entonces más reconocimiento. Sirva este texto como reivindicación.
Así es Sin Fin
Javier (Javier Rey) y María (María León) son dos jóvenes diferentes, casi opuestos, que sin embargo desarrollan una conexión que termina en matrimonio. En el pasado, en los comienzos, se miran con curiosidad y deseo, con complicidad y fascinación. En el presente, ya casados, lo que hay entre ellos es distancia y falta de entendimiento. Y Sin Fin no es solo el retrato del pasado y del presente sino la conexión entre ambos tiempos, pues se contraponen y enfrentan escenas y detalles que exponen bien los cambios en la relación y en los propios personajes, que no se explican el uno sin el otro.
María tiene depresión y su salud se está viendo cada vez más afectada. Pero Javier tarda en darse cuenta, porque no está prestando atención. Tal como canta Iván Ferreiro en Santa adrenalina: “ayer no tuve tiempo para hablarte susurrando y conseguir que sonrieras aunque fuera un rato, porque estaba tan ocupado viendo la tele, algún anuncio tan bien realizado. Tú estabas tan triste y yo despistado”. Son muchas las razones que pueden matar una relación y son muchos los casos en los que las personas, víctimas, se ven arrastradas por ello. En Sin Fin se señala sutilmente la rutina precaria.
El contraste entre la ilusión del principio y el desapego del presente planea durante toda la película, pero hay también lucha. Sin Fin es, al mismo tiempo, el viaje personal de Javier, que a la fuerza empieza a prestar atención y entonces intenta recuperar lo que un día fue: su relación y también la sonrisa de María. Para ello propone recorrer los mismos lugares que una vez recorrieron con una sonrisa, que a veces sale de manera natural, pero sólo, Santa adrenalina, durante un rato. En general lo que prima es la desesperanza, y lo que llega al espectador es la frustración de él y la resignación de ella. Y, al final, un mensaje sobre el amor y el paso del tiempo que cada uno entenderá de una manera.
Cuándo hay que ver Sin Fin

El espectador nunca tendrá la sensación de que los Alenda pretenden, con su cámara y sus palabras, buscar la emoción y la lágrima fácil, seguramente por eso Sin Fin resulte, al final, tan emocional. No se entiende esta película sin ese planteamiento de ciencia ficción de viajar en el tiempo, pero es, por encima de todo, una historia de amor y desamor de la que a veces es difícil ser testigo. Así que se puede apostar por Sin Fin cuando exista la necesidad de recrearse en la tristeza (porque a veces se necesita) o bien en un momento sereno en el que uno sienta que no va a terminar excesivamente afectado por lo visto en pantalla.
También puede verse Sin Fin cuando se quiera, simplemente, disfrutar de imágenes con sentido, de una estética cautivadora, de los ojos inmensos de María León y de la emoción contenida de Javier Rey (ambos merecieron más). De una película que, todavía hoy, es una gran sorpresa.