De Devon al entorno de Oxford se extienden territorios que pueden considerarse el epítome del rural inglés. Los Costwolds, el condado real de Berkshire, Devonshire… Todos son terrenos en los que las aldeas se despliegan, todavía hoy, en una calma a veces estática. Un espacio que inspiró a la banda de pop más inglesa, sobre todo a su líder Ray Davies, a crear The Kinks are the village green preservation society en 1968. Un canto nostálgico, sin ser carca, en torno a un campo que representaba lo contrario a la industria, a la ciudad, a lo que atormentaba al líder del grupo.
La nostalgia del presente
Los Kinks estuvieron vetados en Estados Unidos varios años desde 1965, hasta el 69. Esto provocó que se centraran en su Inglaterra natal más que ninguna otra banda de la British invasion. Algo que les aportó una diferencia crucial, que llevó a Ray Davies a mirar a su país con sentimientos encontrados. El alcohol, las drogas y la presión de la industria desquiciaron al grupo. El mayor de los hermanos sufrió mentalmente y el menor se sintió un payaso, como reflejó en Death of a clown.
En 1966 estaban tocando en Torquay, Devon, cuando los paisajes y la cerveza de barril metálico en vez de madera llevaron a un clic en la cabeza de Ray. Village green, la canción fundacional del The Kinks are the village green preservation society, fue compuesta. En ella, el autor echaba de menos una Inglaterra rural, un tiempo pasado más sencillo. Un estado auténtico de lo que recordaba, no trastocado por lo estadounidense o europeo.
Podría tomarse esto como un ataque de nostalgia reaccionaria, pero nada más lejos de la realidad. Los Kinks beben de ese echar de menos el pasado para mirar al presente. Es un lamento por su situación, no un quedarse quieto. El tema casi homónimo al disco conceptual, The village green preservation society, lo deja claro: preservar el pasado, proteger el futuro. Tal como hacen las sociedades en los pueblos de ese rural inglés para que nadie aparque donde les molesten, cambie esa bella fachada o corte ese árbol tan bonito.
Fotografiando la vida y el pueblecito
Viajando por esa Inglaterra de la que hablan los Kinks, casi mítica, es inevitable echar mano de la cámara de fotos. En la mayoría de los casos, del móvil. Mientras se transita Wallingford, Cirencester o Avebury hay muchos rincones que fotografiar. Pero también gente. Al fin y al cabo, pulsar el botón es atrapar el pasado. Una acción sugestiva, para complementar la memoria, pero que también lleva al pecado de sacrificar el presente.
Ray Davies se ríe de ello en People take pictures of each other, que cierra el LP. Ya en 1968 resultaba claro que la gente necesitaba echar una foto para demostrar que había estado allí, que sentía algo, que era familia de alguien. Joan Fontcuberta aborda cuestiones sobre el tema en su concepto de postfotografía, sobre todo cuando argumenta sobre el valor de la imagen como prueba de haber vivido una experiencia.
Ray Davies se ríe de que se pierda el tiempo haciendo fotos en lugar de disfrutar de lo que se está inmortalizando. Al tiempo, también da cariño al hecho de mirar un álbum de fotos en Picture book. La nostalgia del tema choca con su ligereza. Ver a los seres queridos, quizá a esos que ya no están, es volver a crear recuerdos con ellos. Una escena de andar por casa, en este caso una de pueblo.
Pero ojo, avisan los Kinks en la segunda mitad de Village green, que mientras se esté feliz o tristemente viendo fotografías antiguas un turista podría estar tirando carrete a la fachada de la casa. De profundidad corta, con puertas bajitas y no muy anchas, las viviendas del campo inglés son hogareñas por fuerza. También, décadas después de que las vieran los Davies, muy cucas. De postal.
Vecinos del village green de los Kinks
Los hermanos que lideraron a los Kinks no crecieron en el campo, sino en un barrio periférico del norte de Londres. Fortis Green les recordaba a un pueblo. El cercano parque de Waterlow, en Highgate, les producía también esa sensación rural que atraparon en The Kinks are the village green preservation society.
Por cierto, el village green es un terreno campestre comunal de un pueblo o ciudad. Un trozo de campo en plena civilización. Sobre todo, un espacio de reunión. Cabe mencionar que Fortis Green no tenía uno propiamente dicho, pero a Ray Davies le daba igual. El concepto es lo que importa. Por ello, en su álbum conceptual no podían faltar vecinos que lo poblaran.
