La necesidad de las últimas entregas de ‘Indiana Jones’ o la virtud de calcular la mantequilla necesaria

Ya sabemos que lo único necesario es el señor alcalde, pero nos referimos a las sagas de películas.
Fotograma de Indiana Jones 5

Una de las mejores descripciones del poder corruptor de los dones del anillo único es de Bilbo. El hobbit señalaba en La comunidad del anillo que sentía que su vida se extendía, sí, pero no en sentido positivo. Lo hacía como una pequeña cantidad de mantequilla que no abarca el pan al que está destinada. Porque la longevidad no siempre es una buena nueva. Los achaques hay que asumirlos, así como que llega un punto en que hay que saber decir adiós. De esta forma, cabe preguntarse, saltando a otra franquicia: ¿son necesarias películas como las últimas dos de Indiana Jones?

Empezando por el El reino de la calavera de cristal, esta adolece de todo lo que una saga no debe hacer para estar de vuelta. No porque el sea un mal film. A pesar de ser el peor de la franquicia, resulta entretenido y posee escenas que representan la esencia absurda de Indiana Jones, como ese momento en que sobrevive a una explosión nuclear metiéndose en una nevera. Recordemos, por favor, que en la primera de todas recorre medio océano en el exterior de un submarino y llega tan pichi.

El problema de la cuarta entrega era que se enfrentaba a la nostalgia del fandom. La memoria es mentirosa e idealiza. Esas tonterías aceptadas en la trilogía original ahora ya no valían. Repetir la fórmula, como hizo La última cruzada con El arca perdida, suponía esta vez un pecado. Spielberg, Lucas y compañía no entendieron que habían pasado 20 años. Ellos eran más viejos, su público era más viejo, sus actores eran más viejos. Todo era más viejo. La sensación general es que resultó evitable. Eso sí, reventaron la taquilla. Ojalá todos los fracasos fueran así.

James Mangold sustituyó tanto a Lucas como a Spielberg para El dial del destino. Además, había demostrado ya controlar a personajes crepusculares como Lobezno. Se dio cuenta del fallo que cometieron sus predecesores, el no aceptar que Indy, y ellos mismos, eran señores mayores. Así lo ha dicho a medios norteamericanos.

La nueva de Indiana Jones es consciente de cómo dar fanservice. Sabe que Harrison Ford tiene 80 años y que nadie sigue siendo igual con esa edad que con 40. Junto al veterano actor pone a una Phoebe Waller-Bridge que hace lo que hacía Indy de chaval. Elige además retornar a los nazis como villanos e introduce los elementos absurdos con códigos actualizados. Falla a ratos, sí, pero Mangold navega las dificultades que encontró El reino de la calavera de cristal muy sobrado. Siempre consciente de que es una cinta crepuscular y que supone el adiós del intérprete al personaje.

En el cuarto film Spielberg y Lucas fueron ambiciosos, cortaron una rebanada kilométrica y no fueron capaces de evitar que se les quedara viuda. Sabios como son, supieron dar un paso al lado y dar el relevo a un Mangold que ha sabido medir. Si El reino de la calavera de cristal es, a pesar de entretenida, olvidable, El dial del destino lo tiene todo para aguantar en el tiempo como una homóloga de la trilogía inicial. Con nostalgia y todo.

Respondiendo directamente a la pregunta lanzada al principio (obviando el firme convencimiento de quien escribe de que necesario, lo que se dice necesario, no hay nada en el mundo): no y sí. Películas como El reino de la calavera de cristal son evitables porque no adaptan sus tópicos tras décadas. Films como El dial del destino son necesarias porque amplían universos queridos por los fans con gracia y asumiendo que sus personajes envejecen. Porque una tostada con bien mantequilla sigue estando buena aunque se le tenga que quitar la sal por eso de la hipertensión.

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