El origen de Todos quieren a Daisy Jones puede encontrarse en un momento protagonizado por una banda real. Sucedió en 1997, en el especial que la MTV dedicó a Fleetwood Mac por su reencuentro tras años separados. Sonaba Landslide, una canción perteneciente al álbum que lleva el nombre de la banda. Habían pasado más de veinte años desde su composición. En el escenario, Stevie Nicks y Lindsey Buckingham hacen su parte. Ella canta, él toca la guitarra. La estética es minimalista, la luz es tenue y no se necesita nada más porque ellos son magnéticos. Y entonces ocurre algo más.
De pronto, Stevie se gira y mira a Lindsey. Sigue cantando y, de repente, sonríe. La cámara lo enfoca a él, que se lleva una mano a la barbilla, cierra el puño, la mira y no puede esconder o evitar la sonrisa. Y no hace falta decir absolutamente nada porque todo el mundo puede ver que en ese momento exacto ha sucedido algo entre ellos y que pasaron otras muchas cosas mucho antes. A partir de todo esto nació Todos quieren a Daisy Jones, primero fenómeno literario, ahora también serie de Amazon.
Lo que Taylor Jenkins Reid vio en ese momento
Fue en un artículo publicado en 2019 en Hello Sunshine, medio creado por Reese Witherspoon, cuando Taylor Jenkins Reid explicó cómo este momento entre Stevie Nicks y Lindsey Buckingham fue una fuerte inspiración a la hora de escribir Todos quieren a Daisy Jones. La escritora tenía 13 años cuando lo vio por primera vez, mientras cambiaba de un canal a otro. No sabe por qué se quedó en ese Landslide que, de entrada, no le generaba ninguna curiosidad, pero se quedó. Y lo recuerda con mucha claridad.
“Cantó (Nicks) con tanta fragilidad y, sin embargo, parecía tan segura y fuerte, y mientras lo hacía, seguía mirando a Lindsey, con expresión cálida e íntima, pero críptica”, describe, y continúa: “por una fracción de segundo, en verdad una porción de un momento, Lindsey puso su puño debajo de su barbilla y miró a Stevie como si fuera un milagro. Y pensé: Oh, están enamorados el uno del otro”.
“Imaginaos mi sorpresa cuando mi madre me explicó más tarde que, aunque una vez habían salido, ya no estaban juntos. Esto desafió completamente la lógica para mí. ¡Pero si se aman! ¡Lo vi con mis propios ojos!”, escribió entonces. Años más tarde, cuando regresó a ese momento, entendió que «a veces parecer que estás enamorado o que estás odiando son cosas que debes intensificar un poco para hacer un buen espectáculo. También entendí entonces lo que nunca podría haber concebido en 1997: el amor no tiene sentido”.
Lo que sí tiene sentido es que este momento se presentase en su cabeza cuando se puso manos a la obra con Todos quieren a Daisy Jones: “Hace dos años, cuando decidí que quería escribir un libro sobre rock, volví a ese momento en que Lindsey miraba a Stevie cantar Landslide. Cuánto se parecían a dos personas enamoradas. Y, sin embargo, nunca sabremos realmente qué pasó entre ellos”.
La historia tras esa mirada
Tanto Stevie Nicks como Lindsey Buckingham han ofrecido, a lo largo de los años y con la serenidad que concede el tiempo, pinceladas de esa relación que comenzó cuando ambos eran unos adolescentes. Nicks, en su propia biografía, Gold Dust Woman, relata el momento de su primer encuentro. Era 1965, tenía 16 años y Buckingham tocaba California Dreamin. Ella se acercó a él, cantaron juntos y se despidieron. No volvería a verse hasta años más tarde, pero ese momento dejó una huella imborrable.
Cuando se reencontraron, se convirtieron en pareja sentimental y artística. Lo que eran capaces de hacer sobre un escenario, por una razón y otra, empezó a quedar retratado en los años setenta. Cuando se unieron a Fleetwood Mac, sin embargo, su relación se torció. Nicks llegó a explicar, en una entrevista concedida a The Guardian en 2011, que de no haber tomado la decisión de unirse a la banda, seguramente hubieran formado una familia. Pero, también según sus propias palabras, era el destino de ambos.
Nicks y Buckingham se separaron definitivamente durante la grabación de Rumours, el álbum más aplaudido de Fleetwood Mac. El proceso hasta entregarlo no debió ser fácil para nadie. También Christine y John McVie estaban separándose, y Mick Fleetwood vivía una situación semejante con su pareja. Hubo excesos, adicciones, discusiones y dardos envenenados se reflejaron en las canciones de álbum y también en otras que no llegaron a incluirse.
Después de eso, sin embargo, ninguno abandonó su destino: permanecieron en Fleetwood Mac porque “ninguno de nosotros estaba dispuesto a renunciar a la banda”, como explicó Nicks en Chum Radio hace dos décadas. Se antoja una película de Damian Chazelle, ese cineasta que parece fascinado con la incompatibilidad entre el éxito profesional y la felicidad personal, pero fue lo que sucedió.
Lo que Todos quieren a Daisy Jones toma para sí
Sin caer en los posibles spoilers que puedan surgir de las comparaciones, Todos quieren a Daisy Jones toma de esta historia dos elementos: esos segundos de Landslide de 1997 y ciertos conceptos que han acompañado a su relación en el imaginario popular. La propia Taylor Jenkins Reid lo decía: “todavía estoy cautivada por ese momento entre ellos. No puedo evitar maravillarme ante la idea de que, a pesar de todo lo que habían pasado, Stevie y Lindsey todavía se amaban. O cómo, a pesar de lo que nos parecía a todos, ya no lo hacían”.
Esa ambigüedad está presente en la historia que narra con su banda imaginada, Daisy Jones & The Six, que también vive la grabación tortuosa de un álbum, en este caso Aurora, y una posterior gira en la que el amor y el desamor, los problemas personales, las ambiciones profesionales y las adicciones tienen cabida. Y son tan protagonistas como la propia música. Al fin y al cabo, como puede leerse en Todos quieren a Daisy Jones, la música no va (solo) de música, sino de la vida, de lo contrario estaríamos cantando siempre sobre guitarras y acordeones.