La de Christopher Storer ha sido una de las series destacadas de 2022. Llegó haciendo ruido a medias, con una campaña de marketing trabajada, pero quizá escasa en nuestro país. Así, no fue suficiente para alcanzar al público masivo. Sin embargo, la temporada de premios, como ha ocurrido con Colegio Abbott, la ha hecho resurgir y, ahora sí, está haciendo las delicias de quienes se atreven a probarla. Porque no hace falta darle más que un bocado (perdón por los constantes símiles culinarios) para saber que The Bear ha dado con la fórmula de éxito.
Una historia cercana que deja el corazón blandito
A priori, puede parecer difícil sentirse identificado con el chef del mejor restaurante del mundo. En primer lugar, porque un éxito tan rotundo y tan notorio como ese, sólo lo logran unos pocos afortunados. Y porque el mundo de la restauración es muy particular, un gran desconocido para el común de los mortales. A pesar de esto, ya en el primer episodio se conecta con facilidad con Carmy. Porque en él encontramos la pérdida, la desesperación, la ansiedad y el miedo. Encontramos la frustración, que esa sí que alcanza a la masa de forma habitual. Y, sin quererlo, estamos dentro de la familia de la mejor ternera de Chicagolandia.
Resulta imposible no bajar a los infiernos y subir a lo más alto de la mano de este joven chef o su ayudante Sydney. En parte, porque el ritmo de cada uno de los ocho episodios que conforman la primera temporada de The Bear está perfectamente calculado. Pero también porque el hilo narrativo, si bien clásico, es sencillamente perfecto. Además, está acompañado por unos personajes bien construidos, aunque arquetípicos de nuevo.
Es esta familiaridad la que nos permite entrar de manera sencilla y rápida. Pero no te engañes. La serie de Hulu (disponible en Disney+) toca temas muy complejos. Por desgracia, también muy actuales. Pese a la corta duración de sus capítulos de esta entrega inicial, en torno a media hora, profundiza lo suficiente en ellos. Ahí están el abuso de drogas tan extendido en Estados Unidos, la autoexigencia, la ansiedad y la depresión, la falta de recursos y el machismo. Esto solo en el apartado social, sin entrar en cajones más amplios como la familia, los sueños o la muerte.
Todo esto se traduce en una historia que llega, que emociona y enfada. Que termina dejando el corazón blandito con un octavo episodio que no es más que un nuevo inicio.
Que viva la tragicomedia
Carmy se aleja de la élite de la cocina mundial para ponerse al mando del negocio familiar. Se trata de un restaurante, quizá este sustantivo le quede un poco grande, especializado en bocadillos de ternera en pleno Chicago. Lo hace tras la muerte de su hermano Mikey, que se suicida dejando huérfanas a dos familias: la de sangre y la otra. Con el dolor de esta pérdida inesperada, el joven chef debe evitar la ruina total y hacerse con un equipo que también está sufriendo.
Con esta premisa, parece difícil creer que el humor ácido, muy ácido, sea tan protagonista como el drama en The Bear. Pero así es. Reírse de uno mismo, por decirlo de manera sencilla y rápida, siempre ha funcionado. Hacer comedia de la desgracia, también. Una prueba reciente la encontramos en la ya finalizada Shameless, con la que The Bear, además de protagonista, comparte esencia. La esencia del Chicago que nada tiene que ver con los rascacielos y los ejecutivos trajeados. Del Chicago sin recursos, de barrio, de familia y de estraperlo. Un alma de color marrón, como las paredes de los edificios que se caen a pedazos y como un elemento escatológico que no hace falta mencionar.
Marrón también es Richie, primo de Carmy y desastre andante. En él se recogen a la perfección el drama y la comedia y, de hecho, protagoniza los momentos más hilarantes de la primera temporada. Aunque se presenta como un grano en partes poco agradables, acaba siendo la propia serie, la propia ciudad y la propia historia. Y esto lleva a otro punto clave.

Un reparto delicatessen
Jeremy Allen White se llevó hace unas semanas su Globo de Oro a Mejor Actor en Comedia gracias a una actuación brillante. Brillante en la contención y también en la locura, en el exceso. Brillante como unos ojos que ya llevan años avisando y que, quizá gracias a este galardón, podrían empezar a tener más oportunidades en la pequeña y la gran pantalla.
Pero la familia de The Bear está bien al completo. Especialmente, con permiso de todos los demás, Ebon Moss-Bachrach. Su Richie hace lo que quiere con nosotros. Consigue que le odiemos, que nos riamos con él, que nos riamos de él, que nos dé lástima, que nos exaspere y, finalmente, que nos rompa por completo. Es probablemente el personaje más goloso de la serie, pero también el que podría haber sido más traicionero.
El reparto equilibra a la perfección los excesos, necesarios y justificados, de la historia, de sus propios personajes y del ritmo. Aporta una dosis de autenticidad que es la que marca la diferencia entre una receta de notable y una de sobresaliente.
Como una cocina
The Bear es extrema, una locura tan realista que corta como un cuchillo bien afilado, agobiante y emocional. Hay quien dice que es oscura, pero para mí es sepia, se mueve entre esa oscuridad que come a los barrios olvidados de Estados Unidos y la esperanza que los mueve y los mantiene vivos. Es, sencillamente, como un servicio en cualquier cocina. Frenético, exasperante por momentos, divertido y retador y, en definitiva, gratificante. Es deliciosa y picante, atrevida y equilibrada. Un descubrimiento del que aún se puede sacar mucho jugo.