En una ínsula cuyo nombre viene a significar «isla de Irlanda», a principios de siglo, no hay mucho que hacer. Cuidar a las ovejas, ir al pub y poco más. La vida es anodina y por no afectarle el mundo exterior, no lo hace ni la guerra civil que azota al país gaélico por excelencia. Aburrirse es fácil. Reconocerlo puede costar más. En Almas en pena de Inisherin es lo que le ocurre a Colm (Brendan Gleeson). Tanto se harta de lo vacío de su existencia que no solo busca crear un legado, sino que para ello decide romper su amistad con Pádraic (Colin Farrell). Memoria, rupturas y futuro son las tres grandes temáticas que impregnan una de las mejores películas de 2022.
Está claro que va a haber spoilers, pero avisamos de todas formas.
Las relaciones rotas de Inisherin
El film de McDonagh se aleja, excepto por el personaje de la señora McCormick (Sheila Flitton), de cualquier tipo de superstición. Sus personajes son terrenales como ellos solos. Les mueven pasiones básicas, pero que por ello se tornan fácilmente universales. En cuanto miran a su interior, en cuanto la situación les empuja a ello, no les queda otra que romper. Porque aunque la gran relación rota sea entre Colm y Pádraic, no faltan otras.
La amistad no es ajena al desamor
El peculiar humor negro del director irlandés rodea por todos los frentes a un drama que puede resultar absurdo. Colm ha tenido una epifanía y se ha dado cuenta de que nadie le recordará cuando muera. Es un músico, así que su boleto a la eternidad será a través de una composición. Busca, como diría Manrique, la vía de la fama. Su mejor amigo de siempre, Pádraic, será la principal víctima del asunto.

El personaje de Farrell es un tipo muy limitado. Majo, pero corto. Un impedimento en la búsqueda de la gloria de Colm. Por ello, tras muchos años de amistad, decide romper con él. Corta la comunicación de forma radical. Aunque Pádraic no lo entienda, su examigo tuvo que elegir y no fue a él.
Aunque el amor que impone su dominio en la ficción es el romántico, lo que fundamenta una amistad es dicho sentimiento. Al igual que ocurre en una relación de pareja, también puede venirse abajo entre amigos. Más todavía si lo que une es una cadencia involuntaria. Un día a día compartido, casi de forma obligada, desde entornos comunes como el colegio, el trabajo o una isla. Cuando uno de los dos despierta y descubre que no hay nada en común más allá de un factor geográfico y temporal, el asunto puede acabar mal. El aburrimiento es un enemigo mortal.
Familia y distancia
Pero en la vida de Pádraic hay otro pilar, dejando de lado a su burrita Jenny. Se trata de Siobhán (Kerry Condon). Una mujer inteligente pero en buena medida amargada por vivir en una isla donde aspira a cuidar la casa y poco más. Quiere a su hermano, le aguanta sus tonterías e intenta apoyarle sin hacerle daño. Porque como Colm, sabe que el pobre es un poco idiota.

La relación fraternal es estrecha y no se viene abajo como la amistad entre Pádraic y Colm. Si la anterior es una ruptura sucia, la que se da entre Siobhán y su hermano es tierna. Cuando se va de Inisherin en busca de una oportunidad, no hay resentimiento.
Mientras ella se va en un barco, él hace un gesto de adiós que podría haber ocurrido en los Balcones de Madrid en la Ribeira Sacra. Desde allí despedían los gallegos a sus amigos y familiares que marchaban a la capital en busca de un futuro mejor. Desde un acantilado lo hace Pádraic, mientras Siobhán acude a la llamada de la isla grande.
Memoria y futuro a través de la ruptura
Con más sarcasmo que ironía, McDonagh traza un inteligente relato sobre cómo la ruptura puede ser el único camino posible para avanzar. En un país tan enfrentado como Irlanda, es lógico que se reflexione sobre ello. Porque los motivos que llevan a Colm y Siobhán a alejarse de Pádraic son los mismos por los que en toda ficción americana las parejas de adolescentes cortan antes de ir a la universidad. Para avanzar necesitan no tener lastre, aunque el lastre sea amado.

Un concepto que se lleva con brillantez al terreno de la amistad y la familia. Colm no tarda más que días en culminar su composición tras la ruptura con Pádraic. No es un genio, pero necesitaba abstenerse de las naderías de su otrora amigo. De la insustancialidad que achacaba a la charla de este, pero que en realidad abarca todo su ser.
Siobhán lo que requería es alejarse no se su hermano, sino del mundo de este. Ser familia no significa que ambos pertenezcan al mismo ámbito. Inteligente y atractiva, necesitaba florecer entre libros, entre cultura, algo que la Inisherin de Pádraic no le podía dar. Ella le da a su hermano la posibilidad de acompañarla, pero este declina la oferta. La isla grande le queda ídem.
La soledad del aburrido
Sin necesidad de buscar un legado como Colm o un mundo que se adapte mejor a él como Siobhán, Pádraic termina solo. Logra volver a hablar con su amigo, pero el futuro de ambos resulta incierto. Su hermana no va a volver a Inisherin ni loca. Su pecado es ser aburrido, que no es poco.
Pese a ello, no es una víctima. Tampoco su examigo o su hermana. De haber una en la película, ese es el pobre gañán de Dominic (Barry Keoghan). El resto son seres que se atreven o no a actuar. A elegir entre sus necesidades y la de los demás. Al final, todos miran por sí mismos. Sucede en Almas en pena de Inisherin y en cualquier lugar, urbano o rural, del planeta. Siempre habrá relaciones que lastren y la dolorosa decisión de optar por la conveniencia de lo conocido o el potencial de lo que pudiera ser.