Por ejemplo, un amigo de la infancia que maduró y se transformó en otro. Do you remember Walter? describe ese echar de menos a la persona que era un individuo. Lo mismo que ocurre en la película Bienvenidos al fin del mundo. En el pueblo imaginario de los Kinks también hay un rebelde, a lo motorista americano, llamado Johnny Thunder. Más caribeñas son las sensaciones que transmite Monica, que ejerce la profesión más antigua del mundo.
De visita o en casa, son tipos de gente a la que todo el mundo conoce. Esos vecinos peculiares, esas amistades de infancia, esos seres inspiradores que no soportan el paso de la edad. Por suerte, hay vínculos que sí continúan. Puede que, como sucede en All my friends were there, se haga el ridículo delante de ellos. Sin embargo, estarán ahí cuando se les vea en un café, un bar o un pub, incluso aunque como Davies se haya hecho el ridículo el día anterior delante de todos ellos.
Ver el río, respirar la naturaleza
Pero, se viaje por esta Inglaterra rural o por la meseta ibérica, pocos elementos hay más bucólicos y campestres que un río despejado. No las masas de aguas contaminadas rodeadas de bloques y edificios grandilocuentes. El Tajo cerca de Peralejos, el Ebro en sus inicios montañosos, el Támesis en la campiña de Oxford o cualquier afluente menor causan un estado de placer visual. Muestran un mundo que se para y pide que alguien le acompañe en el descanso.
Ray Davies sitúa la mirada desde arriba en Big sky, porque una interpretación habitual sobre el tema es que la voz es la de Dios. Si mira abajo podría ver a alguien medio dormido, cerrando los ojos y abriéndolos solo para maravillarse una vez más ante el paisaje. Sitting by the riverside narra esa placentera experiencia. La sugestión fluvial ya le hizo años antes a Ray, en la India y al ver a unos pescadores cantar, acordarse de su querida, amén de fallecida, hermana Rene en See my friends.
Pero ese río de campiña, de ensueño, también es un espacio para leer. Qué mejor que tirar de clásicos de esa Inglaterra que tanto echaban de menos los Kinks, como Alicia en el país de las maravillas. De la mente de Carroll podría haber salido Phenomenal cat, tema psicodélico sobre un gato volador que ha viajado por medio globo. Un cuento victoriano como el de Wicked Annabella, que en este caso es un mal viaje. No en vano, la canción va sobre una bruja con la que asustar a los niños para se duerman y no se pierdan en el bosque.
Echar de menos, incluso lo imaginado, es universal
Ray Davies, de cuyas obsesiones salió The Kinks are the village green preservation society, compuso mucho sobre su Inglaterra ideal. Pero la nostalgia que canta es universal. Por eso el álbum, entre los primeros en ser conceptuales, ha llevado tan bien el pasar de los años.
Visitando esos entornos rurales idealizados es fácil notar lo que penden de un hilo. Pero pasa lo mismo se se va a Guadalajara, Ourense o Segovia. Village green es una versión resumida de lo que le ha pasado a casi cualquier pueblo bonito. Tuvo su momento de pureza, idealizada o inventada, avanzó y en la actualidad sirve para que los turistas echen fotos. En esta barroca canción se nota una de las grandes inspiraciones de Davies para tema y álbum, la radionovela Under Milk Wood del poeta galés Dylan Thomas, que trataba sobre una aldea pesquera galesa.
El líder de los Kinks echa de menos ese pueblo en el que no ha vivido porque no aguanta la presión que representa la ciudad. Su pastoral principal, Village green, se complementa con Starstruck, un aviso contra las luces de neón que tantos sueños rompen. Irse a una granja, como cuenta en Animal farm, siempre es un buen plan, especialmente si se desconoce lo que supone trabajarla.
Como tantas personas, Ray estaba harto. Miraba al pasado porque anticipaba que este le atraparía. Lo mismo que le pasó a los trenes de vapor, temática de Last of the steam-powered train. Aunque alguno quede circulando gracias a aficionados, como el de Cholsey, son máquinas cuyo tiempo ya había pasado en 1968. A los Kinks les acabaría pasando lo mismo con el transitar de la cuarta dimensión. Al que escribe esto le ocurrirá. Al que lo lea, en 2023 o en 30 años, también. Por suerte, siempre quedará el campo para irse a lamerse la nostalgia mientras se escucha The village green preservation society.